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OBITUARIO

Christian Führer, apóstol revolucionario de la RDA

El pastor de San Nicolás de Leipzig convirtió su iglesia en el epicentro de las protestas contra el régimen autoritario

El pastor Christian Führer, ante la iglesia de San Nicolás de Leipzig, en 2008.
El pastor Christian Führer, ante la iglesia de San Nicolás de Leipzig, en 2008. FLORIAN EISELE (GETTY)

La revolución pacífica que explotó en la ahora desaparecida República Democrática Alemana (RDA) en el verano y otoño de 1989 y que acabó con el odioso muro de Berlín perdió, el lunes pasado, a uno de sus principales protagonistas, el pastor Christian Führer (Leipzig, 1943), un hombre que decidió abrir las puertas de la iglesia de San Nicolás de Leipzig para dar vida a un círculo de opinión, una especie de multitudinaria tertulia que bautizó con el nombre de Esperanza, que cambió el rumbo de la historia en su país y Europa. El pastor, que murió a causa de una dolencia pulmonar a los 71 años, esgrimió una consigna que acabaría con el muro de Berlín. Ante cientos de feligreses que llenaban el templo, el pastor resumió en la forma más breve posible el famoso sermón de la montaña: “¡No a la violencia!”.

Führer nunca pudo imaginarse que las tertulias darían vida en poco tiempo a lo que la historia recuerda como la manifestación de los lunes, una protesta pacífica protagonizada por miles de personas, que terminó convirtiendo a la iglesia de San Nicolás en un refugio de esperanza y de protesta, donde la gente se armó de valor para exigir reformas al régimen. Los alemanes habían encontrado en el pastor a un hombre que les enseñaría nuevamente a ser valientes.

El 9 de octubre de 1989 marcó el comienzo del fin del régimen. Ese día, la gente comenzó a reunirse desde temprano en las inmediaciones de la iglesia. A las cinco de la tarde, una hora antes de que comenzara la tradicional ceremonia por la paz, la iglesia estaba repleta. En la calle, miles de personas esperaban el fin del servicio religioso y en las inmediaciones del templo camiones repletos de policías montaban guardia, preparados para reprimir.

Cuando se inició la marcha, miles de personas guiadas por el pastor, que lucía una pancarta colgada del cuello donde se leía “Conquistar la paz sin violencia”, después de gritar consignas a favor de “Gorbi” y “Democracia ahora”, entonaron una frase que estremeció la ciudad. “Wir sind das Volk!”, gritaron los manifestantes, en abierto desafío a las autoridades del Estado de obreros y campesinos: “¡Nosotros somos el pueblo!”.

“En Leipzig comenzó la revolución en la RDA. En Leipzig las masas ocuparon las calles y obligaron, paso a paso, al régimen a renunciar”, sentenció la revista Der Spiegel, al recordar la importancia de la gesta que lideró Führer. Es cierto. Gracias al pastor, la gente perdió el miedo y también fue en Leipzig donde los alemanes expresaron lo que los políticos de los dos Estados alemanes temían o deseaban.

Durante una manifestación multitudinaria y junto a carteles que pedían elecciones libres y la renuncia de los jerarcas del régimen comunista, se hizo patente el deseo de la población. “Wir sind ein Volk!”, gritaron esta vez los manifestantes: “¡Nosotros somos un pueblo!”.

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Führer provenía de una familia de pastores evangélicos. Estudió Teología en la Universidad Karl Marx de Leipzig entre 1961 y 1966 y en 1980 fue nombrado párroco de la iglesia de San Nicolás, cargó que ejerció hasta su jubilación en 2008. Ya en 1982, el nombre del pastor llamó la atención a la famosa Stasi, la policía política del régimen comunista, a causa de una idea peligrosa. Führer había decidido organizar, cada lunes, las llamadas “oraciones por la paz”. A partir de ese año, el pastor decidió también denunciar la carrera armamentista y comenzó a repartir folletos donde se veían caricaturas de dos bombas, una negra con la palabra OTAN pintada en un lado y la otra blanca, donde se podía leer Pacto de Varsovia, una forma efectiva para satirizar la noción de bombas buenas y malas. En febrero de 1988 el pastor invitó a 50 personas, que formaban parte de un movimiento que exigían el derecho de abandonar la RDA, a una discusión en su iglesia. Llegaron más de 600. Fue el germen que dio vida a la legendaria manifestación de los lunes.

“El país ha perdido una importante personalidad de la revolución pacífica”, señaló el presidente alemán, Joachim Gauck, en un mensaje de condolencia. “En su sublevación contra la injusticia, cumplió con un mensaje significativo del evangelio. Führer decía: no es el trono y al altar, sino la calle y el altar lo que une. Esa idea marcó su resistencia contra el régimen de la RDA”. Un homenaje sencillo y sincero para el hombre que, en su momento, fue bautizado por sus compatriotas como el “apóstol de la paz”.

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