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Columna
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El misterioso silencio de los 15 millones de brasileños de sangre española

¿Qué influencia tuvieron y siguen teniendo en el desarrollo económico, cultural y humano de Brasil esos ciudadanos?

Juan Arias

Estos días, mis amigos brasileños me preguntan si en esta Copa voy a torcer por España o por Brasil. Más difícil debe resultarles responder a esa pregunta a los millones de descendientes de españoles, hoy brasileños a todos los efectos.

Se calcula que, en Brasil, 15 millones de ciudadanos son descendientes de españoles y sobre ellos se extiende curiosamente un velo de misterio y silencio. ¿Dónde están? ¿Qué hacen? ¿Se sienten brasileños de pleno derecho o aún españoles? ¿Qué influencia han tenido y siguen teniendo en el desarrollo económico, cultural o simplemente humano de este país? ¿Quiénes eran los 750.000 españoles que desde la independencia de Brasil hasta hoy llegaron aquí en busca de trabajo? ¿Existe alguna razón sociológica que justifique ese vacío de información?

Vivimos en una sociedad donde se multiplican los estudios científicos e históricos sobre casi todo y sin embargo existe un especial vacío de conocimiento sobre esos 15 millones de descendientes de españoles que viven casi en el anonimato en este país a pesar de ser el grupo de origen extranjero más importante después de italianos y portugueses. La falta de información hace que las cifras hablen a veces de 15 y a veces de 10 millones de brasileños de sangre española.

Habría que preguntarse por qué no existen estudios serios en las Universidades españolas y brasileñas sobre este tema. No digo que no los haya en absoluto, sino que no existen en la medida en que el fenómeno lo exigiría.

Mi experiencia es pequeña y puramente personal, con solo 15 años en Brasil, pero he podido observar que entre brasileños, españoles y sus descendientes existe una especie de real connivencia. Pocas veces o ninguna he escuchado críticas o mofas de los brasileños relativas a los españoles, a no ser que somos a veces un poco arrogantes. Menos guasas sin duda que, por ejemplo, hacia los portugueses, cuyos lazos con Brasil son mucho más profundos no solo porque fueron fundamentalmente quienes descubrieron que existía este gran país, sino por la ventaja de hablar un mismo idioma.

Lo mismo he advertido, al revés, en relación a los españoles y descendientes hacia el país que un día acogió a sus padres y en el que hoy están insertados: una clara simpatía hacia Brasil y los brasileños.

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Quizás nunca sabremos qué parte han tenido esos descendientes de españoles en crear entre los brasileños esa simpatía recíproca que perdura hasta hoy. Curiosamente, fueron las gentes de las dos regiones extremas de España (Galicia en el norte y Andalucía en el sur) las que llegaron en mayor número a Brasil en busca de una vida mejor, aunque no siempre la encontraran. Eran entonces dos regiones mordidas por la pobreza y movidas por el acicate de hallar de la otra parte del Atlántico una vida menos miserable. Se dirigieron primero a los países latinoamericanos de lengua española y después a Brasil.

Hay quien pretende descifrar el misterio del vacío de información que existe sobre la influencia de la inmigración española en Brasil, por el hecho de que se trataba de gentes muy pobres, una mano de obra no especializada, que no consiguió hacerse notar en la sociedad que contaba entonces en este país. En las grandes plantaciones de café los españoles acabaron incluso sustituyendo a los antiguos esclavos africanos.

Si eso podría hasta tener una base de realidad entre los españoles de la primera generación, no significa sin embargo que se haya podido perpetuar entre sus descendientes. Hay en el Brasil de hoy descendientes de aquellos imigrantes pobres sin fuerza social, insertados en la sociedad que cuenta y están presentes en las grandes empresas y en el mundo de la cultura. ¿Por qué entonces ese silencio?

En espera de que los expertos se decidan a estudiar científicamente ese vacío histórico, me atrevo a hacer una sugerencia puramente personal: los 750.000 españoles pobres que llegaron desde España a Brasil desde la colonización a hoy dejaron pronto de sentirse solo españoles para fundirse con los nativos, llegando a considerarse parte de la misma comunidad. Un dato interesante confirmaría mi intuición: el 64,7% de los varones llegados de España se casaron en seguida con brasileñas, y el 47,2% de las mujeres lo hicieron con brasileños. Ello hace pensar que la siguiente generación, la de sus hijos, pudo haber hecho lo mismo.

¿Y qué pasa hoy con esos 15 millones de descendientes de españoles que viven dentro de la piel brasileña? Sin duda, aún sin datos oficiales, viven formando parte del pueblo brasileño, se sienten y son brasileños, se han integrado en su cultura, su gastronomía y el modo de vida del país más que otros extranjeros.

Quizás ello desvele el misterio de que se hable tan poco de lo que significan para este país. Sencillamente, porque se sienten y son brasileños de alma y cuerpo.

¿Habrán perdido entonces las saudades por sus orígenes? ¿Habrán olvidado los hijos y nietos de gallegos, por ejemplo, la atávica morriña por su tierra, un seudónimo de la saudade brasileña? Sin duda que no, pero ya no viven -sobre todo las nuevas generaciones de origen español- atrapados en aquellas nostalgias que quizás vivieron en un primer momento sus padres y abuelos.

Hoy esos 15 millones, que al parecer se agrupan sobre todo en São Paulo, Río, Bahía y Rio Grande do Sul, son a todos los efectos hijos de este país para bien y para mal. De ahí, quizás, la paradoja del misterio de su silencio y de su invisibilidad en la historia actual de este país.

Todo me hace pensar que, en una final entre Brasil y España, esos millones de descendientes de españoles tendrán el corazón partido y al final serán igual de felices si gana cualquiera de los dos equipos. Y a lo mejor, muchos de ellos hasta prefieren que gane Brasil.

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