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Estrellas desaparecidas en el cielo de Crimea

Pilar Bonet

Recorrido al azar en Simferópol en la mañana del viernes, 21 de marzo, la última de mi estancia en Crimea en esta fase de transición incipiente cuando las metamorfosis son tan vertiginosas que una apenas puede asimilarlas. En la iglesia armenia, entre lápidas que se remontan al siglo XIX, un hallazgo inesperado: la tumba de un español, porque solo puede ser un español: “El comandante Martín Camboa García, 1899-1972”. En el ángulo izquierdo de la estela funeraria, la foto de un rostro algo avinagrado. En la base, una dedicatoria de “tu mujer, tus hijos y tus nietos”. Por su edad, debió de ser de un exiliado republicano. Lo indagaré en el centro español de Moscú, si es que los pocos “niños de la guerra” que quedan en la capital Rusia no han cerrado ya su local histórico por no poder pagar el alquiler.

Foto: Pilar Bonet

Atrás queda la estatua de “Lenin sentado” que preside la plaza de la estación ferroviaria. En Simferópol, me dicen, hay tres estatuas del fundador del Estado soviético, uno de pie, frente al Consejo de Ministros, y dos sentados. El otro Vladímir Ilich sentado está en un cuartel de la policía y por lo tanto no es visible desde la calle. Al llegar al aeropuerto los carteles de las líneas aéreas internacionales, que hace tan solo unos días operaban aquí, saludan al viajero con sus ofertas de primavera: “Tanzania”, “El punto más alto de África”, “Todo el mundo ante ti” con las Líneas Aéreas Turcas. “ Simferópol-Kiev-Nueva York, por 7636 grivnias. Nuevos vuelos a partir del 25 de abril” con MUA (Líneas Internacionales de Ucrania).

Fotos:Pilar Bonet Estos anuncios son como el resplandor de las estrellas desaparecidas. Con excepción de las líneas aéreas rusas, no hay ninguna otra compañía internacional que pueda volar a Simferópol. Tras el referéndum de Crimea y la anexión de la península por parte de Moscú, las normas del tráfico aéreo internacional no lo permiten. Como otras instituciones ucranianas de Crimea, el aeropuerto está en “periodo de transición”. Por doquier, banderas rusas y crimeas (estas últimas con los mismos colores, azul, blanco y rojo, que las rusas, pero con la franja blanca central más amplia). Los vuelos de Aeroflot a Moscú se gestionan aún desde la “terminal internacional” donde las chicas del servicio de aduanas todavía lucen los galones e insignias de Ucrania. Fotografío los carteles de esta publicidad efímera que todavía parece real. Por experiencia de otros lugares colapsados en un plegamiento histórico (Chernóbil, incluido) sé que los objetos que fueron parte de la cotidianeidad de un tiempo y un espacio detenidos-- los periódicos, el menú y la lista de precios de una cantina, los dictados y las sumas en los cuadernos escolares, los turnos de natación de la piscina, las zapatillas y los juguetes), si perduran en el lugar de la hecatombe, se convierten en valiosos documentos históricos porque permiten revivir entornos que fueron reales, muchos años después de que hayan desaparecido. No sé si los anuncios de viajes a Nueva York y a Tanzania se mantendrán cuando los rusos tomen posesión de lleno del aeropuerto de Simferópol. Probablemente no, porque los “conquistadores” querrán borrar las huellas de lo ajeno, de lo que perciben como antagónico y hostil y, también, las huellas de sus propios errores y de la cultura etílica que arraiga como pauta de comportamiento (“esta noche te lo doy todo y mañana cuando me despierte te lo quito…”) y hacer como si Ucrania nunca hubiera estado aquí. No creo que dejen que estos carteles se vuelvan amarillos. Por eso, es tan importante captar estas tentaciones de cielos abiertos ahora, en este instante fugaz cuando están, pero ya no son.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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