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La batalla del cirílico corroe Croacia

La pugna sobre los derechos lingüísticos de la minoría serbia en Vukovar despierta viejos fantasmas en un país agotado por cinco años de recesión

Andrea Rizzi
Manifestación contra el uso del cirílico en Vukovar.
Manifestación contra el uso del cirílico en Vukovar. ANTONIO BRONIC (REUTERS / Cordon Press)

Vukovar es la herida de guerra más fresca en las carnes de toda la Unión Europea. Todavía supura. En esta ciudad del este de Croacia arrasada por el asedio serbio de 1991, hasta las escuelas infantiles aún necesitan dos accesos: padres croatas y serbios no quieren ni pasar por la misma puerta.

Danijela Stankovic —mirada limpia, complexión menuda que sin embargo destila gran fortaleza— explica que los niños, segregados en clases étnicamente homogéneas, no interactúan ni siquiera durante los recreos en el patio común. “Como si hubiese una barrera invisible en el medio”, dice esta educadora de 29 años.

Cuando la guerra alcanzó Vukovar, a finales de agosto de 1991, Stankovic estaba a punto de empezar el curso de primaria; pero lo que empezó fue un espantoso asedio que no se apiadó ni del hospital local y que terminó el siguiente noviembre con una matanza de más de 250 civiles a mano de paramilitares serbios ante la pasividad de la entonces Comunidad Económica Europea. Tras varios años de vida como refugiada, Stankovic regresó a Vukovar, donde se convirtió en maestra y, posteriormente, en vicealcaldesa. La más joven de Croacia, dice en su despacho en el Ayuntamiento.

Un comité ha recogido 630.000 firmas para que se celebre una consulta

Vukovar, donde las marcas de los obuses serbios son todavía visibles en numerosos inmuebles, se estaba ya casi acostumbrando a un estado de agria pero pacífica segregación entre las comunidades croata y serbia cuando una nueva chispa ha encendido recientemente los ánimos. La iniciativa de las autoridades croatas de reconocer en el municipio el cirílico como alfabeto cooficial —tal y como requiere la ley nacional de protección de minorías en las zonas donde estas representen más de un tercio de la población— ha desatado una inquietante tormenta. Serbio y croata son prácticamente la misma lengua, pero el primero utiliza el cirílico y el segundo el alfabeto latino. El vendaval trasciende el término municipal, y sirve como punto de partida para comprender la Croacia actual, último miembro en incorporarse en la UE, el pasado julio.

Una plataforma de Defensa de la Vukovar Croata se opone de manera frontal a la medida. El grupo arranca o daña desde hace meses los carteles bilingües en las calles de la ciudad y pugna para que se celebre un referéndum sobre el derecho lingüístico. Dicen haber recogido para ello 630.000 firmas, en un país de 4,2 millones de habitantes. “Está pendiente por verificar si son todas auténticas”, comenta Vesna Pusic, ministra de Asuntos Exteriores de Croacia, en su despacho en Zagreb. “Pero está claro que en tiempos de dificultades económicas las pulsiones nacionalistas tienen el terreno abonado”. Croacia ha enfilado cinco años seguidos de recesión a partir de 2009.

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La consulta para limitar los derechos de las minorías se suma a otra del pasado diciembre para evitar que se reconozca el derecho al matrimonio entre homosexuales. “Es una auténtica ofensiva de la extrema derecha que ha detectado en los referendos un instrumento valioso para afirmar su agenda”, dice Pusic. “Creo que detrás de ambas consultas están los mismos grupos”, dice la ministra. El Gobierno del que es miembro se opone al referéndum sobre derechos de minorías, cuya potencial celebración es objeto de complejos debates jurídicos.

