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El serial de la identidad secreta de los agentes de la CIA suma un nuevo capítulo

La Casa Blanca investigará la revelación por error del nombre del jefe de la agencia en Afganistán

Imagen de la sede central de la CIA, a las afueras de Washington.
Imagen de la sede central de la CIA, a las afueras de Washington.AP

En los últimos años la Casa Blanca ha criticado con dureza a quienes revelaban información confidencial sobre asuntos de seguridad de Estados Unidos. Desde las conocidas filtraciones de la exsoldado Chelsea Manning a Wikileaks, a las del exanalista de la CIA Edward Snowden, pasando por otros casos más menores de información facilitada a medios de comunicación. Pero ahora, paradójicamente, la propia Administración de Barack Obama ha sido culpable de lo que tanto criticaba.

Durante el viaje sorpresa de este fin de semana del presidente estadounidense a Afganistán la Casa Blanca desveló accidentalmente a miles de periodistas el nombre del jefe de la CIA en el país asiático, que, como en muchas otras localizaciones, se mantenía en secreto por cuestiones de seguridad. Un error de calado que la Administración trató de corregir rápidamente pero que podría obligar al alto cargo de la agencia de espionaje a abandonar Afganistán y que forzará cambios de protocolo. Una portavoz de Obama anunció este martes, en la primera valoración de los hechos, que el máximo asesor legal del mandatario investigará el error y hará recomendaciones para "garantizar" que no vuelva a ocurrir.

La identidad del jefe de la CIA estaba detallada en el listado de los 15 altos cargos estadounidenses con los que se reunió Obama durante su visita el domingo a la base aérea de Bagram, cerca de la capital, Kabul. El listado lo elaboró el personal de la embajada estadounidense en Kabul y fue enviado a un periodista del diario The Washington Post, que se encargaba ese día de elaborar el pool de prensa, la información del grupo de periodistas que cubre todos los actos de Obama y que la Casa Blanca envía -tras revisarla- a más de 6.000 periodistas para que puedan conocer todos los detalles de los eventos del presidente aunque no puedan cubrirlos presencialmente.

Al poco tiempo, cuando la Casa Blanca ya había redistribuido la lista a los suscriptores del pool, el periodista del Post descubrió que ésta incluía el nombre y el apellido del responsable de la CIA en Afganistán bajo la designación “jefe de estación”, que es la que se da a los altos cargos de la agencia en el extranjero. A instancias del reportero, la oficina de prensa de la Casa Blanca -que había revisado antes en dos ocasiones el listado- examinó si la inclusión del nombre se trataba de un error, pero lo descartó al haber recibido los detalles de la embajada estadounidense.

En 2003 fue la última vez que la Administración reveló el nombre de un agente de la CIA, pero entonces lo hizo de forma intencionada

Sin embargo, más tarde, tras consultar a altos cargos de la Administración, la oficina de prensa se percató de que la identidad del agente era confidencial y volvió a mandar -más de una hora después del primer envío- el listado pero sin el citado nombre. No obstante, la identidad del espía jefe ya circulaba en ese momento por Internet, aunque no ha sido difundida por los medios de comunicación.

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“Hay múltiples buenas razones para mantener en secreto el nombre de la persona en una posición como esa. En ese tipo de ambientes una de las razones es una posible amenaza física”, explica por teléfono Paul Pillar, analista de la CIA durante 29 años, hasta 2005, y que ahora es investigador senior de seguridad en la universidad de Georgetown y en el centro de estudios Brookings. El experto evita hacer un cálculo de cuántos agentes de la agencia de espionaje estadounidenses tienen nombres falsos, aunque lo califica de “algo corriente” y advierte que cuando se conoce la identidad real hay “más posibilidades” de que esa persona sea objeto de un ataque.

De hecho, en los últimos años se ha revelado la identidad de tres jefes de la CIA en Pakistán, lo que provocó que uno de ellos recibiera amenazas de muerte y tuviera que abandonar el país. En el caso de Afganistán es una incógnita cuál es la verdadera exposición al riesgo que pueda generar esta errática revelación. Por ejemplo, hasta qué punto el jefe de la delegación, integrada por cientos de personas, participa en misiones clandestinas de alto riesgo fuera de la embajada estadounidense.

El otro único caso reciente en que ha sido la Administración la que ha desvelado la identidad de un agente de la CIA es el de Valerie Plame. Pero entonces no fue un accidente, sino completamente intencionado. En 2003 la identidad de esta exagente fue revelada por un miembro de la Administración de George W. Bush que buscaba desacreditar a su marido, un exembajador que criticó la decisión de invadir Irak. Por ello, Lewis Scooter Libby, un alto asesor del exvicepresidente Dick Cheney, fue condenado a 30 meses de prisión, aunque más adelante la pena fue revocada por Bush.

El Gobierno Obama ha destacado por reaccionar con contundencia a cualquier filtración de información secreta a medios de comunicación

Plame aprovechó el incidente de Afganistán para mostrarse sarcástica en su cuenta de Twitter. "Increíble", escribió el lunes sobre la revelación accidentada. El error también fue criticado por el senador republicano Pete Hoekstra, expresidente del comité de inteligencia de la Cámara de Representantes. "[Obama] lleva casi seis años de presidencia, y para un equipo experimentado hacer este tipo de errores es bastante inexcusable", deploró.

En enero de 2013 también fue condenado a 30 meses de prisión el exagente de la CIA John Kiriakou, que se convirtió en el primer miembro de la agencia encarcelado por haber compartido información clasificada con un periodista. Ante las acusaciones del departamento de Justicia, Kiriakou, que abandonó la CIA en 2004, se declaró culpable de haber facilitado el nombre de un cargo protegido, que llegó a algunos de los presos detenidos en el penal de Guantánamo por terrorismo.

Los cargos se basaron en una ley aprobada en 1982, tras varios años de revelaciones, que tipifica como delito la divulgación de forma intencionada de información sobre identidades de inteligencia. A la validación de la norma -que establece una pena máxima de diez años de cárcel- se opuso entonces el senador demócrata Joe Biden, vicepresidente de EE UU desde la llegada de Obama a la Casa Blanca en 2009, porque era demasiado “amplia” al poder perseguir a las personas que “maliciosamente publicitan” los nombres de agentes, pero también a “periodista legítimos que exponen cualquier corrupción, infracción o inaptitud que ocurre en las agencias de inteligencia americanas”.

Paradójicamente, 30 años después, la Administración que integra Biden ha destacado por su inusual contundencia ante cualquier filtración secreta a medios de comunicación, aunque esto haya implicado cercenar la libertad de algunos periodistas. Hace casi un año, Edward Snowden, al destapar el espionaje masivo de la NSA, se convirtió en la séptima persona imputada por filtrar información secreta a los medios de comunicación desde que Obama llegó a la Casa Blanca.

Un poco antes, a mediados de mayo, se supo que el departamento de Justicia recopiló de forma secreta los registros de al menos 20 líneas telefónicas de periodistas de la agencia de noticias Associated Press durante abril y mayo de 2012 en el marco de una investigación criminal para descubrir la posible fuente dentro de la Administración Obama que filtró actividades antiterroristas del Pentágono en Yemen.

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