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“La guerra nos persigue desde 2011”

Los refugiados sirios en Líbano asumen que no regresarán a sus casas a medio plazo

Natalia Sancha
Refugiados sirios en la frontera con Líbano el 19 de junio.
Refugiados sirios en la frontera con Líbano el 19 de junio. Bilal Hussein (AP)

Después de más de tres años de guerra, las esperanzas de retornar a su hogar se han esfumado para los Halum. De lo que fue su casa no queda ni una piedra por culpa de las bombas. El periplo de esta familia, que incluye dos hijos pequeños y una anciana, se asemeja al de muchas otras que, en una huida constante, primero fueron desplazadas en Siria y ahora van de ciudad en ciudad como refugiadas en Líbano. “Vivíamos en Homs y al final de 2011, el primer año de conflicto, nos fuimos a las afueras. Cuando los enfrentamientos llegaron allí, nos mudamos con unos familiares a Al Quseir. Nos persiguió la guerra de nuevo y cruzamos ilegalmente hasta llegar a Ersal [ciudad libanesa en la frontera este con Siria]” relata Madmún, el cabeza de familia, de 43 años.

Hace dos semanas los Halum emprendieron camino de nuevo, esta vez del este al norte del Líbano. “Hay más de 100.000 sirios en Ersal. Al campamento donde estábamos llegaron varios hombres problemáticos y empezaron las peleas, los tiros y las amenazas. Preferimos hacer la maleta e irnos para evitar más problemas”, explica Madmún, quien en tres años ha consumido todos sus ahorros y solo logra pequeños trabajos esporádicos en la construcción.

Líbano acoge a un tercio de los tres millones de refugiados sirios, según datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). El Gobierno libanés ofrece una cifra mayor, en torno al millón y medio, lo que supone una cuarta parte de la población (antes del conflicto sirio era de 4,5 millones). Con la caída de los ingresos del turismo y la recesión económica, encontrar un trabajo es tarea imposible en Líbano. Según el Banco Mundial, la factura de los refugiados para el país de los cedros ha ascendido a 5.500 millones de euros desde 2011. Un peso que muchos locales empiezan a notar y reaccionan con un creciente rechazo hacia la comunidad siria. “Los problemas se perciben mucho más ahora, sobretodo desde que las ONG extranjeras han dejado de pagar ayudas de alquiler a los libaneses que acogían a refugiados. Ese es el mayor problema ahora. Me temo que muchos sirios van a acabar en la calle”, explica Ali Bedaui, alcalde del poblado de Rami, en la frontera norte con Siria.

Dana Suleimán, portavoz de ACNUR en Líbano, asegura que la agencia ha destinado 660 millones de euros en 2013 para mantener a los refugiados sirios en Líbano. “No pensamos que puedan regresar a Siria a medio plazo. Seguimos negociando con el Gobierno libanés instalar varios campamentos con cabida para 20.000 refugiados cada uno”, explica por teléfono.

Muchas madres amamantan a sus hijos mientras piden limosna

Abu Fares, en la cincuentena, ha optado por una región poco masificada como el sur del Líbano, donde trabaja como jornalero. “Cobro un euro por hora”, se lamenta mientras arranca pepinos y los coloca en una caja. No parece consciente de tener mejor suerte en el campo, donde la comida no escasea, que la de aquellos que han huido a la ciudad. En Beirut, centenares de niños vagan por las calles precipitándose en los semáforos ofreciendo rosas a cambio de unas monedas. Las avenidas del centro están atestadas de mujeres que mendigan mientras amamantan a sus hijos ante una creciente indiferencia de los peatones, ya habituados a esquivarlas.

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Ante la situación, el Gobierno libanés ha dado por terminada la política de puertas abiertas. Sólo admitirá a los refugiados que lleguen de zonas de combate. “Con las nuevas medidas no sé si me dejaran volver. Debo comprar cada mes en Damasco la medicación de mi padre, enfermo del corazón. Ya no nos dan más ayudas, y las pastillas cuestan aquí 180 euros y en Siria, 30”, relata Husam, refugiado en Beirut.

Frente a la urgencia de las necesidades materiales el lastre psicológico queda a un lado. Jaled, el hijo mayor de Madmún, de 10 años, relata con naturalidad escenas de guerra, mutilaciones o lluvia de bombas. Detrás de él, su madre ordena las escasas pertenencias en el cuarto que será su duodécimo hogar en los últimos tres años.

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