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El ministro de los recortes se confiesa

“No tengo ni idea de lo que pensé cuando dejé el Gobierno”, dice en un libro Vítor Gaspar, el responsable portugués de Finanzas entre los años 2011 y 2013

Antonio Jiménez Barca
Vítor Gaspar, exministro de Finanzas de Portugal, en octubre de 2012.
Vítor Gaspar, exministro de Finanzas de Portugal, en octubre de 2012.N. P. (Cordon Press)

Vítor Gaspar (Lisboa 1960) fue ministro de Finanzas de Portugal desde junio de 2011 hasta el 1 de julio de 2013, día en que dimitió, por sorpresa, por medio de una algo enigmática carta. Hasta ese momento personificó como nadie la política de recortes y ajustes que el Gobierno conservador del primer ministro, Pedro Passos Coelho, emprendió desde el primer momento. Fueron dos años en los que el país se depauperaba día a día mientras iba ganando crédito ante los mercados. Gaspar no pertenece a ningún partido político y es un economista profesional, fajado en el Banco Central Europeo, en el Banco de Portugal y en el Ministerio de Finanzas.

Es estudioso, culto, obsesivo, ordenado, meticuloso, trabajador (sólo descansaba los sábados por la mañana, en que jugaba al tenis con maniática regularidad), frío y gasta fama de insensible. No del todo falsa: a la pregunta de qué sintió camino de casa la noche en que dimitió, responde claramente con su estilo parco marca de la casa: “No tengo ni idea”. Había llegado allí dos años antes determinado a convencer a esos mercados de que Portugal pagaría sus deudas. Y frío y casi insensible.

“En una crisis financiera, en la que falta el financiamiento externo, estoy convencido de que el país deudor tiene que dar prioridad a la recuperación de la credibilidad”, asegura. Sus ruedas de prensa se caracterizaban por el inusual interés que despertaban. También por cómo el propio Gaspar las desactivaba a base de responder con un tono mortalmente monocorde y deliberadamente monótono, trufado además de expresiones técnicas, de modo que conseguía adormecer al más voluntarioso becario. Ahora, en una larguísima entrevista convertida en libro por la periodista Maria João Avillez, el exresponsable de las finanzas portuguesas justifica los recortes y los ajustes, asegurando que la situación de Portugal, tras pedir el rescate de 78.000 millones de euros a la troika en abril de 2011, era crítica. “La alternativa” a ese plan masivo de austeridad “era la bancarrota desordenada”.

Gaspar recuerda que la crisis de Portugal se incubó muchos años atrás, desde la entrada en el euro, moneda a la que la economía portuguesa no se adaptó bien: “Tanto en el sector privado como en el público se recurrió al endeudamiento para financiar el consumo, acarreando en muchos casos una inversión muy poco productiva. La facilidad de acceso al crédito enmascaró la realidad”. Y añadió: “A esto se unió la falta de prudencia en los presupuestos de 2009 [del Gobierno socialista de José Sócrates]”.

Añade que con la crisis griega, todo se agravó, pero que los políticos portugueses, en aquel momento, 2010, no fueron conscientes de los riesgos. Esto llevó inevitablemente a Sócrates a pedir en mayo de 2011 un préstamo de 78.000 millones de euros a la troika (Unión Europea Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) después de firmar ciertas condiciones. Según Gaspar, no tenía apenas margen: “Una crisis de deuda siempre va de la mano de un calendario. Y Portugal tenía un vencimiento de deuda extranjera en junio de ese año”.

En relación con las medidas impopulares que, según él, Sócrates y su Gobierno debían de haber acometido antes, recuerda una frase “reveladora” atribuida al que por entonces era presidente del Eurogrupo Jean-Claude Juncker: “Todos sabemos lo que tenemos que hacer. Lo que no sabemos es cómo ser reelegidos después de hacerlo”.

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Tras unas elecciones en junio de 2011, Passos Coelho, elegido primer ministro, le pidió que se ocupe del poco agradable papel de ministro de Finanzas de un país intervenido, endeudado y comprometido a devolver lo prestado. Aceptó. “Hay momentos en los que no se puede decir que no ¿verdad?”, asegura.

Después confiesa cuál fue su principal objetivo desde que asumió el cargo: “La necesidad de garantizar la solvencia del país (…), ante nuestros acreedores, ya fueran oficiales, esto es la troika, o privados, es decir, los mercados”.

Asegura que los sacrificios y los recortes eran “inevitables” y que, con todo, el Gobierno trató de minimizar el impacto en los más débiles y que consiguió, en contra de lo que afirma la oposición, que la troika rebajara sus imposiciones de déficit a fin de no apretar más a la población. Sin olvidar, añade, que la prioridad del Gobierno “era la defensa de los intereses del país, incluido, destacadamente, la viabilidad del propio plan de ajuste”.

Critica a quienes culpan a la troika: “Los acreedores internacionales no nos impusieron nada. Fuimos nosotros los que pedimos ayuda. Por eso me resulta curioso que les tratáramos con hostilidad”.

En septiembre de 2012, una nueva medida de ajuste concebida por él (recorte general de sueldos y menor carga fiscal para algunos empresarios) encaminada, según su criterio, a impulsar la economía, sacó a cientos de miles de personas a la calle. Gaspar presentó la dimisión al primer ministro. Pero éste le pidió que aguantara. Lo hizo hasta junio del año siguiente, en el que ciertas divergencias políticas con otros miembros del Gobierno convirtió su marcha en irrevocable. Portugal decía adiós al ministro puntilloso del recorte incesante.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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