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Columna
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La mano rusa

Moscú busca anexar de facto el este de Ucrania, lo que tendría menor coste internacional

El guion de lo que ocurre en el este de Ucrania es demasiado familiar. De hecho, es idéntico al que llevó a la conversión de Bosnia-Herzegovina en un Estado aparentemente federal, pero en realidad fragmentado y fallido debido a la inexistencia de estructuras institucionales que pudieran asegurar el funcionamiento integrado del Estado. Esa federalización, consagrada en los acuerdos de la base de Dayton de 1995, fue un error mayúsculo: significó la conversión de una victoria sobre el nacionalismo serbio de Milosevic, finalmente derrotado, en el logro por parte de los serbobosnios de aquello por lo que habían luchado: la organización del país de acuerdo a líneas étnicas. Trágicamente, la cantonalización consagró y endureció las divisiones étnicas que se tenían que haber transcendido.

Ahora, la pendiente por la que nos deslizamos en Ucrania es la misma. Donde entonces tuvimos un aparato político-militar dirigido por Radovan Karadzic y Ratko Mladic, ahora asistimos también a la emergencia de estructuras políticas y militares paralelas como la autoproclamada República de Donetsk y el llamado Ejército Popular del Donbás. Algunos observadores externos siguen pensando, con una inocencia digna de encomiar, que todos estos movimientos e insurrecciones son espontáneos. Pero, como ocurrió en Bosnia en su momento, y el Tribunal Penal Internacional para los crímenes en la antigua Yugoslavia probó, están instigados y apoyados logística y políticamente desde el exterior, entonces Serbia, hoy Rusia.

La mejor prueba de ello nos la da el jefe militar de los rebeldes en toda la región de Donetsk y según los propios rebeldes, futuro comandante del Ejército de Novorosia (Nueva Rusia), esa reliquia del imperio zarista que puebla los discursos de Putin. Igor Strelko, responsable del secuestro de los observadores de la OSCE, a los que acusa de ser espías de la OTAN (nótese aquí otra similitud con los secuestros de cascos azules de la ONU por los serbobosnios), es el número 15 de la última lista de sancionados por el Consejo de la Unión Europea. Según nuestros 28 ministros de Asuntos Exteriores, este hombre, que no solo está “implicado en los incidentes de Sloviansk” sino que es el “asistente para cuestiones de seguridad de Sergey Aksionov”, autoproclamado primer ministro de Crimea, ha sido “identificado como perteneciente a la Dirección Central de Inteligencia del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de la Federación de Rusia (GRU)”, es decir el servicio de inteligencia del Ejército ruso. No lo dicen nuestros ministros en un pasillo, sino en el equivalente del Boletín Oficial del Estado de la UE (véase decisión 2014/238/PESC del Consejo en el Diario Oficial de la Unión Europea L/126/55 de 29 de abril de 2014 “relativa a medidas restrictivas respecto de acciones que menoscaban o amenazan la integridad territorial, la soberanía y la independencia de Ucrania”). El propio Strelko reconoció el 26 de abril en una entrevista al diario ruso Komsomolskaya Pravda que al menos un tercio de sus hombres eran “voluntarios” rusos y que tras liberar Crimea se disponían a continuar su tarea en Donetsk. Igual que en Crimea los soldados rusos iban sin insignias, en Ucrania los operativos de la inteligencia y fuerzas especiales rusas son fácilmente distinguibles por sus pasamontañas. Que nadie se haga ilusiones; Rusia está detrás de estos milicianos y su objetivo es claro: dado que la anexión formal del este de Ucrania tendría un coste internacional muy elevado, prefiere anexársela de facto. ¿El modo?: una cantonalización que integre de facto el este de Ucrania en Rusia y lo aísle del resto del país. Que nadie se llame a engaño.

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