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Un manchego en zona caliente

Antonio Rodríguez, el Padre Toño, es un hombre con energía y respetado por los pandilleros

Pablo de Llano Neira
Antonio Rodríguez, el padre Toño, en una imagen de 2006
Antonio Rodríguez, el padre Toño, en una imagen de 2006Luis Romero (AP)

Antonio Rodríguez es un hombre que desprende energía y confianza en sí mismo. Él se encargó de recibir en enero a EL PAÍS en su parroquia para facilitar un recorrido por la conflictiva colonia Montreal con pandilleros de la Mara Salvatrucha. Aquel día vestía un polo y unos pantalones cortos. Llevaba gafas de montura fina, el pelo corto con un asomo de tupé y una barba de candado perfilada con esmero. Al recibir a este diario, de su oficina salió un fotógrafo alemán joven que llevaba un tiempo allí sacando fotos de pandilleros. Rodríguez apareció sonriente y afable. Hablaba directo, como los españoles de La Mancha, su lugar de origen, pero con algo del tono cantarín de los salvadoreños.

Dos detalles mostraban con claridad el tipo de lugar en el que se mueve Rodríguez. A la entrada de su sede administrativa del Servicio Pasionista había un mural en memoria de un asesinado: Giovanni, alias El Destino, un joven pandillero que se rehabilitó, fue mano derecha del cura en su trabajo social con las pandillas y terminó asesinado a balazos el año pasado a la entrada de este mismo edificio, abatido por dos mareros subidos a una moto. El otro detalle eran los dos policías armados con fusiles que hacían guardia en un banco de la planta baja del edificio. 

Los dos pandilleros que hicieron de guías en el recorrido por el barrio eran pandilleros integrados en los programas de rehabilitación social del cura, aunque no por ello dejaban de ser miembros activos de la Salvatrucha.

El paseo fue en coche: desde donde está la parroquia, en una zona baja de la colonia, hasta la cima de los cerros que la coronan. De camino, el marero que lideraba la expedición, de nombre Óscar Díaz Sigarán, alias El Diablo, un tipo de 29 años menudo y avispado, pidió a la camioneta que se detuviese en una cuesta. Ahí señaló otro mural. Era un memorial por 13 personas que murieron calcinadas dentro de un microbús en ese mismo punto en un supuesto ataque de la pandilla Barrio 18 en territorio de la Salvatrucha. Luego el marero quiso seguir hasta la cima del cerro para enseñar orgulloso una enorme pintada que hicieron en un tanque de agua con las siglas de su mara: MS-18. Más tarde, El Diablo pidió que se terminase el recorrido para poder llegar a la parroquia a una sesión de rehabilitación con el Padre Toño. 

En la sesión solo había pandilleros de la Salvatrucha. El cura también trabaja por separado con los de Barrio 18, el grupo enemigo de los primeros. El encuentro fue a la hora de comer. Había una decena de mareros sentados en sillas que rodeaban a la del sacerdote. La reunión duró alrededor de una hora y trató de distintos problemas cotidianos del barrio y de la vida de los mareros. El cura nacido en La Mancha los conocía a todos por el alias. Los trataba con cercanía y se mostraba atento a lo que le decían. Alguno de ellos participaba, otros solo escuchaban y miraban. Uno se quedaba dormido de vez en cuando. Le llamaban El Abuelo, porque había llegado a una edad a la que pocos mareros llegan. Tenía una expresión entumecida y 38 años de edad.

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