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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Cómo reformar a la “vieja tía aburrida”

Renzi ha de convencer a Merkel para que Bruselas aplique las reglas fiscales con suavidad

Claudi Pérez

La tarea de la política consiste en resolver, no sólo en relatar; y en todo caso en poner la vela donde sopla el aire, no en pretender que el aire sople donde uno pone la vela. Italia y su continuo espectáculo político han tenido siempre notables relatores: desde Lampedusa y Maquiavelo hasta (salvando las galácticas distancias) los líderes de los últimos años. Los Berlusconi, Monti y compañía llegaron al poder con grandes, descomunales promesas bajo el brazo, pero nunca resolvieron: no hicieron nada por sacar a Italia de ese triángulo vicioso del crecimiento cero, los niveles de deuda insostenibles y las desventajas de la camisa de fuerza en la que se está convirtiendo una Unión Monetaria asimétrica, con resultados discutibles en la gestión de la crisis, con un “pacto de estabilidad” al que siempre le falló el apellido “de crecimiento”. Si acaso, mostraron un talento inabarcable para ponerse de perfil y jurar y perjurar que harían reformas —que nunca llegaron— para que la tormenta de la crisis del euro arreciara sólo sobre España, menos hábil para vender aceite, prosciutto o promesas políticas.

Renzi demostró este miércoles que pertenece a esa estirpe de los narradores sobresalientes. Posee un discurso atractivo, fresco, alejado de los tonos lúgubres del europesimismo imperante, y ha logrado encarnar las ansias de regeneración en su país. Hiperactivo, pequeñoburgués, católico y buen conocedor del poder económico, en Estrasburgo estuvo a la altura de las ambiciones que se le suponen: se declaró capaz no solo de reformar Italia, sino de hacer lo mismo con Europa, a la que describe, con su eficaz lenguaje irreverente, como “esa vieja tía aburrida”.

No es fácil aquello de pasar de las musas al teatro. Renzi llegó al poder en febrero con una cuchillada política digna de las tragedias de Shakespeare y le faltó tiempo para anunciar que haría cuatro reformas, una cada mes: ley electoral, mercado laboral, burocracia y sistema impositivo. Pero han pasado cuatro meses y apenas ha estrenado su casillero. Gerhard Schröder, campeón alemán de las reformas antes de irse a ganar millones a Gazprom, solía decir que es mucho más fácil aprobar medidas ambiciosas que activarlas con éxito: Renzi ni siquiera ha dado aún el primero de esos dos pasos.

Las reformas en casa son inaplazables para un país bloqueado, con una deuda que pesa como una losa y con dudas sobre su banca, que podría salir tocada del próximo examen del BCE. Para evitarlo, los italianos maniobrarán con la finezza que les caracteriza: al cabo, tienen figuras clave en las instituciones, que barren para casa a la menor ocasión (“prudencia, Rusia es el primer mercado de exportación del mueble italiano”, dijo el excomisario Antonio Tajani en plena escalada en Ucrania). Renzi tiene planes para Europa. Sabe que sus reformas en Italia no bastan, y que hay un lapso de tiempo entre su aprobación y los primeros resultados, en los que el capital político suele esfumarse a toda velocidad. Para evitar ese estrangulamiento necesita que la Comisión haga con Italia lo contrario de lo que hizo al principio, en lo más duro de la crisis, con todos los demás: Bruselas debe aplicar las reglas fiscales con suavidad. El electorado dejó claro el 25-M que no tolerará una tercera recesión; ahora sólo queda que Renzi haga lo que no ha podido hacer nadie y convenza de eso al nombre en el que desembocan todos los análisis sobre Europa: el de Merkel, dueña de la vela y del viento y de todo lo demás. A Renzi le toca hacer carrera con dos pesos sobre los hombros: ser la enésima gran esperanza de la izquierda (aunque es más socialcristiano que socialdemócrata) y usar su talento como relaciones públicas para persuadir a Merkel de que Europa necesita imperiosamente un paquete de inversión para evitar que los viejos fantasmas (los Le Pen y compañía) no acaben de salir del armario. No hay crecimiento sin inversión: la legislatura depende de que un florentino adicto al Twitter convenza a frau Nein de que hay que colocar ahí la vela para resolver de una vez por todas la crisis.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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