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El desgobierno en Libia convierte el país en un polvorín sobre un pozo de petróleo

El poder político está debilitado e interino y no controla las guerrillas, las armas ni los yacimientos La producción de crudo se desploma con las milicias rebeldes al mando de varios puertos

Javier Casqueiro
El primer ministro, Ali Zidán (i) y el ministro de Defensa, Abdala Al Zani (d) durante una reunión del gobierno en Trípoli, en 2013.
El primer ministro, Ali Zidán (i) y el ministro de Defensa, Abdala Al Zani (d) durante una reunión del gobierno en Trípoli, en 2013.SABRI ELMHEDWI (EFE)

Libia es un polvorín y no hace falta exagerar. El primer ministro fue derribado por una moción de censura el martes y este miércoles huyó en un jet privado camino de un país europeo. No está nada clara la autoridad ni la competencia del Gobierno interino ni de un parlamento diezmado y fuera de plazo. Los rebeldes tienen bajo su mando varios de los principales puertos del país y en los mismos deciden por su cuenta si los petroleros internacionales pueden entrar a cargar, o no, al margen de lo que opine el jefe de turno en Trípoli. La capital sufre secuestros diarios y debate en su propio consejo cómo expulsar del municipio a los grupos armados que campan a sus anchas.

En los yacimientos petrolíferos, el gran y único maná, la producción ha caído por debajo de los 250.000 barriles diarios cuando hace tres años, aún bajo el régimen del dictador Muamar Gadafi, podía llegar a casi 1,5 millones. La crisis afecta a la multinacional española Repsol, que nutre el 11% de su producción de sus ocho pozos en la zona.

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Y para colmo: las armas. Lo resume así el informe de Naciones Unidas sobre el embargo teórico decretado sobre el país, que se ha conocido esta semana. Los expertos han viajado en este último año a 15 países, nueve veces a Libia y son contundentes en sus conclusiones. “La proliferación de armas hacia y desde Libia sigue representando un grave problema para la estabilidad del país y la región... La mayoría de las armas siguen estando bajo el control de agentes no estatales y los sistemas de control de las fronteras son ineficaces”. En suma, “en los últimos tres años, Libia se ha convertido en una de las principales fuentes de armas ilícitas”, que proporciona suministros a unos 14 países de forma contrastada, y alimenta así “los conflictos y la inseguridad, incluido el terrorismo, en varios continentes”.

El informe de la ONU crítica con preocupación la falta de supervisión de las adquisiciones militares y que, excepto en el Ministerio de Defensa, no se designen coordinadores en los otros ministerios que compran armas. Y apostilla: “La situación es poco probable que cambie en un futuro próximo”.

El desgobierno abarca todos los ámbitos del poder pero es especialmente débil en el terreno político. Se funciona por tribus y con el poder de la fuerza.

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El último primer ministro, Ali Zidán, está en paradero desconocido y perseguido por la justicia con denuncias de intereses ocultos. Se presume que está en Europa, porque pasó el martes dos horas en Malta. Y se especula que podría haber recabado en Alemania, porque fue allí desde dónde volvió a Libia cuando fue derrocado en 2011 Gadafi tras 43 años. Zidán era liberal y durante su mandato no ha conseguido fraguar una alianza entre los nacionalistas y los islamistas presentes en el parlamento, ahora llamado Congreso Nacional, que está fuera de plazo desde febrero y al que le faltan 20 diputados por distintas causas. Tampoco fue capaz de conformar unas fuerzas armadas leales y operativas ni de poner paz en todo el territorio.

Desde el pasado verano un grupo de milicianos armados, comandados por Ibrahim Jathran, de 33 años, ha tomado bajo su mando cuatro puertos del golfo de Sirte, en la zona este, en la región Cirenaica, donde se concentra el 80% de la producción de crudo y para la que exige más autonomía. Sirte es, además, la ciudad original de Gadafi. Los rebeldes se han permitido el lujo de regular a su antojo la producción y hasta la exportación del petróleo, en un país clave para la OPEP y cuya inestabilidad produce inmediatamente alteraciones en su precio, como se ha visto esta semana.

El sábado un buque saudí de bandera norcoreana, el Morning Glory, entró en Es Sider y fue cargado con unos 200.000 barriles. El Gobierno se encorajinó, prohibió la operación, dio poderes al ejército para impedirla y amenazó con bombardeos. El petrolero burló con la escolta de los rebeldes el bloqueo y salió entre tiros a aguas internacionales.

Los parlamentarios estallaron ante la tomadura de pelo y forzaron la censura contra el primer ministro. Nombraron sustituto al titular de Defensa. Y lo hicieron reunidos en un hotel, rodeado de manifestantes intentando el asalto. Porque el congreso oficial está cerrado y en reforzas para reparar los destrozos del anterior intento de invasión, en enero. Este miércoles ese parlamento le ha dado dos semanas a los rebeldes para que levanten el bloqueo de los puertos bajo su control.

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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