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El conflicto que nunca acabó

La I Guerra Mundial ha dejado muchas heridas sin cerrar

Cien años de la Primera Guerra Mundial.Foto: reuters_live
Guillermo Altares

Los campos que rodean el escenario de la batalla del Somme, uno de los enfrentamientos más sangrientos de la I Guerra Mundial, están plagados de cementerios: 410 de la Commonwealth, 22 franceses y 14 alemanes. El número de tumbas y de nacionalidades sepultadas en este rincón del norte de Francia, no lejos de la frontera con Bélgica, por donde pasaba el frente occidental, refleja la magnitud del conflicto. Pero tres lápidas en un pequeño camposanto rural alejado del teatro de operaciones, en el pueblo de Bailleulmont, muestran hasta qué punto la I Guerra Mundial, de cuyo comienzo se conmemoran este verano 100 años, es un asunto sin cerrar. Se trata de las sepulturas de tres soldados fusilados por cobardía, que huyeron en octubre de 1916 del horror del Somme después de haber sobrevivido en julio al mayor desastre militar de la historia de Reino Unido. Tras años de reivindicaciones, su familia logró poner sobre una de las tumbas, la de Albert Higham, muerto a los 24 años, una simple inscripción, “Shot at dawn” (fusilado al amanecer), para demostrar que no había nada de lo que avergonzarse, que negarse a obedecer órdenes absurdas no es una deshonra.

Siguen apareciendo cadáveres y bombas en los antiguos campos de batalla

Sin embargo, ni Francia ni el Reino Unido han rehabilitado en bloque a los soldados que fusilaron por negarse a combatir. Es una de las muchas cuestiones que la I Guerra Mundial ha dejado abiertas: desde las fronteras de Oriente Próximo, que la ofensiva yihadista del Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) está poniendo ahora mismo en duda, hasta el genocidio armenio (una expresión que no se puede utilizar en Turquía), pasando por las toneladas de bombas desperdigadas por los campos de Flandes —justo al lado de donde se celebra este viernes el Consejo Europeo murieron dos personas en marzo por el estallido de un proyectil centenario— o por los cadáveres que siguen apareciendo en los antiguos campos de batalla. Todo ello sin tener en cuenta que muchos historiadores creen que la I y la II Guerra Mundial fueron el mismo conflicto.

Tras la I Guerra Mundial desaparecieron tres imperios —el austrohúngaro, el otomano y Prusia— y la Revolución Rusa acabó con el imperio zarista. Las huellas que ese cataclismo colectivo ha dejado en los pueblos y las fronteras de Europa son enormes. El sábado se conmemoran en Sarajevo los 100 años del asesinato por un nacionalista serbio del archiduque Francisco Fernando, el magnicidio que provocó el estallido. Un siglo después, los mismos nacionalismos han convertido a Bosnia en un país imposible, formado por comunidades que se dan la espalda. El nacionalismo del actual Gobierno húngaro de Viktor Orbán es otro ejemplo: acaba de conceder derecho a voto a los húngaros étnicos que quedaron fuera de sus fronteras tras el final del conflicto. Sin embargo, en ningún lugar siguen tan abiertas esas fronteras como en Oriente Próximo.

Los líderes de la Unión recuerdan la Gran Guerra y la tragedia de las armas químicas

Ypres, la ciudad belga que pasó tristemente a la historia porque fue donde, por primera vez, el Ejército alemán utilizó armas químicas, y testigo de cruentas batallas entre aliados y alemanes con más de 50.000 soldados muertos, fue el simbólico escenario elegido por los líderes de la Unión Europea para conmemorar el centenario del inicio de la I Guerra Mundial. Entre otros actos, la canciller alemana, Angela Merkel, el presidente francés, François Hollande, el de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, y el ministro de Asuntos Exteriores español, José Manuel García-Margallo, hicieron una ofrenda de amapolas de porcelana con banderas.

“Crearon fronteras en la arena para inventar países. Y todavía estamos viendo las consecuencias”, explica el escritor británico Tim Butcher, que acaba de publicar The trigger. Hunting the assassin who brought the world to war (El gatillo. En busca del asesino que llevó la guerra al mundo), una biografía de Gavrilo Princip, el asesino del archiduque, pero también un ensayo sobre la vigencia del conflicto. “Creo que en aquella época empezó el nacionalismo, con el final de los imperios. Sólo unos años después surgió el fascismo y el nazismo. Hemos visto cómo ha vuelto a resurgir en los años noventa en los Balcanes y estas últimas semanas en Ucrania. Todo eso nació entonces”, prosigue. El historiador Ricardo Artola, que ha publicado este año La Primera Guerra Mundial. De Lieja a Versalles (Alianza Editorial), también cita las fronteras de Oriente Próximo: “Fue la última expansión colonial europea tras el desmembramiento del Imperio Otomano. Pero en el fondo refleja el declive de sus empresas coloniales. Y al final fue un desastre”.

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Más allá de los campos todavía sembrados de bombas o de la toxicidad de la tierra por el empleo masivo de gases, como ocurre en Verdún, el asunto que provoca un debate más encendido todavía es el de los fusilados, unos 740 en el caso francés y 340 en el británico. Los fusilados ejemplares: los fantasmas de la República era el expresivo título de una exposición que ha podido verse a principios de año en el Ayuntamiento de París, dedicada a los grandes motines que estallaron en 1917, una rebelión que Stanley Kubrick retrata en la película más famosa sobre el conflicto, Senderos de gloria.

El senador comunista Guy Fisher presentó el pasado 14 de junio en nombre de su partido una proposición de ley en la Asamblea Nacional para pedir una rehabilitación colectiva. Sin embargo, el presidente François Hollande ya se había negado en noviembre basándose en un informe de una comisión de expertos dirigida por Antoine Frost. El documento concluía que la rehabilitación “es un proceso jurídico muy complicado” por lo que recomendaba centrarse “en todo lo relacionado con la memoria”.

Es enorme la huella del cataclismo bélico en los pueblos y las fronteras

Los que se muestran contrarios a la rehabilitación creen que no se puede juzgar con criterios del siglo XXI decisiones que se tomaron entre 1914 y 1918. Además, aseguran que algunos fueron fusilados por negarse a combatir y a seguir órdenes demenciales pero que otros lo fueron por delitos comunes, como violaciones o asesinatos. El texto presentado en la Asamblea Francesa propone “la adopción de una ley simple que declare el perdón y la inscripción de sus nombres en los monumentos”, no un debate “sobre las complicaciones jurídicas que implica el concepto de muerto por la patria”.

El debate sobre el perdón de los fusilados refleja también la polémica más profunda sobre esta catástrofe mundial. “El origen y la responsabilidad siguen siendo una cuestión abierta”, señala Ricardo Artola. El historiador recuerda que se han publicado 25.000 libros sobre un conflicto en el que este y otros muchos asuntos siguen discutiéndose.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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