De Tiananmen a Normandía
En un mundo líquido, es también líquida la política exterior de Washington
Lecciones de historia en dos aniversarios: el cuarto de siglo transcurrido desde el aplastamiento de la primavera china en la plaza de Tiananmen, y los 70 años del desembarco aliado en las playas francesas de Normandía, que sellaría 11 meses después el derrumbe del nazismo. Con la diferencia de que China no se enfrenta a su historia: la borra con una ola de represión, y Europa con espíritu forense vuelve sobre ella, como lo hará en agosto al cumplirse el centenario de la Primera Guerra Mundial.
A pesar de que damos por hecho que el centro de gravedad del poder mundial se ha trasladado de Europa a Asia, el primer presidente estadounidense del Pacífico regresa al viejo continente, a una Europa que difícilmente entiende —“a veces me confundo con la Comisión Europea, el Consejo Europeo y el Parlamento”—, señalando que EE UU no se repliega del mundo y defenderá a sus aliados. Por primera vez desde la caída del Muro de Berlín, cuando el poderoso pero ya no hegemónico duda, Rusia y China retan a la aún única superpotencia.
China, blindada por un sistema represivo de partido único que no debe explicaciones a sus ciudadanos, se legitima con el crecimiento económico, busca asentar su hegemonía en su mar meridional impidiendo al tiempo que Washington incremente su presencia en el Pacífico, encerrándola en un abrazo de alianzas regionales prooccidentales. Xi Jinping, que no va a ser el Gorbachov de China, ha decretado la amnesia sobre la matanza perpetrada en Pekín por el Ejército, en la noche del 3 al 4 de junio de 1989. Si hubiera vencido la protesta de Tiananmen hubiéramos tenido una guerra civil, reconoció Deng Xiao Ping, quien tres años después lanzó su revolución económica convencido de que el colapso de la URSS se había producido por la incapacidad de sus dirigentes de enriquecer a la población.
Sin el apoyo de EE UU —2.400 soldados estadounidenses murieron o resultaron heridos el Día D— Hitler hubiera ganado la guerra. Lo que ocurrió en las playas francesas definió el mapa de Europa en la posguerra, de otra forma el Ejército Rojo hubiera llegado hasta el Rin o incluso más hacia el oeste, en opinión del historiador británico Anthony Beevor en la BBC. Hoy, Obama promete contener el expansionismo nacionalista ruso en la frontera este de Europa. Da un doble salto mortal: garantizar la seguridad de Polonia y los países bálticos, tratando de mantener la difícil unidad de Europa frente a Putin, al tiempo que traza una nueva línea roja. Pero solo retórica: no tendremos otra opción que responder si Putin continúa su estrategia de minar al Gobierno de Ucrania. Obama, que se ha cruzado con Putin en Normandía, le da una oportunidad para que reconstruya los vínculos con el Occidente que derrotó al nazismo, que regrese a la alianza de 1944. En un mundo líquido, es también líquida la política exterior de Washington. Tenemos el martillo más potente, pero no significa que golpeemos todos los clavos.
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