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La derrota de las Berkut

La disolución de las fuerzas de asalto ucranias, símbolo de la represión, deja en el aire a sus 4.000 miembros

SILVIA BLANCO (ENVIADA ESPECIAL)
Las fuerzas antidisturbios Berkut cierran una calle cercana a las protestas el pasado diciembre en Kiev.
Las fuerzas antidisturbios Berkut cierran una calle cercana a las protestas el pasado diciembre en Kiev. V. OGIRENKO (REUTERS)

El cuartel de las Berkut, las fuerzas de asalto ucranias, está a unos 20 minutos en coche desde el centro de Kiev. Es una zona de altos bloques de pisos, cada uno diferente del anterior y todos soviéticamente grises. Un muro blanco de unos dos metros de alto rodea el recinto, donde no hay ningún letrero ni escudo. Junto a la puerta trasera, un grupo de hombres fuma y charla en voz baja a la entrada de un edificio de viviendas. Llevan gorros de lana y ropa oscura. Una de las primeras decisiones que tomaron las nuevas autoridades fue el desmantelamiento de este cuerpo de élite, símbolo de la brutalidad de la represión de las protestas donde murieron decenas de personas. Desde la semana pasada ya no existe la estructura, pero nadie sabe bien qué hacer con quienes la integraban. Ellos tampoco.

Alexander Vetrov, de 22 años, no comprende por qué los ucranios ven a los activistas del Maidán “como héroes” y a él y a sus compañeros como salvajes y hasta asesinos. La semana pasada, Kiev todavía enterraba a los muertos. Las calles de los enfrentamientos están llenas de flores. En la Rada Suprema, el Parlamento, hay fotografías de los caídos con coronas de espinas, y varios carteles en la ciudad se preguntan por qué no están en la cárcel los responsables. “La gente no entiende que luchamos contra tipos que tenían arsenales, que estaban muy organizados, montaban barricadas y lanzaban cócteles molotov y ladrillos”, dice Vetrov en un bar cerca de la base donde viven 70 familias de agentes.

"Nos ven como traidores. ¿Qué país protegimos?", plantea un agente

Las Berkut se crearon en 1992 y están compuestas por unos 4.000 miembros. Con la caída del expresidente Víctor Yanukóvich, algunos se han fugado. Un centenar, conscientes del odio que les tiene la población, pidieron perdón de rodillas en la ciudad de Lviv, al oeste del país. La mayoría trata de pasar desapercibida y dice tener prohibido dar entrevistas. “Van a seguir cobrando el sueldo durante tres meses. No podemos destruir la organización de la noche a la mañana”, explica el diputado independiente Sergei Mishenko, un antiguo fiscal que ahora forma parte del comité legal de la Rada Suprema. “En ese tiempo hay que decidir una reorganización, darle otro nombre y quizá otras funciones. Por ahora están en su base, bajo control, y tendrán que pasar exámenes”. Mishenko cree que “algunos serán despedidos y los asesinos serán investigados”, pero admite que todavía no hay ningún plan.

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La decisión de disolver la tropa de asalto la anunció el 25 de febrero en su Facebook el ministro del Interior, Arsen Avakov, 72 horas después de ser nombrado. No hay hueco para los que intentaron aplastar con saña la protesta, en un momento de convulsión política y vertiginosos relevos en todos los ámbitos de poder.

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De la ventana del bar cuelgan luces de navidad azules, suena música tecno, la tele está puesta. Vetrov luchó del lado opuesto al de la mayoría de su generación, y tiene en la cabeza una película muy distinta sobre las protestas. Cree que alguien pagaba a los grupos violentos del Maidán —“cobraban en un día lo que yo en dos meses, dice”— y que la prensa “ha demonizado a las Berkut”. Junto a él está una teniente psicóloga del mismo cuerpo. No quiere dar su nombre. Ella ayuda a los agentes a superar el estado de shock en que se encuentran muchos, en parte por el rechazo de la sociedad. “Un compañero fue con su mujer embarazada al médico, y cuando vieron que él era de las Berkut les dijeron que no les atendían”, se queja. Ahora ayuda a aplacar la agresividad interna, la frustración y la incertidumbre de los que llama “mis chicos”. “Ellos vieron cómo sus colegas murieron, a uno lo lincharon y nadie dio una orden para evitarlo. No les dejaban avanzar ni retroceder”, se queja la teniente, que dice haber visitado La Rioja el año pasado para entrenarse con la Guardia Civil.

"Habrá despidos y los asesinos serán investigados", afirma un diputado

Vetrov cobra unos 500 dólares al mes (364 euros) al cambio de hace una semana, cuando se hundió la grivna. Es un sueldo decente en un país donde la media es de unos 300 euros. Los agentes iban vestidos de negro. El uniforme y las protecciones se las compraban ellos. “Sólo nos dan las armas, el casco y el chaleco”, dice. Lleva un forro polar negro de Adidas, un pantalón de chándal gris de la misma marca y zapatillas de deporte.

Vetrov entró en las Berkut hace dos años. Viene de un pueblo del centro de Ucrania y es hijo único. “Mi padre murió cuando yo tenía 17 años. Me metí en la academia de policía. Eso me permitió tener un plan de vida a cinco años vista”, cuenta. De vez en cuando sale a fumarse un cigarrillo. “Muchos prefieren vivir con sus padres, estudiar y beber cerveza los fines de semana”, ejemplifica, siempre mirando a un lugar indefinido a la derecha. “Hice todo lo que tenía que hacer”, afirma con la espalda muy recta, los brazos cruzados. Ayuda con dinero cada mes a su madre, peluquera. “Ahora mi trabajo está en peligro, es difícil pensar en el futuro”, reflexiona. “Nos ven como traidores, como asesinos… Me pregunto qué tipo de país protegimos”.

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Sobre la firma

SILVIA BLANCO (ENVIADA ESPECIAL)
Es la jefa de sección de Sociedad. Antes ha sido reportera en El País Semanal y en Internacional, donde ha escrito sobre migraciones, Europa del Este y América Latina.

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