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Columna
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El final de la calle

Nadie creía en estas nuevas conversaciones de paz entre Israel y Palestina cuando empezaron hace nueve meses con el propósito de alcanzar el acuerdo definitivo a mitad de 2014

Lluís Bassets
El presidente palestino, Mahmud Abás, pide la adhesión a 15 organismos internacionales en el seno de la ONU.
El presidente palestino, Mahmud Abás, pide la adhesión a 15 organismos internacionales en el seno de la ONU. ATEF SAFADI (EFE)

Nadie creía en estas nuevas conversaciones de paz cuando empezaron hace nueve meses con el propósito de alcanzar el acuerdo definitivo a mitad de 2014; nadie ha creído en ellas mientras se ha mantenido la apariencia de que se negociaba; y cuando están a punto de romperse definitivamente, apenas el secretario de Estado John Kerry cree todavía en la posibilidad de que israelíes y palestinos prorroguen las conversaciones más allá de la fecha del 29 de abril, y menos que sean capaces de alcanzar un acuerdo ni ahora ni nunca sobre el reconocimiento de los dos Estados, uno para los palestinos y otro para los judíos, viviendo en paz y seguridad.

Es el final de la calle. Lo que viene después no se conoce. Las circunstancias serán distintas. Rusia juega con otro reglamento y otras ambiciones tras la anexión de Crimea: poco se puede esperar del futuro en la región del Cuarteto, la formación diplomática que la incluye junto a Estados Unidos, Unión Europea y Reino Unido. El mundo árabe ha mutado, fruto de la primavera y luego del invierno militar. Los occidentales disminuyen en peso e influencia a ojos vista. Con un Irán reconocido internacionalmente como ya se atisba, perderán pie los radicales palestinos. El presidente palestino Mahmud Abbas, con 80 años a cuestas y sin legitimidad (las últimas elecciones presidenciales fueron en 2005) prepara el portazo que salve su dignidad.

Israelíes y palestinos se enfrentan al naufragio quizás definitivo de las conversaciones de paz

El motivo de la actual ruptura afecta a los únicos resultados tangibles obtenidos. Israel no ha liberado el último grupo de 26 presos palestinos de los 104 a los que se había comprometido y la Autoridad Palestina ha incumplido su compromiso de aplazar la firma de las convenciones y tratados de Naciones Unidas que le permitirán acudir al Tribunal Internacional de La Haya para acusar a Israel por la ocupación ilegal de Cisjordania. Ambas medidas, la salida de presos condenados por crímenes de sangre anteriores a los acuerdos de Oslo y la renuncia a llevar a Israel ante la justicia internacional, fueron las bazas de confianza entregadas al empezar las conversaciones y son lo único que quedará de ellas: la libertad de unos veteranos palestinos y el tiempo comprado por Israel para eludir a la justicia internacional.

Kerry quería un acuerdo definitivo; luego se conformó con unos parámetros para seguir negociando; y ahora lucha a brazo partido para que las dos partes sigan sentadas hasta 2015 aunque no exista sustancia sobre la que quieran negociar. Al borde del fracaso, ha mostrado la carta de la desesperación: la liberación de Jonathan Pollard, uno de los mayores espías de la historia, que vendió diez metros cúbicos de papeles secretos a Israel entre 1981 y 1985 y cumple una condena de 30 años. Israel podría incluir en el regalo a 400 presos palestinos más y una congelación de los asentamientos que excluyera Jerusalén. Mucho para un puñado de tiempo sin horizonte.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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