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Renzi lleva su ímpetu reformista y modernizador al corazón de la UE

Italia asume la presidencia semestral con el objetivo de suavizar la austeridad

Matteo Renzi, durante la cumbre europea del 27 de junio.
Matteo Renzi, durante la cumbre europea del 27 de junio. THIERRY CHARLIER (AFP)

La idea de Matteo Renzi para los próximos meses tiene mucho de revolución pacífica e inaplazable: la generación Erasmus, o sea, la suya, la que aún no tiene 40 años o los acaba de cumplir, tiene que salvar Europa. Se trata de algo así como una deuda de gratitud. Aquellos jóvenes estudiantes de clase media que atravesaron las fronteras que a sus padres les estuvieron vetadas tienen que regresar de sus asuntos propios para arreglar el bien común. Renzi se presenta ante Europa con una serie de propuestas y de principios, pero sobre todo con un capital que, hasta hoy, ningún otro líder europeo posee: a pesar de la crisis y del descrédito de la Unión Europea (UE), ha sido capaz de ilusionar de nuevo a los ciudadanos con la política.

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En las pasadas elecciones europeas, el anterior alcalde de Florencia obtuvo un 40,8% de los votos para el centroizquierda italiano. Un aval que resultó suficiente para jubilar el antieuropeísmo de Silvio Berlusconi, para frenar el asalto a las instituciones de Beppe Grillo, pero, sobre todo, para intentar cambiar la UE desde dentro, sin destrozar más de lo necesario. “No podemos seguir percibiendo a Europa”, ha dicho con su eficaz lenguaje irreverente, “como una vieja tía aburrida. La presidencia italiana tiene que ser la oportunidad para hacer de una vez las reformas necesarias”.

Antes de partir hacia Estrasburgo, donde mañana pronunciará un discurso que por primera vez no dejará a la improvisación, Renzi ya ha dejado claro en Roma cuáles son las vías sobre las que la UE debe de regresar al camino adecuado: flexibilidad fiscal, ayuda al empleo, estímulos al crecimiento y un frente común y solidario para abordar el drama creciente de la inmigración. Un asunto sobre el que el líder del Partido Democrático (PD) suele perder la paciencia: “Si ante las tragedias de la inmigración hay que oír ‘este asunto no nos concierne’ entran ganas de devolver la moneda única y quedarse con nuestros valores”.

Unos puntos innegociables —el empleo juvenil, los incentivos al crecimiento— que, según ya se ha encargado de advertir a la UE, no son un capricho basado en posiciones ideológicas o intereses nacionales, sino tal vez la última oportunidad de salvar el proyecto europeo. En una carta al presidente del Consejo, Herman van Rompuy, el primer ministro italiano fue taxativo: “Las elecciones europeas supusieron una petición generalizada, y aún sin respuesta, para que las cosas cambien. Ahora la elección es nuestra. Podemos hacer la vista gorda y dejar que el antieuropeísmo, e incluso los sentimientos xenófobos, crezcan, o por el contrario ponernos manos a la obra”. La respuesta se verá en los próximos meses, pero lo que está claro es que Renzi no parece dispuesto —no lo ha hecho en Italia— a que la situación siga pudriéndose. Pero tampoco, a pesar de sus maneras expeditivas, Renzi es propenso a romper la baraja a las primeras de cambio.

Se ha visto con nitidez en los días previos a la cumbre europea. Renzi presionó a Angela Merkel para lograr una flexibilización del Pacto de Estabilidad fiscal. Ante la rotunda negativa de la canciller alemana a cambiar la letra de los tratados, el Gobierno italiano, en coordinación con el francés, logró que las conclusiones del Consejo Europeo recogieran al menos una indicación a la futura Comisión para aplicar las normas fiscales de la manera más flexible posible. Esto es, dadas las normas vigentes, interpretarlas de la manera más favorable al crecimiento, permitiendo, por ejemplo, plazos más largos para reconducir el déficit por debajo del 3% del PIB.

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Roma defiende una aplicación flexible de las normas de estabilidad fiscal

Ese es Renzi. Un político al que el centroizquierda empezó despreciando porque parecía de derechas y al que el centroderecha italiano —o sea, Berlusconi— percibió desde el principio como su verdugo. No hay mejor forma de entender al líder del Partido Democrático que asistiendo a uno de sus discursos. Y es sintomático que el primero que pronunció ante el Parlamento —justo cuando acababa de apretar la soga alrededor de Enrico Letta— fuese criticado por irreverente y falto de formalidad por quienes, diputados de uno y otro lado, hacía mucho tiempo que habían desconectado con la gravedad de la situación.

Sean o no adecuadas sus medidas, Renzi logra hacerse entender por los ciudadanos. Cuando le dice a la UE que es indigno volver la espalda al drama de los inmigrantes, cuando fulmina a un prefecto por criticar a las madres que no se percatan de la drogadicción de sus hijos o cuando obliga a dimitir al alcalde de Venecia tras ser detenido por corrupción. A los italianos les ha dicho que, entre burlarse de Europa como hacía Berlusconi y boicotearla como proponía Grillo, hay una tercera opción: ponerse al frente. El miércoles, en Estrasburgo, Europa tendrá la oportunidad de escuchar el liderazgo de Renzi. Hasta ahora solo lo conocen de oídas.

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