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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El primer golpe en el tablero socialista

Varsovia fue el prólogo del derrumbe de los regímenes del Este, no la caída del Muro de Berlín

Las elecciones parlamentarias polacas del 4 y el 18 de junio de 1989, de cuya celebración se cumplen ahora 25 años, fueron unas elecciones auténticamente singulares. Lo fueron por el momento histórico, irrepetible, en el que se plantearon: aquel instante fugaz de la primavera y el verano de 1989 en el que la glasnost (apertura informativa) impulsada por Gorbachov ya había dejado entrever las incurables dolencias del régimen soviético, pero en el que plantear un desafío frontal al statu quo salido de Yalta constituía aun un atrevimiento inimaginable.

Lo fueron por las reglas del juego, concienzudamente amarradas por el régimen, con las que se habrían de dilucidar: unas reglas que garantizaban al Partido Comunista y a sus organizaciones satélite, cualquiera que fuese el sentido del voto popular, la obtención de al menos 299 de los 460 escaños de la Cámara Baja, y que solo consentían la libre disputa del 35% restante y de los escaños de un Senado de influencia claramente secundaria.

Lo fueron por sus resultados, cuya contundencia convirtió en timoratas hasta las predicciones más atrevidas. Los candidatos de Solidaridad lograron hacerse con todos y cada uno de los escaños en juego en la Dieta, y con 99 de los 100 que conformaban el Senado, sometiendo al Partido Comunista a una humillación de la que jamás se recuperaría y demostrando hasta qué punto la voluntad de cambio de los polacos constituía un clamor unánime.

Y lo fueron, en última instancia, por sus consecuencias, que rápidamente trascenderían el hecho —ya de por sí histórico—, de que por primera vez en cuatro décadas se conformase en un país de la Europa Oriental un gobierno no comunista para, desbordando las fronteras de Polonia, servir a la vez de modelo de acción y de programa de mínimos a cuantos en el resto de los países de la región andaban ya buscando su propio camino hacia la democracia.

Y es que, por más que la caída del Muro de Berlín constituya en el imaginario colectivo de los europeos el momento de mayor calado simbólico de todo el vasto proceso de reformas políticas, sociales y económicas que marcaron el hundimiento del sistema socialista y permitieron la plena democratización del continente europeo, lo cierto es que el primer paso de ese proceso no lo dieron tanto los alemanes en el otoño, como los polacos en la primavera de 1989. En ese dominó que fueron los procesos de transición a la democracia en la Europa del Este, cuyo resultado último es la Europa atribulada y empobrecida, pero libre y reunificada en que ahora vivimos, otras piezas cayeron con más estrépito y mayor dramatismo. Pero sin duda el primer golpe sobre el tablero lo dieron los electores polacos aquel 4 de junio.

Carlos Flores Juberías es catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Valencia y editor de Europa: Veinte años después del Muro (Plaza y Valdés, 2009).

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