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Tribuna
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Adolfo Suárez, transición comparada

Los mexicanos siempre soñamos, y diría que hasta envidiamos, tener algo así como un Pacto de la Moncloa como en España

Un día a mediados de 2009, me invitó a desayunar a su casa el actual Procurador General de la República de México, Jesús Murillo Karam. Teníamos la agradable costumbre de intercambiar y regalarnos libros. Una práctica siempre enriquecedora que he conservado y mantengo con algunos amigos. Aquel día, por casualidad, los dos llevábamos para regalarle al otro el mismo libro: Anatomía de un instante, de Javier Cercas.

La coincidencia y la sorpresa nos llevaron por supuesto a hablar una vez más de la transición española. A los dos nos había encantado la oportunidad de un texto, muy bien logrado, que recapitula con fortuna, a partir del intento de golpe militar del 23 de febrero de 1981, toda la transición española. Los dos confesamos también que habíamos regalado el mismo libro a varios amigos comunes.

La casualidad del intercambio de la novedad editorial, pero sobre todo, la coincidencia del gusto y el interés por ese libro en particular, tiene génesis y explicación quizá, en la fascinación y cercanía que siempre tuvo la transición española en el proceso de cambio político y democrático de México.

La transición española fue un modelo muy cercano intelectual y políticamente a la transición mexicana. Muchos de sus episodios, documentos y personajes, fueron parte esencial del imaginario democrático de México.

El discurso, el debate y la reflexión política en México por muchos años, recurrieron constantemente al ejemplo y al referente de la transición española, que fue sin duda el ejemplo más citado en foros, conferencias y discursos durante la transición mexicana.

Recuerdo que en los años en los que internet todavía no era lo que es hoy, eran muy apreciados los libros de la transición española. Se prestaban y se fotocopiaban. Viajar a España, significaba traerle libros y novedades a los amigos. Personajes como José Francisco Ruiz Massieu, José Luis Lamadrid, Carlos Castillo Peraza o Gilberto Rincón Gallardo, por recordar solo algunos, citaban y hablaban constantemente y con gran cercanía de lo que había pasado en España y de lo que podíamos traer y tropicalizar para México.

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La transición mexicana y varias de las transiciones latinoamericanas tienen un débito intelectual muy fuerte con la transición a la democracia española, y ahora que lo pienso, creo que está por escribirse un buen libro sobre la influencia intelectual y cultural de la transición española en las transiciones latinoamericanas.

Por eso la muerte de Adolfo Suárez (1932-2014) es tan cercana para México y quizá para toda América Latina. Porque Suárez fue, junto con Juan Carlos I, Santiago Carrillo, Felipe González, con el Pacto de la Moncloa y la Constitución de 1978, los referentes más socorridos en la tertulia y el alegato diario de políticos, periodistas e intelectuales.

Los mexicanos siempre soñamos, y diría que hasta envidiamos tener algo así como un “Pacto de la Moncloa a la Mexicana.” Desde los años ochenta y quizá hasta el llamado “Pacto por México” del Presidente Peña de diciembre de 2012, cada vez que las fuerzas políticas de México se sentaban o intentaban sentarse a pactar, se hablaba, se recordaba y se comparaba de un modo u otro con la experiencia española de los acuerdos de la Moncloa.

Adolfo Suárez visto desde América por supuesto fue uno de los grandes fundadores y constructores de la democracia española. Pero fue sobre todo un gran puente.

Adolfo Suárez fue un hombre puente. Fue uno de esos personajes indispensables en las transiciones, porque son capaces de conectar pasado y futuro, autoritarismo y democracia. Los grandes protagonistas de la democracia son aquellos que la entienden. Que saben percibir la dificultad del momento que viven y que saben con pragmatismo perdonar los rencores del pasado y darle la vuelta a la página. No es un papel sencillo.

Suárez es un hombre de derecha, que supo construir el puente correcto para que la izquierda, llegara al poder, pero sobre todo, para que llegara a la institucionalidad y a la democracia en el sistema político español. Esta es quizá su mayor aportación.

Muchos méritos se ven a la distancia en la biografía de Suárez. El más claro: la tolerancia. El talante y el talento, de saber cómo y cuándo incluir a todos.

Con sus debilidades y contradicciones, Suárez entra a la historia porque sabe abrir la puerta en el momento correcto. Porque es oportuno y sabe incluir y convertirse a tiempo. Sabe hacer profesión de fe democrática.

La gran “apuesta del Rey”, como se le ha llamado, tras la caída de Carlos Arias Navarro, fue el conciliador moderado, con sentido común que entendió que había que hacer democracia con realismo. Como dijo ante las Cortes había que: “Elevar a la categoría política de normal, lo que a nivel de la calle es simplemente normal.”

Cuando hay demócratas legítimos y genuinos, la democracia convierte y redime. La democracia real, la de verdad, nunca la hacen los puros, ni los dogmáticos. La democracia la hacen los pragmáticos. La construyen muchas veces hombres con pasado y antecedentes autoritarios. Los que conocen, comprenden y advierten que es necesario cambiar. Los que porque vivieron el autoritarismo, prefieren con pleno conocimiento de causa a la democracia.

