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Los socialistas europeos lanzan una ofensiva para relajar las reglas fiscales

El centroizquierda vincula su apoyo a Juncker a suavizar el Pacto de Estabilidad

Claudi Pérez
Merkel y Juncker se abrazan durante la campaña electoral de mayo.
Merkel y Juncker se abrazan durante la campaña electoral de mayo. UWE ANSPACH (EFE)

El extraño y sofocante orden político construido en la UE durante la crisis del euro —en pocas palabras: austeridad y reformas a la alemana— está en discusión tras el shock de los resultados de las elecciones europeas y en medio de una crisis institucional en ciernes por las dificultades para elegir al nuevo presidente de la Comisión Europea. La socialdemocracia ha lanzado este martes una ofensiva para tratar de suavizar el Pacto de Estabilidad: para intentar flexibilizar las sacrosantas reglas fiscales que con tanto esmero se han ido imponiendo en los últimos años, un alud de medidas que han estrechado el margen de actuación de los Gobiernos y cuya eficacia es más que discutible a la luz de la borrosa salida de la crisis.

Renzi reclama un giro en la política económica a cambio del voto de Italia

Alemania y su canciller, Angela Merkel, tendrán la última palabra. Pero los partidos socialistas alemán y francés, y sobre todo el italiano, quieren cambios de calado. Y el grupo socialdemócrata en el Parlamento Europeo recoge el guante: el centroizquierda se ve casi obligado a apoyar al líder conservador, Jean-Claude Juncker, como candidato a la Comisión, pero como contrapartida quiere “cambios en las reglas del juego”, resumió su líder en la Eurocámara, Hannes Swoboda.

El grupo socialista europeo plantea la necesidad de templar la normativa fiscal, con el objetivo de dar más tiempo a los países que hagan reformas para alcanzar los objetivos de déficit y deuda pública, permitir que ciertas inversiones públicas no computen y desabrochar, en fin, la camisa de fuerza en la que se ha convertido la política económica de la eurozona, que ha aplicado reglas fiscales más estrictas que Estados Unidos y una política monetaria también más dura. Y que, como consecuencia, ha salido peor parada —y más tarde— de la crisis. La Comisión, que al principio aplicó con dureza ese recetario, ha endulzado su postura en los dos últimos años. Pero los socialistas pretenden ir más allá de los cambios en gran medida cosméticos aplicados por el equipo del vicepresidente comunitario Olli Rehn.

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Italia es la clave de bóveda de toda esa operación por obra y gracia del 25-M. El líder socialdemócrata italiano, Matteo Renzi, ganó holgadamente los comicios europeos en su país. Para ello se valió de un mensaje mucho más nítido que el de otros partidos socialistas que han fracasado en el continente: la austeridad ha fallado estrepitosamente. No basta con flexibilizar el Pacto de Estabilidad; hay que modificar esa política económica.

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Ese relato italiano —que recuerda al de la Francia de Hollande en 2012, por cierto— tiene cada vez más eco. El pasado lunes, el vicecanciller socialdemócrata alemán, Sigmar Gabriel, y el ministro de Economía francés, Arnaud Montebourg, cuestionaron en Toulouse el pilar central de la ortodoxia alemana y aseguraron que trabajan en una propuesta para la próxima Comisión que permita a los países que se comprometan a aprobar reformas una nueva orientación de política económica, con menos énfasis en las metas de déficit. Incluso el FMI aboga por reglas fiscales más sencillas y centradas en la deuda, más que en el déficit. Está por ver la profundidad de los cambios que se avecinan. Pero Renzi tiene mucho que decir: el apoyo del italiano es esencial para que Juncker sea presidente de la Comisión.

La prueba es que el presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, viajará el miércoles a Italia para ultimar un texto de compromiso que satisfaga las demandas de Renzi y logre el apoyo del primer ministro italiano para Juncker. Van Rompuy busca bloquear así el potencial veto que ha planteado el primer ministro británico, el conservador David Cameron, al nombramiento del luxemburgués. Los socialistas vinculan así su apoyo a Juncker a la obligación de cambiar el paso en la política fiscal del euro, aunque las malas lenguas de Bruselas aseguran que esa es una forma de salvar la cara por el apoyo socialista al líder conservador.

La presión sobre Merkel en Alemania deja a Cameron aislado en su órdago

En medio de esa pelea por la Comisión que requiere conciliar intereses contradictorios, Cameron está cada vez más solo. “Reino Unido ha conseguido aislarse con su amenaza de salir de la Unión si Juncker es elegido; Cameron puede salir humillado”, indica una alta fuente comunitaria. Pero el partido no ha acabado. Merkel no ha expresado aún en público su apoyo incondicional por Juncker, a pesar de que varias fuentes en Bruselas señalan que la canciller está bajo una tremenda presión en Alemania y ve la difícil posición británica como un daño colateral: no acaba de gustarle Juncker, pero tampoco va a asumir riesgos por un Cameron que dio portazo al Partido Popular en la Eurocámara, que no ha podido evitar la entrada en su grupo de Alternativa por Alemania (un partido antieuro a la derecha de la CDU de la canciller) y que la semana pasada firmaba un artículo en el Süddeutsche Zeitung en el que aseguraba que “nadie ha votado a Juncker”, “que no ha sido elegido por nadie”. El divorcio que se avecina entre Londres y Berlín puede ser de los que marcan época. Si es que al final se produce, porque eso aún está por ver.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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