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Tribuna
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La lección de Suárez

Nada mejor que un hecho insólito para recordarnos que el fútbol es nada más que un juego que necesita la supervisión de adultos

No hay duda, la FIFA se las ha ingeniado para vendernos un producto que cada cuatro años nos mantiene encandilados frente a un televisor y que domina los temas de conversación entre familiares, amigos y colegas. No puedo explicar el porqué de su magia pero las emociones tribales que evoca saltan a la vista: un partido de fútbol fue el detonante de la guerra entre El Salvador y Honduras, chilenos y peruanos parecen recrear la Guerra del Pacífico cuando juegan, Maradona redimió a una nación cuando le dispensó a los ingleses lo merecido por la afrenta de las Malvinas, los ingleses se consuelan con el recuerdo de sus victorias bélicas con cada derrota ante Alemania y los holandeses no olvidan al Duque de Alba cuando enfrentan a España. No se equivoca quien proyecta en el fútbol otro modo de hacer la guerra.

Con todo, nada mejor que un hecho insólito para recordarnos que el fútbol es nada más que un juego que necesita la supervisión de adultos. La famosa dentellada de Luis Suárez no es distinta a las pequeñas reyertas que se observa en una fiesta de cumpleaños de niños de cinco años. A mí me hizo gracia que un jugador a todas luces extraordinario, uno de los mejores del mundo según los entendidos, haya tenido un exabrupto tan visceralmente infantil y que además, revolcándose en el césped, haya intentado inculpar a su víctima. Si lo hubieran sorprendido haciendo eso en el colegio el director habría llamado a sus padres para anunciarles su suspensión.

No soy psicólogo para evaluar su conducta ni juez para opinar sobre su sanción, menos por parte de una institución como la FIFA que no cuenta con un papa Francisco dispuesto a limpiar tanta inmundicia. Pero sí afirmo que a Luis Suárez le tengo gratitud porque me deleita su fútbol, porque admiro su tesón, porque lo imagino salvando tantos obstáculos para triunfar en la vida. También porque su trabajo, felizmente, es solamente ponerse la camiseta para defender los colores de su país y no el uniforme de una potencia militar que siembra la muerte en países que se le oponen. Por último, le debo gratitud porque en virtud de su transparente incorrección nos ha brindado la oportunidad de revelar qué tipo de personas somos: sensatos o insensatos, reflexivos o caprichosos, ecuánimes o exaltados. En suma, niños o adultos.

No se equivoca quien proyecta en el fútbol otro modo de hacer la guerra

Muchos lamentablemente no pasamos la prueba. A decir de las reacciones de su entrenador, de sus compañeros de equipo, de los numerosos hinchas que coparon las redes sociales para denunciar el castigo, poco importa que Suárez haya perjudicado a su equipo. Por lo contrario, ahora es más héroe que antes porque se le percibe víctima de una grave injusticia, más aún cuando perpetrada por un organismo dominado por países ricos. No obstante, no debatamos si esta percepción es real o imaginada. Preguntémonos más bien qué reacciones se habrían suscitado si Suárez se hubiera “salido con la suya.” ¿Acaso no lo estaríamos celebrando con jolgorio porque no le descubrieron la trampa? La respuesta la encuentra en la reacción de uno de sus defensores, Maradona, el extraordinario futbolista, el ídolo de millones que inmortalizó “la mano de Dios.” La triste realidad es que le rendimos culto al “vivo” sin preocuparnos de las conductas y actitudes que engendra para luego lamentarnos de las taras mayores que afligen a la sociedad en su conjunto: el poder y el dinero obtenidos mediante el fraude, la evasión de impuestos hecha deporte, o la admiración hacia el que “roba pero hace obra.” En un contexto como este, que Suárez repita su incorrección es una apuesta segura.

Es comprensible aunque injustificable que el entrenador y sus compañeros hayan expresado su solidaridad con Suárez. ¿Pero usted, presidente José Mujica? Me temo que usted desperdició una magnífica oportunidad para demostrar su sabiduría, para alzarse por encima de reacciones que no son alturadas, para inculcar en su gente conductas y valores edificantes. Me temó que cayó en la trampa de echarle la culpa a otros por faltas propias, de optar por la victimización, de subrayar que perdemos porque los grandes abusan de los chicos. Pero la verdad es que ser chico no impide ser grande: gracias a usted, su país ha legalizado la marihuana y el matrimonio gay, se ha enfrentado resueltamente a Philip Morris, ha denunciado la guerra y el militarismo insano, le ha abierto las puertas a los detenidos en Guantánamo, y aboga por la mejor distribución de la riqueza y la protección del medio ambiente.

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Vamos don Pepe, se trató simplemente de un partido de fútbol. No olvide que usted y el país que gobierna son grandes cuando se lo proponen.

Jorge L. Daly es profesor de la Universidad Centrum – Católica de Lima.

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