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La batalla subterránea de Damasco

Los túneles sirven a los rebeldes para atacar por sorpresa puntos estratégicos El ejército regular vigila las salidas en las zonas que gubernamentales de Damasco

Un soldado en un túnel excavado por rebeldes en Damasco.
Un soldado en un túnel excavado por rebeldes en Damasco.Natalia Sancha

El soldado Haidar repite un lugar común en el frente oriental de Damasco cuando explica que en el barrio de Yobar hay “dos ciudades, una arriba y otra subterránea”. Tiene 20 años, lleva ocho meses en primera línea de fuego y ya muestra la indiferencia perfecta del veterano al recoger la porción de tela de las cortinas justa para arrimar un ojo y mostrar los edificios reventados donde se apostan los francotiradores rebeldes. Los separan 150 metros de casuchas derruidas y calles batidas por los morteros.

En la superficie, las explosiones y las balas los convierten en un recorrido imposible sin fuerzas de combate contundentes. Estancados arriba, los rebeldes y las tropas del régimen de Bachar el Asad libran una intrincada guerra por túneles en los que juegan al ratón y al gato. Para los que llevan ocho meses en esas galerías subterráneas, la ciudad de abajo es más real que los esqueletos de hormigón que quedan en pie arriba.

Para llegar desde lugar seguro hasta la entrada de los túneles en el lado occidental del frente este de Damasco hay que pasar unas callejas desastradas donde pasean los gatos y los soldados señalan tras las moreras y fingen disparar. Desde allí tiran los rebeldes. Se empieza a bajar por una escalera doméstica de aluminio. Unos 20 metros adentro se abre un amplio sótano con luz natural donde el Ejército ha dispuesto tres monitores tan polvorientos como el resto de la estancia.

Soldados e insurgentes se encuentran a veces en las galerías

Desde allí siguen los sucesos en tres o cuatro túneles horadados por los insurgentes. Un soldado sin uniforme llamado Ibrahim explica que los tienen repletos de dinamita. Si ven mucho movimiento, detonan las cargas. Ante los monitores hay tres sofás destartalados, un hornillo y varias teteras. Como en todos los puestos del ejército regular sirio, la madera y el acero oscuro de decenas de rifles de asalto rusos dominaban la escena.

Las entradas a los túneles son angostas: un metro de ancho por algo menos de dos metros. Del techo se desprende arena desnuda. El corpulento Wisam invita a pasar a uno de ellos, particularmente bien defendido. Tras pasar dos barreras casi impracticables de sacos terreros, Wisam se asoma a la última que le llega al cuello, para gritar a las profundidades un bronco “¡salam aleikum!”, el saludo tradicional en árabe. Repite el saludo sin respuesta. “¿Qué os pasa, por qué no respondéis?”, insiste. Al final resulta que el enemigo estaba comiendo.

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Un hotel de Alepo fue dinamitado por los opositores desde el subsuelo

Entonces se entabla un diálogo brutal de insultos, amenazas y provocaciones que dura una media hora, hasta que Wisam se aburre. De fondo el atronador vuelo rasante de un avión MiG gubernamental, explosiones y detonaciones cortas de los rifles de precisión de los francotiradores.

Cuentan los oficiales de abajo que hay varios tipos de túneles. Los que llevan al garaje que ellos habitan son túneles horadados por los rebeldes para dinamitar el edificio entero, que tiene una posición estratégica para entrar en la zona gubernamental.

Un coronel que pide anonimato aclara que la bolsa insurgente que se extiende ante sus ojos al sureste de Damasco es, por su parte, la llave para que el Ejército recupere el control de las comunicaciones orientales de la capital. Una victoria en la zona supondría, según explica, un drástico avance hacia el dominio del 80% del país.

Abajo, los soldados fabrican sus propias granadas de mano con cabezas explosivas de proyectiles antitanque. Les ponen una mecha y las tiran en los túneles donde sospechan actividades hostiles. Los zapadores insurgentes excavan sin pausa, explica Ibrahim. Los suyos les vigilan y buscan sorprenderlos en otros túneles. A veces se encuentran.

Los del Gobierno dicen tener equipos para detectar corrientes de aire subterráneas. Los insurrectos, por su parte, cuentan con sofisticada maquinaria de perforación. Los más caros son “made in Germany”, ríe Ibrahim. Explicó que “esta no es una táctica de guerra siria, lo cual demuestra que los insurrectos vienen de fuera”.

Otros túneles sirven, aclara el oficial, para atacar puntualmente desde un sitio y desaparecer acto seguido. Entre otras cosas, los rebeldes los utilizan para disparar sus morteros portátiles contra las zonas céntricas de la capital. Aunque las cámaras quedan bien cuando les visitan periodistas nacionales o extranjeros, los soldados admiten que lo principal es escuchar y tener suerte. Las dos partes usan túneles a diferentes niveles. En algunos, los que se usan para evacuar heridos, intentan a toda costa no encontrarse.

Hace un mes, una fuerte explosión en Alepo, una disputada ciudad al norte del país, se llevó por delante el hotel Carlton, ocupado por soldados del régimen. Los rebeldes lo dinamitaron con túneles como los que Ibrahim y sus compañeros vigilan ahora en Damasco.

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