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Cartas de Cuévano
Tribuna
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La Noche Triste

El equipo de fútbol de México cumple cada cuatro años con la ya vieja consigna de jugar como nunca y perder como siempre

La noche del pasado 30 de junio de 1520, Cortés y sus compañeros —hallándose atrapados en el palacio de Axayácatl— deciden intentar romper el cerco indígena e intentaron escapar (pasando frente al ahora Café Tacuba, luego pasar a espaldas de Bellas Artes, evadiendo también el cruce del Metrobús y las obras del Metro Hidalgo) y salir huyendo hacia Tlacopan, lejos de los islotes y canales donde la ola verde de guerreros implacables, habiendo sido avisados desde lo alto del templo de Huitzilopochtli (por el técnico Miguel Herrera y su máscara de euforia desatada) clamaba el ataque final. Dice el cronista (no acreditado por FIFA) Bernal Díaz del Castillo que el capitán general Hernán Cortés se postró al pie de un inmenso ahuehuete (que cinco siglos de fanáticos se han encargado de quemar ritualmente) y se echó a llorar por tanto compañero caído por flechas y ahogados por andar cargando lingotes de oro, collares y joyas… “y mirábamos toda la ciudad y las puentes y calzadas por donde salimos huyendo; en ese instante suspiró Cortés con una gran tristeza, muy mayor a la que antes traía, y por los hombres que le mataron antes… Acuérdome que entonces le dijo un soldado que se decía bachiller Alonso Pérez (que después de ganada la Nueva España fue fiscal y vecino de México): “Señor capitán, ni esté vuestra merced tan triste, que en las guerras estas cosas suelen acaecer”. Al parecer, Cortés y sus compañeros lloraban como si se tratara de una derrota en Flandes, como si los penachos de plumas y los escudos ceremoniales de los caballeros águila fuesen lanzas y cascos holandeses de otras batallas… y la noche de los tiempos se alarga y se confunde con las otras muchas noches tristes, casi en las mismas fechas, en que son miles de aguerridos mexicanos llorando al pie de los ahuehuetes otra derrota cíclica, endémica.

Al parecer, el equipo de fútbol de México cumple cada cuatro años con la ya vieja consigna de jugar como nunca y perder como siempre. Al anotar el gol que los llevaría al tabú, a jugar ese quinto partido que parece ya meta de progreso y salvación, el equipo se replegó y dejó en manos de los holandeses naranjas el elemento clave del juego. Bien dice Juan Villoro que “esto sería un enigma psicológico si no formara parte de una atávica costumbre nacional: asustarse con los logros conseguidos”. Así pasó en Brasil y pasa en diversos foros, donde seleccionados y calzados con nuestras camisetas verdes, no nos asusta nada, salvo el espejo negro de Tezcatlipoca donde vemos reflejados los peores rasgos de nuestra propia cara.

Al anotar el gol que los llevaría al tabú el equipo se replegó y dejó en manos de los holandeses naranjas el elemento clave del juego.

Efectivamente, el árbitro se tragó ciego un penalti en contra de México durante los primeros cuarenta y cinco minutos y era de esperarse que se resarciera antes de que terminase el juego. Apenas vio el vuelo en picada del gran actor Robben, no dudó en regalar el penalti que debía, pero también es cierto que en un tiro de esquina no puedes dejar solo, a diez metros de puerta, a un decidido ventarrón anaranjado llamado Sneijder (que en holandés significa “cañón imparable”). El ardido irracional que quema ahuehuetes como forma de la memoria podría argumentar que los descansos que se inventaron para tomar agua e intentar amainar el calor brasilero son muy benéficos para equipos europeos y mercenarios de piel blanca, mientras que a los equipos americanos (acostumbrados a asistir a bodas con corbata en medio de la zafra de Zacatepec) esos remansos nos sacan de ritmo y nos hacen dudar de nuestras propias virtudes y también es cierto que se acumulan ya demasiadas dudas sobre las formas del arbitraje y el orden mundial acostumbrado.

Pero sobre todas las conjeturas, no es triste la noche en que los silencios ayudan a digerir la realidad de una ilusión: el equipo de fútbol de México representa no sólo simbólicamente a cien millones de habitantes de un cuerno de la abundancia que más parece diván de psicoanalista, sino en realidad a una Federación corrupta y mentirosa que hace apenas unos meses sumaba ya más de tres entrenadores sacrificados en la piedra donde se les extirpó el corazón al no lograr al calificación obvia y ese equipo que tanta ilusión despertó apenas hace unos días en realidad llegó a Brasil como último lugar de los invitados, con un entrenador que apenas tuvo el tiempo necesario para convencernos a todos de que no hay vergüenza ninguna en celebrar un gol con la cara desfigurada y el entusiasmo desbordado, que no importa pasar de panzazo y que lo único que faltó fue el amanecer radiante de otro gol, en medio de cualquier noche triste, así dure siglos u otros cuatro años.

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