En 1991, la ciudad fue sometida a un brutal asedio por las fuerzas serbias

Pero esta no es la enésima historia de la ultraderecha europea. Es una historia que ahonda sus raíces en los terribles sentimientos que brotan de una guerra que todavía no está del todo digerida. Ivana Milas, de la ONG Nansen Dialogue Center, cuenta que su organización lleva 10 años intentando abrir una escuela mixta en la que alumnos serbios y croatas estudien juntos. Pese al apoyo de Stankovic y otros, todavía no lo han logrado. “Es una cuestión política. La mayoría de la gente quiere pasar página. Pero incluso si piensas así, no puedes vencer las instituciones”, lamenta.

En los cuarteles generales del Comité para la Defensa de la Vukovar Croata, ante los retratos del expresidente Franjo Tudjman (1990-1999) y de los generales Ante Gotovina y Mirko Norac, Snjezana Patko, de 47 años, explica que ellos consideran un ultraje el reconocimiento de los derechos lingüísticos a la minoría serbia. “No tengo ningún problema con las demás minorías. Pero aquí las heridas están todavía abiertas. Hay cientos de desaparecidos sin hallar. Una mujer que anda por la calle puede toparse con un hombre que la violó y al que no se le ha castigado. Los serbios no quieren integrarse. ¿Por qué deberíamos otorgarles estos derechos? Primero que se haga justicia completa y que muestren buena voluntad”, dice esta mujer que luchó en la guardia nacional croata y que es hija de un desaparecido.

La comunidad serbia, naturalmente, rechaza esos argumentos y esgrime sus agravios. Las fuerzas croatas también cometieron crímenes de guerra durante el conflicto. En algunos casos la propia justicia croata ha condenado a los responsables.

“Nosotros luchamos para preservar nuestra identidad. Quieren asimilarnos. Los derechos lingüísticos están previstos por la ley. ¿Por qué la comunidad serbia no debería disfrutar de ellos?”, pregunta Dragan Crnogorac, 36 años, diputado de un partido serbio en el Parlamento de Zagreb y líder de la comunidad local. Aunque el Gobierno central se opone al referéndum, Crnogorac sostiene que su actitud era más colaboradora cuando Croacia todavía no estaba en la UE. La presión de Bruselas surtía más efecto entonces que ahora, dice.

El conflicto de Vukovar, naturalmente, es específico. Pero es el punto extremo de una red que toca nervios con mucho recorrido. Con su alto paro (un 25,5%), fuertes sospechas de corrupción en la política local, con su avanzada reconstrucción después de la guerra, su historia que muestra a la vez la impotencia de Europa en los conflictos y su importancia para elevar los estándares de calidad democrática, Vukovar parece un compendio de activos y pasivos de Croacia y la UE.

“La UE es la solución para nuestros problemas”, admite Dragutin Glasnovic, veterano de guerra, de 68 años, en los cuarteles generales del Comité para la Defensa de la Vukovar Croata. “Pero nosotros haremos todo lo posible para impedir que Serbia entre hasta que hayan cumplido todas las condiciones y se hayan condenado todos los crímenes”, dice. “Después será demasiado tarde”, añade.

La ministra Pusic cree que, no obstante las llamativas ofensivas contra derechos de homosexuales y minorías lingüísticas, “Croacia es una sociedad mucho más tolerante y multicultural que hace 10 o 15 años”.

Stankovic, la vicealcaldesa, observa que en Vukovar mucha gente ya no se fija en si la cafetería es serbia o croata para tomar algo; y que las parejas mixtas ya no son Romeos y Julietas. Pero, cuando se le pregunta si seguirá en política —el mandato de Stankovic estaba a punto de expirar cuando fue entrevistada, hace dos semanas, ya que Vukovar se dispone a celebrar elecciones municipales en las próximas semanas— manifiesta el cansancio por la enorme presión de las disputas locales y su deseo de volver a educar niños.

A poca distancia del Ayuntamiento, en la terraza de un café al lado del maravilloso Danubio, Lana Mayer, de 34 años, encarna la transición sin acabar de Vukovar. “Yo no me siento una Julieta”, dice. Su pareja es un hombre serbio. Tienen dos hijos. Pero no tienen una escuela mixta donde poder enviarlos a estudiar.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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