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Crisis en Ucrania
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

¿Anexión inmediata?

Las dudas sobre la participación y la transparencia marcan una consulta en la que a los votantes no se les ofrece la posibilidad de mantener el 'statu quo'

Manifestación prorrusa en Simferópol, la víspera del referéndum.
Manifestación prorrusa en Simferópol, la víspera del referéndum.Vadim Ghirda (AP)

En ningún momento ha habido verdaderas posibilidades de impedir el referéndum en Crimea. Putin se ha comprometido demasiado para dar marcha atrás. Cuando se propuso la idea de instaurar un Gobierno de unidad nacional en Kiev que incluyera a miembros del antiguo régimen para intentar disuadir al presidente ruso, había pasado demasiado poco tiempo desde los sangrientos sucesos de febrero.

Pero entonces, ¿qué va a ocurrir ahora? La primera cosa en la que habrá que fijarse es la participación. Estamos acostumbrados a burlarnos de las elecciones trucadas, con un 99% de los votos o más, pero ninguna cifra muy superior al 80% sería creíble, dada la composición étnica de Crimea. Los tártaros son el 13% de la población local y los ucranios el 24%, lo cual quiere decir que, aunque existe una mayoría rusa, solo constituye el 58%. Rusia necesita desesperadamente tener credibilidad, porque sus excusas para invadir Crimea no se sostienen. Los organizadores de la consulta confiarán en que voten algunos tártaros, a pesar de que sus líderes han pedido el boicot, y en que la población de etnia ucraniana, que en su mayoría habla ruso, vote en el mismo sentido que los de etnia rusa.

Tampoco está nada claro que el referéndum vaya a ser verdaderamente libre. Es posible que se produzcan fraudes y se vea a tipos armados merodeando junto a los colegios electorales. Y no habrá muchos observadores: Ucrania no desea dar legitimidad al proceso, que de acuerdo con sus leyes es ilegal, y las nuevas autoridades de Crimea no van a permitir que vaya ningún supervisor. Ni siquiera Bielorrusia va a enviar a nadie, por miedo a que Rusia decida tratar de "proteger" a la población de habla rusa en otros lugares, incluidos los Estados amigos.

En la papeleta va a haber dos preguntas. Los medios de comunicación, ahora que la prensa y la televisión de Ucrania están bloqueadas, respaldan la opción más radical, la de incorporarse por las buenas a Rusia. La segunda pregunta, sobre la Constitución crimea de 1992, ni siquiera tiene sentido. Pero a los votantes no se les ha ofrecido la opción de mantener el statu quo.

Cuando los rusos se hicieron con el control de Crimea, no tuvieron en cuenta a los tártaros que viven allí, y ahora están intentando evitar que estalle una posible intifada musulmana. El Soviet (Parlamento) de Crimea les ha prometido conceder estatus oficial a su lengua, una participación del 20% en el Gobierno y el reconocimiento de su parlamento oficioso, el Qurultay, como órgano de autogobierno. Pero en los últimos años los rusos locales han atacado los “asentamientos irregulares” de los tártaros y han profanado mezquitas y tumbas con una impunidad cada vez mayor, y algunos dirigentes locales les llaman “verdugos de Hitler”, en referencia al mito de su supuesto colaboracionismo durante la Segunda Guerra Mundial, el motivo oficial que adujo Stalin para deportarlos a todos en 1944. De modo que la idea de armonía entre eslavos y tártaros que promueven los partidarios del nacionalismo eurasiático cercanos a Putin parece más bien descabellada.

A los tártaros también les han prometido dinero. Pero la prensa rusa está empezando a darse cuenta de cuánto podría costar la aventura. En la actualidad, Kiev financia a Crimea por un valor de al menos 600 millones de euros y tal vez hasta 3.000 millones de euros anuales; ahora bien, Rusia tendrá que pagar además nuevas infraestructuras, sobre todo si Kiev corta el suministro de agua y gas, o incluso los medios de transporte, que llegan a la península a través del istmo septentrional. Rusia planea construir un puente que atraviese el estrecho de Kerch para unir Crimea con la región del Cáucaso norte, en la orilla este, pero va a tener que darse mucha prisa.

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En cualquier caso, no se sabe si Rusia procederá a una anexión inmediata. Las consecuencias serían graves. En 2006, en un referéndum similar celebrado en la región separatista de Transnistria, en Moldavia, el 97% de los votantes apoyaron la independencia y la “posterior asociación libre con Rusia” y, pese a ello, aún están esperando. Crimea puede permanecer en el limbo durante largo tiempo, e incluso es posible que Rusia permita unas negociaciones interminables.

Aunque, por otra parte, Putin podría insistir en una rápida anexión antes de que se sepan con claridad lo que está costando su aventura. Al fin y al cabo, en las aguas costeras del suroeste de Crimea hay gas y petróleo. Y está previsto que el proyecto del gasoducto ruso South Stream atraviese Crimea para llegar a Bulgaria y los Balcanes.

Andrew Wilson es experto en Ucrania del European Council on Foreign Relations.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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