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Columna
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Senador Uribe

En las urnas colombianas se han enfrentado dos narrativas: la de un proceso de paz con las FARC demasiado prolongado y el mensaje duro y cristalino del expresidente

En Colombia la política no se crea, ni se destruye, se transforma como si fuera carne de su carne y sangre de su sangre. Por eso la interpretación de resultados electorales tiene, hay quien dice con cursilería suprema, varias lecturas, de manera que más de una formación puede declararse satisfecha e incluso vencedora.

Las legislativas del pasado domingo han sido el primer round del enfrentamiento entre el presidente Santos y su antecesor y hoy encarnizado adversario, Álvaro Uribe Vélez, primer exmandatario en la historia colombiana que se recicla como senador. El asalto definitivo tendrá lugar en la primera vuelta de las presidenciales, el próximo 25 de mayo, para las que Uribe ha tenido que delegar por imperativo constitucional en un sucedáneo, Oscar Iván Zuluaga, que, aunque estimable profesional, solo se hace sombra a sí mismo.

El Centro Democrático, creado por el expresidente, ha conseguido la segunda mayor votación del país, tras el partido de la U de Santos, y 19 escaños en el Senado, aunque sus mejores allegados esperaban no menos de 30. Pero hay que valorar que Uribe ha sido capaz de arrastrar a una mayoría de semidesconocidos en lista cerrada, y acopiar dos millones de votos. Todo ello obligará al presidente a tener en cuenta al exmandatario en la negociación de un proceso de paz que combate con una inquina de proporciones hispánicas, porque considera a su sucesor reo de lesa traición a su persona y a Colombia. El presidente puede, sin embargo, proclamarse justamente vencedor porque, con los tres partidos de su cuerda, la U, Liberal, y Cambio Radical, gana en votos y escaños en ambas cámaras, y aunque en el Senado con 47 bancas pierde la mayoría absoluta —de 52—, le bastará el respaldo de una fracción de los conservadores para dominar la situación, en tanto que en la Cámara baja le sale la claque hasta por las orejas. Los partidos colombianos son de goma y su dirigencia, sin excluir plenamente a la izquierda, procede de una misma clase social, que funda partidos de ideología liberal-conservadora solo cambiándoles el nombre. Los abismos, como entre Santos y Uribe, están personalizados. Y estas legislativas resultan especialmente importantes porque han elegido el Congreso que deberá, si llega el caso, aprobar los acuerdos con la guerrilla y, dado que el Senado se vota por circunscripción única y nacional, es el que hay que tener en cuenta, en contraste con la cámara donde el cacicazgo, la maquinaria de los partidos y las regalías de Bogotá —mermelada en colombiano contemporáneo— pueden ser decisivos.

En las urnas se han enfrentado dos narrativas: la de un proceso de paz demasiado prolongado, con altibajos, en el que las FARC parecen no siempre entender que les interesa firmar con Santos, contra el mensaje duro y cristalino de Uribe: ganar la guerra para imponer la paz; estilista contra fajador. Por eso, Santos salió el domingo bien librado.

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