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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Colombia saca la calculadora

La gran victoria de Óscar Iván Zuloaga puede acabar siendo insuficiente en segunda vuelta contra Juan Manuel Santos

El ganador de la primera vuelta en las elecciones presidenciales colombianas ni siquiera era candidato. Hace unos meses casi nadie sabía quién era Óscar Iván Zuluaga (O.I.Z. en el morse periodístico local), designado por el expresidente Álvaro Uribe para que le representara, como en un matrimonio por poderes, en la ceremonia electoral. Si ganaba sería un infiltrado, un topo en la presidencia que permitiera a su líder gobernar por control remoto, puesto que la Constitución no le consentía ser candidato.

Esa gran victoria puede, sin embargo, acabar siendo insuficiente en segunda vuelta contra el candidato presidente Juan Manuel Santos, y por ello la Colombia política, bastante reducida puesto que solo ha votado el 39% del censo, está calculadora en mano haciendo aritmética de sufragio.

El primer mérito es del propio Uribe porque lo que en cualquier otro país habría jugado en contra de Zuluaga -ser solo un escudero-, ha resultado todo un plus. El candidato se beneficiaba de no ser quien era sino quien representaba, y aparecer por ello nimbado por quien indiscutiblemente es el político más popular del país. En segundo lugar, Santos puede haber hecho una presidencia muy digna, pero ha sido un mal candidato. Escribía Marisol Gómez Giraldo en El Tiempo que no había sabido construir una narrativa convincente de su mandato; pero lo peor ha sido que se ha centrado casi exclusivamente en el proceso de paz, descuidando preocupaciones más cotidianas como seguridad ciudadana, empleo y servicios públicos, cuando la guerra contra las FARC afecta solo relativamente al elemento urbano, que constituye el grueso del exiguo parque de votantes. Y ceñirse demasiado a la liturgia de La Habana era dejar peligrosamente el timón electoral en manos de una guerrilla que ha demostrado incesantemente que ignora su propia conveniencia, y que se equivocaba si creía que el acuerdo sobre el narco, cerrado días antes de los comicios, bastaba como espaldarazo pre-electoral al presidente.

Pero la razón de fondo es otra. No se enfrentaban uribismo y santismo, sino uribismo y anti-uribismo. Y, por definición, parte con ventaja el credo que afirma antes que el que niega. El uribismo es una piña; sus votantes saben lo que quieren: lo más parecido a un caudillo, aunque de atavío democrático, que no acepte la impunidad de las FARC, y para ello acabe con las negociaciones cubanas y persiga un fin puramente militar del conflicto. Es un voto reservón, desconfiado y algo retro, pero claro y eficaz. El anti-uribismo, en cambio, es una amalgama de sentimientos no siempre compatibles, abocada a deserciones y vacilaciones de última hora. Solo una narrativa que las FARC hubiera hecho rápidamente exitosa podía haber federado tanta disparidad.

El éxito notable de dos candidatas, Marta Lucía Ramírez, líder del partido conservador, y Clara López, representante de una tenaz pero dividida izquierda, que empatan en el tercer lugar, junto con el concurso del último clasificado, Enrique Peñalosa, son quienes por medio de sus votantes elegirán en segunda vuelta al próximo presidente de Colombia. Santos ha jugado fuerte en la búsqueda de la paz. ¿Quiere Colombia quedarse sin conocer el final de la historia?

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