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Renzi empieza a pilotar el cambio

El primer ministro de Italia impulsa un programa de reformas para modernizar el país

Renzi, en el Festival de la Economía de Trento el 1 de junio.
Renzi, en el Festival de la Economía de Trento el 1 de junio.PIERRE TEYSSOT (AFP)

A los 19 años, Matteo Renzi, que ahora tiene 39, acudió al programa La rueda de la fortuna y ganó 48 millones de liras —unos 25.000 euros— que aquel “bravo y simpático muchacho”, en palabras del presentador, invirtió en reflotar la empresa familiar. Los vídeos de su paso por el programa ya retratan al mismo joven seguro de sí mismo, atrevido y dueño del lenguaje que, a principios del pasado diciembre, siendo todavía alcalde de Florencia, se hizo con la dirección del Partido Democrático (PD). Tres meses después arrebató sin contemplaciones el gobierno a su compañero Enrico Letta y ahora, en las elecciones europeas, acaba de lograr un respaldo (el 40,8% de los votos) jamás alcanzado por sus muchos y malavenidos predecesores.

Si a esto se le añade esa atracción italiana por los triunfadores que el escritor Ennio Flaiano atrapó en una de sus irónicas reflexiones —“los italianos corren siempre en ayuda del vencedor”— llegamos al momento actual: en solo seis meses, Renzi se ha convertido en el líder político mejor valorado de Italia, a una gran distancia de Beppe Grillo y de Silvio Berlusconi, y dicen los sondeos que su Gobierno —nacido a finales de febrero conjugando juventud, paridad de género e irreverencia con los intereses creados— ya disfruta de la confianza de tres de cada cuatro italianos. La clave, o al menos una de ellas, está en la sustitución del tan gastado verbo prometer por otro mucho más olvidado por la política: hacer.

El jefe de Gobierno ha abordado el cambio electoral que otros prometieron

No es necesario irse muy lejos —invierno de 2012— para constatar que Renzi (Florencia, 1975) fue el primero en darse cuenta de que los ciudadanos –golpeados por la crisis y ninguneados por una política ensimismada en sus privilegios— estaban preparando su propia venganza. Se presentó a las primarias para elegir al candidato del PD a las elecciones generales pidiendo la jubilación de los viejos líderes que no habían sabido vencer a Berlusconi, empezando por su contrincante, el excomunista Pier Luigi Bersani. Y advirtió de la necesidad urgente de renovar un país donde el amiguismo contaba más que los méritos, la burocracia enterraba cualquier iniciativa y los jóvenes y las mujeres apenas tenían futuro en una gerontocracia abrumadoramente masculina.

El PD no le hizo caso, Bersani venció a Renzi y, llegado el momento de las elecciones, Grillo y su Movimiento 5 Estrellas (M5S) supieron canalizar el cansancio y la rabia. La decisión del presidente Giorgio Napolitano de entregar –en abril de 2013— un Gobierno de emergencia a Enrico Letta dejó a Renzi fuera de juego. Pero solo de momento.

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Desde su despacho en la alcaldía de Florencia, Renzi observó –al igual que el resto de los italianos— que el Gobierno de Letta no solo sufría el chantaje continuo de Berlusconi (que ya había arruinado el proyecto de Mario Monti), sino que Grillo había decidido invertir su triunfo electoral en destruir al Gobierno sin apoyar ninguna iniciativa, ni siquiera aquellas con las que a priori estaba de acuerdo.

Las elecciones europeas se iban acercando peligrosamente y Renzi entendió que su “ventana de oportunidad” –ese pequeño resquicio de buen tiempo que permite a los alpinistas atacar el pico más esquivo— había llegado. Con métodos poco ortodoxos y nada elegantes, derribó a Letta, se hizo con el Gobierno, impuso un gabinete histórico (el más joven, el más equilibrado entre hombres y mujeres) y cambió el prometer por el hacer. A través de una televisión que hasta el momento solo servía para interminables tertulias estériles, los italianos observaron que Renzi se comprometía ante ellos a hacer todo lo que los demás habían prometido. Y algo más.

Lo que los demás habían prometido: reformar el Senado para que deje de ser un inconveniente a la ingobernabilidad de Italia, construir una nueva ley electoral que arrebate a los pequeños partidos la posibilidad de bloquear la política, simplificar una burocracia capaz de arruinar cualquier proyecto. Pero, además, con un lenguaje directo que deja en pañales al más populista, Renzi empezó a vender coches oficiales, a repartir un sobresueldo de 80 euros al mes a las rentas más bajas a cambio de recortar los sueldos astronómicos de los dirigentes públicos, a poner en solfa la contribución al bien común de los sindicatos, de la cúpula empresarial, de la RAI… Y, a poner en prenda, su propia cabeza: “Si no soy capaz de hacer las reformas, me voy de la política”.

Mientras las reformas iban saliendo a duras penas, llegaron las europeas y los italianos decidieron que aquel muchacho de La rueda de la fortuna se merecía una oportunidad. Durante la última reunión del PD, el partido que le había negado el pan y la sal, Renzi habló claro ante un gran cartel con la cifra de su victoria: “40,8%”. Ese apoyo ciudadano, advirtió, es la última oportunidad para cambiar Italia desde dentro de la política y no desde fuera.

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