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Sin libra ni “malditos ingleses”

Un sí en la consulta no garantiza la independencia automática de Escocia

Señales del control de inmigración y fronteras en el aeropuerto de Edimburgo.
Señales del control de inmigración y fronteras en el aeropuerto de Edimburgo.jeff j. micthell (getty)

Tras la creación del mundo, San Pedro se dio una vuelta por Escocia y volvió escandalizado. Enseguida, pidió una cita con Dios. “A Escocia le has dado una tierra muy fértil y de una belleza incomparable; has puesto allí grandes riquezas minerales, yacimientos de petróleo y gas y a las mujeres más hermosas. ¿No te habrás pasado?”. “No, Pedro, no”, responde Dios, “es que todavía no conoces a sus vecinos”. Si el sí triunfa el 18 de septiembre, muchos escoceses celebrarán haberse quitado de encima a los “malditos ingleses”, pero, pasados los fastos, tendrán que rebajar la euforia.

Escoceses y británicos volverán a verse las caras en la mesa de negociaciones, solo que Londres tratará a los de Edimburgo, no ya como compatriotas con los que resolver diferencias domésticas, sino como representantes de un país ajeno con intereses ajenos. A medida que se acerca el referendo, los británicos han empezado a tentarse la ropa y a considerar que la escisión les haría un roto superior a ese 10% del PIB y de la población que representa Escocia. ¿No tendrían que retirar la cruz de San Andrés de la Unión Jack? ¿Modificar incluso el nombre de Reino Unido? ¿Cuánto supondría en el PIB y en el prestigio de Reino Unido?

La secesión implica abandonar la divisa o mantenerla bajo el control de la City

En su informe de febrero de 2013, el Gobierno británico indicó que el sí a la escisión no le garantizaría a Escocia la independencia automática, sino tan solo la apertura de negociaciones entre los dos Gobiernos. Y aunque se comprometió a negociar lealmente, ya adelantaba entonces que no podía garantizar el resultado de las conversaciones.

A lo largo del proceso, el Ejecutivo de David Cameron no ha dejado de inspirarse en el precedente del Tribunal Supremo de Canadá. A saber: Quebec no tiene derecho a la autodeterminación porque tal derecho no existe en la Constitución canadiense y porque no es una colonia que pueda acogerse a la legislación internacional establecida para esos supuestos. Ahora bien, si la población de un territorio expresa de manera inequívoca su voluntad de separarse, el Gobierno debería considerar ese propósito y, llegado el caso, negociar lealmente las condiciones de esa separación. “La legalidad que no es capaz de enfrentarse satisfactoriamente al test de legitimidad democrática ha perdido la batalla de su fundamento”, señaló el tribunal canadiense en 1998.

La ley se limita a exigir una "expresión concluyente" de la voluntad popular
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Sin embargo, a diferencia de Canadá —y de España— Reino Unido no cuenta con una Constitución escrita. “El sistema constitucional británico no acepta el referendo con facilitad porque se fundamenta en el principio tradicional de soberanía parlamentaria, pero si el referendo tiene lugar, se ve impelido a aceptarlo”, indica el catedrático de Derecho Constitucional Alberto López Basaguren. Puesto que el Estatuto de Autonomía de Escocia, la Scotland Act 1998, no permite aprobar leyes sobre materias como “la unión de los Reinos de Escocia e Inglaterra”, el Parlamento de Westminster tuvo que autorizar expresamente al de Edimburgo a convocar el referendo. Otra diferencia es que mientras el Supremo canadiense sugiere una mayoría cualificada, el referendo escocés admite teóricamente la mitad más uno de los votos y se limita a exigir una “prueba fiable” (fair test) y una “expresión concluyente” (decisive expression).

