_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Después de Normandía

La conmemoración ha supuesto una promesa de distensión en el conflicto de Ucrania

La jornada del 6 de junio de 2014 tiene todas las papeletas para permanecer en el recuerdo. El septuagésimo aniversario del desembarco aliado en Normandía ha sido objeto de una bellísima conmemoración, muy colorida y cargada de emoción, realzada por un largo abrazo entre un antiguo soldado alemán y un antiguo miembro de los comandos franceses que desembarcaron en Normandía, una generación de combatientes que está desapareciendo. Por otra parte, la reina Isabel de Inglaterra, de 88 años, era la única entre los jefes de Estado que había vestido el uniforme en 1944 (de enfermera). Pero esta jornada será memorable también por el hecho de coincidir con la candente actualidad de la crisis ucrania. La presencia simultánea, propiciada por el presidente François Hollande, de Vladímir Putin y el nuevo presidente ucranio, Petro Poroshenko, en el fondo no ha arreglado nada —lo cual era imposible—, pero, al decir de Hollande, al menos ha permitido dos avances: el reconocimiento de Poroshenko por parte de Putin y la promesa de una distensión sobre el terreno.

La actuación del presidente francés, que se situó en el centro del dispositivo y sacó el mejor partido de su calidad de anfitrión, también debería permanecer en las memorias. De hecho, este acontecimiento ha permitido además tomar conciencia de una realidad nueva: cuando la noción de comunidad transatlántica parecía caer en el olvido, quedar obsoleta, la crisis ucraniana y el nacionalismo imperialista de Putin la han hecho renacer de sus cenizas. Hasta ese momento, vivíamos con el convencimiento de que, antes o después, y de una forma más o menos ordenada, Europa estaría unida. Algunos soñaban con una Europa “del Atlántico a los Urales”, según la fórmula del general De Gaulle. Ese mundo, nuestro mundo, vivía sobre tres pilares: la economía de mercado, la democracia y el multilateralismo.

La conmemoración ha supuesto una promesa de distensión en el conflicto de Ucrania

Sin embargo, hemos visto que la primera no conlleva necesariamente la segunda, mientras que el multilateralismo dejaba cada vez más margen a unas lógicas estrictamente nacionales y a las tentaciones proteccionistas. Además, en algunos años, hemos pasado de la hegemonía de la hiperpotencia norteamericana (tras la caída del muro de Berlín) a un mundo multipolar (con la emergencia de China, la India y Brasil) y, hoy, a un mundo apolar, como dice el ministro francés de Exteriores, Laurent Fabius, sin un polo dominante. Por tanto, un mundo que ya no está sometido a ningún liderazgo, pues ya nadie puede desempeñar el papel de “gendarme global”. Es interesante e irónico comprobar que, mientras Putin, para justificar su militarismo (no olvidemos que acaba de anexionarse Crimea), habla de la "agresividad norteamericana", otros, en Occidente, le reprochan a Barack Obama que teorice su inacción, que algunos llaman debilidad.

Esta apolaridad puede conducir a la multiplicación de los conflictos regionales —Rusia acaba de darnos el ejemplo—, los más peligrosos de los cuales podrían situarse en Asia, dado que China aparece como una amenaza a ojos de sus vecinos inmediatos: Corea del Sur y Japón, pero también Filipinas y Vietnam. En el siglo XX, se dijo que Europa había llevado la guerra al mundo. En este comienzo del siglo XXI, lo que hay que temer es que nos acaben trayendo la guerra a Europa.

En estas condiciones, no hay que sobreinterpretar ni sobrevalorar las disensiones que pueden aparecer en el tratamiento de la crisis ucrania entre europeos y norteamericanos, por una parte, y entre los propios europeos, por otra. El consenso general es, a pesar de todo, la firmeza: el G 7 considera que si la escalada militar continúa, habrá que tomar nuevas sanciones contra Rusia. Pero, dentro de este marco de firmeza, cada cual puede jugar una partida diferente, siempre de acuerdo con EE UU: es lo que acaba de hacer el presidente Hollande, que asumió el riesgo de invitar a Putin y ha obtenido que Putin y Obama se hablen, aunque haya sido solo 10 minutos, y que Putin y Poroshenko hayan iniciado un diálogo que de todos modos tendrán que continuar.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Traducción: José Luis Sánchez-Silva.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_