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MIEDO A LA LIBERTAD
Columna
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Masacre humana

América no tiene agenda social y sí mucha reivindicación discursiva. El continente necesita sacar sus cuentas e invertir la pirámide poblacional

El mundo cambió con la primera máquina de vapor, que transformó la vida y el trabajo de los hombres. Los ideales y la justicia llegarían con el tiempo. Las casas de Grosvenor, Chelsea o cualquier otro barrio elegante de Londres o Nueva York suponían, por el 'efecto mariposa', una mejora posterior en los suburbios.

Hoy Los Miserables siguen vigentes por la pobreza extrema en el mundo y porque siempre aparecen nuevos Jean Valjean que se esfuman en cuanto ganan la primera elección.

Recuerdo aquel día en el parque de El Retiro madrileño, cuando en un foro del 15-M, el economista y Premio Nobel, Joseph Stiglitz, dijo a los indignados: “No se pueden cambiar las malas ideas por la ausencia de ideas. Hay que buscar buenas ideas”. Una vez que te pones en marcha, tienes que saber qué harás. El vacío siempre será ocupado por lo peor.

La América que busca ser libre y desarrollada, sufre un 'tsunami social'. Los brasileños, inventores de las cruzadas contra el hambre, ahítos del éxito anunciado por Lula da Silva, tienen que auditar dónde fueron a parar sus impuestos que no sirvieron para arreglar algo elemental: el retiro de los detritus de las favelas, edificadas en las afueras de las ciudades para evitar que el olor de la miseria penetre en la pituitaria de quienes viajan en primera clase.

En esta fotografía del fracaso social y, por si alguien duda, hay que mirar a Venezuela donde escasean las arepas y conseguir papel higiénico, en un país con las mayores reservas petrolíferas, es toda una epopeya. El agravante es que ese derrumbe sucedió, se supone, para favorecer a los desprotegidos.

En esta pérdida de roles, el senador republicano Rand Paul, apartado de esa sobredosis de estupidez que es el Tea Party, se ha convertido en el primer defensor de otro proyecto malogrado de Obama: la reforma migratoria.

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El último capítulo es la avalancha de menores indocumentados que intentan llegar a territorio de Estados Unidos a lomos de 'La Bestia', el tren de mercancías que conecta el sur con el norte. Se calcula que entre 40.000 y 60.000 han entrado ilegalmente en ese país entre octubre de 2013 y junio de 2014, más del doble que el año pasado, la mayoría procedentes de Centroamérica, pero también de México.

De hecho, el resumen más gráfico de esta catástrofe envilecedora es dejar a 15.000 adolescentes mexicanos en medio del puente Benito Juárez, entre Laredo (Estados Unidos) y Nuevo Laredo (México), a los que se sumarían miles de centroamericanos. Y a este éxodo, Barack Obama lo llama lacónicamente “crisis humanitaria”. Son menores que viajan a lomos del sufrimiento para acabar constatando, si es que llegan, que en el 'american dream' -igual que ellos- parte de la clase media estadounidense busca en la basura algo para comer.

No se trata de escenas conmovedoras y poéticas como la del niño que llora a bordo de una patrulla, mientras llama a su padre adoptivo (Charles Chaplin) en una de las secuencias más conocidas de The kid (El chico). En la vida real, son fortachones agentes asiáticos y latinos de la patrulla fronteriza los que devuelven a seres indefensos, sin derechos y en condiciones precarias, al horror y a la miseria, lo que es más propio de películas como Los Juegos del Hambre que de sociedades que hayan aprendido algo.

En el México corporativo, la desastrosa hipoteca de integrar a los sindicatos como parte de la estabilidad política, denota que pagamos mal a los maestros, pero construimos peor las escuelas. Que pagamos mal a los médicos pero, por mantener su voto cautivo, hay malos médicos y hospitales mediocres.

El sistema se ha dado la vuelta y hoy el Estado mexicano, el de las grandes reformas, tiene que convivir con la afrenta de que Oaxaca (una de las entidades más pobres del país) tenga un desempeño educativo peor que el de Centroamérica, que ya en sí representa la tragedia y el fracaso de la zona.

En tanto, los desposeídos tienen que buscar su destino, ya sea cruzando Centroamérica, México, ríos fronterizos o emigrando desde barrios periféricos de Buenos Aires. Todos en una larga procesión, como si fueran hormigas, en vez de seres humanos libres.

América no tiene agenda social y sí mucha reivindicación discursiva. El continente necesita sacar sus cuentas e invertir la pirámide poblacional permitiendo, a los que sostienen la base, una mejor calidad de vida. Los gobiernos deberían estar en manos de las compañías telefónicas porque no hay sistema político más democrático ni informativo que el que proporciona un celular en la mano.

Y si todos podemos tener un celular para gritar nuestra infelicidad, derrumbar regímenes políticos, ¿por qué no podemos tener uno para construir y evitar el colapso social de América Latina y de otras regiones del mundo? Es estremecedor que los gobiernos no tengan un plan económico viable, pero es más inquietante saber que no tienen proyectos contra la desigualdad social.

El Estado de Bienestar ha muerto, pero nadie puede gritar: “¡Viva el bienestar!” porque este concepto ha cambiado a la velocidad de los gigas y el divorcio entre lo posible y lo que la gente quiere aparece ahora como un abismo insalvable. Mientras tanto, 'la Bestia' busca nuevas fronteras.

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