Del largo listado de materias a negociar tras la ruptura, desde el reparto de la deuda pública y de los impuestos por la extracción de crudo, pasando por las pensiones, la defensa, las centrales nucleares y las bases militares, sobresalen el mantenimiento de la libra esterlina y, sobre todo, la permanencia en la UE. “El Gobierno británico no puede garantizar con carácter previo una postura favorable a la incorporación de Escocia a la UE”, ha manifestado Londres. “Somos más europeístas que los ingleses. Si nos quedamos dentro de Reino Unido corremos un riesgo mayor de dejar de ser europeos porque cualquier día convocan un referendo para que Reino Unido salga de la UE”, contraatacan los nacionalistas del SNP.

Es un argumento cargado de sentido, pero que no anula la capacidad de presión de Londres. La viabilidad de la independencia depende de poder continuar bajo el cielo protector de la UE. Los modernos nacionalismos flexibles y pragmáticos de las pequeñas naciones son conscientes de que para prescindir del paraguas del Estado hace falta contar con el paraguas mayor de una organización supranacional.

El Ejecutivo de Cameron se inspira en el precedente de Quebec con Canadá

“La suerte de Escocia en la UE dependerá de la forma en que se produzca el acceso a la independencia. Solo en el caso de una independencia pactada dentro del Reino Unido podrá ser aceptada como miembro del UE y ni siquiera en esa hipótesis tendrá garantizada una transición rápida y sin dilaciones”, sostiene López Basaguren.

El mantenimiento de la libra esterlina es otro de los quebraderos de cabeza escoceses. Londres ha adelantado que su moneda será gobernada por el Banco de Inglaterra “considerando exclusivamente los intereses de Reino Unido”. En la práctica, eso supone que Edimburgo tendría que optar por crear su propia moneda —algo inimaginable—, adherirse al euro —con las reticencias que acarrearía también dentro de Escocia—, o ir a la “esterlinización”, es decir, utilizar la libra pero sin poder influir en la política sobre la divisa.

La amenaza pende igualmente sobre los voluminosos activos financieros con que cuenta Escocia. Su fortaleza descansa, en buena medida, en su conexión con el potente sistema financiero británico y el Banco de Inglaterra, que en 2008 tuvo que rescatar al Bank of Scotland y al Royal Bank of Scotland. Las demandas autonómicas que plantean las islas Orcadas y Shetland, donde se concentran los depósitos de petróleo y gas, son otros asuntos delicados. La lógica soberanista conllevaría poder aplicar el modelo referendario a aquellos territorios, incluido el sur colindante con Inglaterra, borders (fronteras), que, a su vez, quisieran abandonar la Escocia independiente, bien para proseguir su camino por separado o para reunirse con el Reino Unido. El Gobierno les ha prometido más autonomía, pero la vicepresidenta Nicola Sturgeon ha dejado claro que las islas serán parte del nuevo Estado escocés.

Las mujeres y las clases medias son los colectivos más indecisos

Glasgow es el vivero principal del 15% de indecisos. Las principales incógnitas son las mujeres, hasta ahora mayoritariamente contrarias a la separación, y las clases medias urbanas que votaban laborista y que parecen divididas al 50%. A las primeras, el SNP les ofrece cuotas femeninas, y a las segundas, inscribir los derechos sociales en la futura Constitución escocesa. Los analistas consideran que los estratos más bajos de la sociedad y los inmigrantes apoyarán mayoritariamente el sí a la separación.

La edad mínima para votar se ha rebajado de los 18 a los 16 años y los nacionalistas cuentan con llevarse esos votos. En las sedes del movimiento Better Together (Mejor Juntos) suena la canción de Jack Johnson del mismo título. “El amor es la respuesta. Al menos para la mayoría de las preguntas de mi corazón. ¿Cómo y por qué estamos aquí? ¿Hacia dónde vamos? ¿Y por qué nos encontramos en esta difícil situación? La vida no es siempre fácil y a veces puede ser engañosa. Te diré una cosa: siempre es mejor cuando estamos juntos”.

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