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Conflicto Israel-Palestina

El proceso de paz agoniza (otra vez)

Las horas finales del periodo de negociación entre israelíes y palestinos impulsado con vigor por EE UU se esfuman sin ningún síntoma de vida

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, escucha al Ministro de Seguridad Interior, Isaac Aharonovich.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, escucha al Ministro de Seguridad Interior, Isaac Aharonovich. sebastian scheiner (efe)

La enumeración de los constantes fracasos negociadores con Israel fue tan prolija y correosa que parecía eternizase tanto como el propio conflicto y su proceso de paz. Pero Mahmud Abbas, el casi octogenario presidente de la Autoridad Palestina, también trató de exponer alguna esperanza ante los casi 90 representantes de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y las decenas de diplomáticos internacionales convocados el sábado en la Mukata, sede del Gobierno palestino en Ramala (Cisjordania).

Palestina es un solo Estado”, aseguró entre aplausos, cuyos dirigentes hablarán con una sola voz gracias al pacto firmado la semana pasada entre la OLP, que él dirige, y el partido islamista Hamás, que gobierna la pauperizada franja de Gaza desde la corta guerra civil palestina de 2007. Bajo una gran bandera palestina adornada con su efigie y la de Yasir Arafat, Abbas acusó a Israel de usar la anunciada reconciliación como coartada para suspender unas negociaciones de paz que ya daban por muertas. “Por fin”, dijo Abbas parodiando un gesto de victoria, “consiguen lo que querían”.

El Gobierno israelí acusa la OLP de haber enterrado el proceso al pactar con Hamás. El partido islamista no ha reconocido la existencia del Estado de Israel y se ha propuesto su destrucción. Abbas promete, sin embargo, que el Gobierno de unidad palestino que presidirá si se formaliza el pacto de reconciliación con Hamás “asumirá los compromisos” alcanzados por la OLP. Como la renuncia a la violencia o el reconocimiento del Estado israelí.

Un fracaso con réditos para Netanyahu

Para el Gobierno del conservador Benjamín Netanyahu, las culpas están repartidas: el presidente de la Autoridad Palestina y líder de la OLP Mahmud Abbas rompió la baraja, según el primer ministro israelí, cuando pactó con Hamás. La tesis cierra los ojos a la opinión internacional y a la decepción de una parte considerable de la población israelí.

El domingo, la jefa de la diplomacia europea Catherine Ashton dijo a través de un portavoz que “la reconciliación de los palestinos bajo la dirección de Abbas es un requisito indispensable” para que se resuelva el conflicto. El secretario de Estado estadounidense, John Kerry, había dicho hace pocas semanas que Israel “saboteó” el proceso de paz que él impulsó desde verano. Su negativa a excarcelar a la cuarta tanda de prisioneros palestinos como había pactado y la pertinaz construcción de viviendas en la Jerusalén ocupada pusieron varios clavos en el ataúd del proceso.

Los patrocinadores de la negociación están, según todas las fuentes, poco menos que furiosos con su fracaso. A Netanyahu, sin embargo, podrían beneficiarle dos de sus consecuencias. La politóloga de Jerusalén Naomi Chazan destaca que el primer ministro puede ahora “sacudirse el sambenito” del hipotético fracaso o del más complicado éxito de las negociaciones ante los partidos que conforman su Gobierno. Por un lado, los más conservadores de la coalición habían amenazado con abandonarla si liberaba a más prisioneros o detenía la construcción de asentamientos. Por otro, un abandono unilateral de la mesa negociadora habría sacado del Gobierno a los partidos a la izquierda del Likud de Netanyahu. A “corto plazo”, dice Chazan, esto le dará “alguna estabilidad” a un Ejecutivo frágil.

El medio plazo es otra cosa. Si Israel termina de fundir los plomos de la Autoridad Nacional con su presión constante, Abbas podría terminar por “devolver las llaves” a la potencia ocupante. Este caso extremo supondría un desastre económico para Israel. Sin llegar a tanto, la situación podría seguir tensándose si los palestinos prosiguen su ofensiva diplomática en la ONU y promoviendo el boicoteo a los productos israelíes.

Abbas se negó en cambio a reconocer a Israel como “Estado judío”, una de las condiciones de paz dictadas el primer ministro israelí, el conservador Benjamín Netanyahu. Los palestinos temen las consecuencias para la minoría árabe en Israel. Abbas levantó aplausos de los representantes de la OLP: “No lo vamos a admitir; que vayan si quieren a la ONU y le cambien el nombre a su país”.

Mañana martes termina el plazo de las negociaciones de paz que el secretario de Estado estadounidense, John Kerry, impulsa denodadamente desde julio. Para Washington, admitir el final de este nueva iniciativa supone reconocer otro revés internacional mientras se agrava la crisis en Ucrania y la sangría en Siria. El presidente Barack Obama se refirió el viernes a la conveniencia de una “pausa” en el proceso, pero el final definitivo de los esfuerzos relegará el conflicto en la agenda política estadunidense por muchos años. Para los patrocinadores, ambas partes en liza tienen culpa en el agotamiento del proceso.

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Desde el expeditivo y violento reparto territorial de 2007 —Cisjordania para el partido Al Fatah y la OLP de Abbas; la franja de Gaza, para Hamás— los palestinos han anunciado varios procesos de unidad fracasados. Abbas preside solo una parte de un país dividido y ocupado militarmente que aspira a establecer su propio Estado. El sábado reconoció con flema su fracaso en el intento de que la ONU lo acoja como miembro de pleno derecho.

En su largo discurso ironizó Abbas sobre la “facilidad para la sorpresa” de israelíes y estadounidenses, que se dijeron estupefactos ante su acuerdo de reconciliación con Hamás. El domingo quiso darles una nueva ocasión para la sorpresa al admitir, en un documento publicado en inglés y en árabe, que “el Holocausto es el crimen más atroz perpetrado en la era moderna”. Destaca que los padecimientos de los judíos bajo la dictadura nazi fueron “consecuencia de la discriminación y el racismo, conceptos que los palestinos rechazan y combaten”.

El jefe del Gobierno de Israel respondió a este gesto asegurando que “Hamás niega el Holocausto y aspira a perpetrar uno nuevo mediante la destrucción del estado de Israel”. Netanyahu insistió en que Abbas todavía puede elegir entre “una auténtica paz con Israel” o aliarse con Hamás.

Abbas no ve contradicción. Sí admite que su Gobierno precisa de “legitimación” mediante unas elecciones democráticas. Hace “siete años”, dijo el sábado, que no se vota en Palestina. Alguien entre el público recordó que ya pasan de ocho y él le agradeció “que lleve la cuenta”.

Su mandato presidencial expiró en 2009. Resultó elegido en 2005, un año antes de que los islamistas de Hamás ganaran las elecciones parlamentarias que precedieron a la guerra civil. Los palestinos se han dado ahora cinco semanas para formar el Gobierno de unidad. Su misión principal es la convocatoria de elecciones antes de medio año.

Si el acuerdo prospera, Abbas recuperará apoyos entre los palestinos de Cisjordania, cansados de negociaciones sin salida. Hamás, por su parte, sólo puede ganar rompiendo su aislamiento en Gaza, cuyos límites están bloqueados por tierra, mar y aire por Israel. El golpe de Estado que el pasado verano terminó con los Hermanos Musulmanes en Egipto dejó a Hamás sin apoyos inmediatos en la región. Abbas, su archienemigo interno hasta la semana pasada, encarna ahora cierta esperanza.

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