Suárez es admirable porque fue un gran pragmático de la democracia.

El pasado franquista de Suárez era indispensable para construir la democracia española. Era inteligente hacerlo y entender el poder. Había que mediar y ceder para construir. Había que saber olvidar y perdonar. Era necesario reconstruir desde ahí.

En el libro de Javier Cercas, uno de los pasajes más interesantes es la crónica del acercamiento con las oposiciones, pero muy en especial, entre Adolfo Suárez y Santiago Carrillo. Porque ese hecho es quizá el momento estelar de reconciliación y perdón entre los españoles. Porque esos contactos entre izquierda y derecha son el símbolo que implicaba un sacrificio. Son el gesto que representaba perdonar muertos y agravios, de ambos lados, para construir un bien mayor que era la democracia. Aquellos encuentros son los que abren la puerta para la legalización del Partido Comunista, con todo lo que eso significaba para grupos ultraconservadores cercanos al poder y al franquismo.

Victoria Prego en el famoso y premiado texto “Presidentes” recordaba: “Nada más cerrar la formación del nuevo gobierno (…) Adolfo Suárez dedica la mayor parte de sus esfuerzos a establecer contactos con los representantes de la oposición. A lo largo del mes de julio recibe por separado a Luis Gómez Llorente, Raúl Morodo, Enrique Tierno Galván, Josep Pallach y Joan Reventós, miembros de distintos partidos socialistas existentes en esos momentos en España; los democratacristianos Joaquín Ruiz Giménez, José María Gil Robles y Fernando Álvarez Miranda, y al líder de Convergencia Democrática de Catalunya, Jordi Pujol. El 10 de agosto se produce la primera y quizá más importante entrevista que el presidente Suárez ha celebrado hasta ese momento: la que tiene lugar con el joven líder del PSOE: Felipe González.” (…)

“En el mes de agosto de 1976, el presidente de Gobierno autoriza a un enviado suyo a entrevistarse en Francia con Santiago Carrillo.” (…) No son contactos en los que se alcancen acuerdos políticos de importancia: la importancia esta simplemente en su propia existencia porque a partir de ellos se iniciará el proceso más difícil, peligroso y delicado, pero también más determinante de la transición política de España a la democracia.”

Suárez tiene varios momentos estelares en la transición española. Pero uno de los más relevantes es el del negociador que construye un proceso de diálogo con todas las oposiciones, que da como resultado una nueva Constitución de 1978. Pero sobre todo me parece relevante su diálogo e intercambio con Santiago Carrillo. Ese era el gran reto de la transición española. Ese parece que es el hecho que marca todo el proceso. Que permite la reconciliación de una nación y de varias generaciones.

Al final ¿De qué se trata la democracia? La democracia no consiste en vencer hasta eliminar, sino convencer hasta sumar. La democracia busca convertir al autoritario en demócrata. En esa lógica, Suárez nos da una gran lección de democracia, en la historia de las transiciones.

Por supuesto que cada transición es única e irrepetible y las comparaciones suelen ser chocantes y molestas. Es clara y obvia la singularidad de cada proceso de construcción democrática. Pero la política comparada, la revisión de distintas experiencias y el análisis de otras transiciones nos ayudan a enriquecer el juicio para, en la medida de lo posible, tratar de experimentar en cabeza ajena…

América Latina aprendió mucho de aquella transición y de aquella generación de demócratas. La transición española siempre fue buena maestra. Y sus protagonistas se convirtieron en precursores y en caudillos culturales de nuestras transiciones. Adolfo Suárez nos enseñó mucho. Aunque parece que todavía nos quede mucho que aprender de aquella tolerancia y aquellos diálogos y acercamientos entre opositores. Ese parece que sigue siendo el nudo, la debilidad y el gran talón de Aquiles, de casi todas las democracias latinoamericanas.

Como dice Joaquín Sabina en la canción Con la frente marchita: “No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió…”

Ese es el tipo de nostalgia que dan los encuentros que no se dieron, los que jamás existieron y siguen sin existir, entre muchos adversarios y opositores políticos, en varios países de América Latina, incluyendo México por supuesto. En esos desencuentros se explican casi siempre, la lentitud, la mala calidad y el mal funcionamiento de varias de las democracias latinoamericanas.

 La democracia se hace frágil cuando los contrarios no se encuentran. Suárez es una lección de construcción con los opositores. Me quedo con ese Suárez. El Suárez flexible, el del diálogo. Pero el que junto con Santiago Carrillo y Gutiérrez Mellado se queda firme en su lugar en el Congreso, al escuchar las balas en aquel golpe del 23F. Un Suarez que no se agacha, que no se tira y que no se esconde. Porque la flexibilidad de Suárez no era debilidad, era claramente, convicción democrática.

Suárez fue un demócrata. Murió un gran demócrata español. Un personaje inolvidable. Desde nuestra transición, desde nuestra democracia, recordamos la deuda con el demócrata Adolfo Suárez.

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