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CARTAS DE CUÉVANO
Tribuna
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No estoy con Coulter

La güerita gringuita ha convertido en provechosa industria su afán por expresar sin ambages los alcances de su imbecilidad

Supongo que habrá quién elogie su cuello largo como digna percha para perlas finas y que la atractiva caída de su cabellera rubia suscite en algunos la metáfora instantánea que la empareje con el Sol. Supongo que habrá quién afirme que su nariz alargada no se debe a la propensión a la mentira, sino a un suerte de olfato aguileño para detectar la verdad de los hechos que tanto le gusta comentar. Que no parece que tenga poco más de medio siglo de edad, que sus ojos son símil del cielo más azul… bla, bla, bla.

Hablo de Ann Coulter y lamento informarle que no pienso estar con ella ni por azar. No se puede estar con una mujer que ha convertido en provechoso negocio multimediático sus descabellados atrevimientos de aseveraciones, ataques, arranques y arriesgadas conclusiones en un negocio siniestro de libros insulsos (aunque de gran éxito en ventas), artículos o dizque crónicas de opinión y profunda reflexión (que, en realidad, no son más que descarados alardes de estulticia y estupidez) y muy bien pagadas presentaciones públicas (ya en televisión o en vivo, para mostrar los impecables encantos de su engañosa belleza). Ni hablar: la güerita gringuita ha convertido en provechosa industria personal su afán por expresar sin ambages ni vergüenzas los ilimitados alcances de su imbecilidad. No es la única persona en este mundo enrevesado que lo hace y no niego su incuestionable derecho a declarar, escribir o espetar lo que se le pegue la gana, pero considero justo y necesario informarle que no estoy con ella ni podré estarlo jamás.

No puedo estar con quien se atreve –más allá de la broma de mal gusto, comentario de sobremesa o dislate de insomnios—en afirmar en serio, ante los medios masivos de comunicación y en las redes sociales (donde goza de un ancho y amplio número de simpatizantes) que “Benjamin Natanyahu podría resolver nuestros problemas en la frontera de la misma manera en que resuelve los suyos”, refiriéndose a su descabellada idea de que Netanyahu fuera Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica y que su solución ante la frontera y el problema migratorio que nos une y separa debería encararse con “bombardear México”. La Coulter –nada culta—afirma que los cientos de niños muertos en la Franja de Gaza han merecido su suerte “porque están asociados con la organización terrorista que está atacando a Israel” y agrega: “Somos un país, tenemos fronteras. ¿Por qué no podemos hacer lo mismo en Estados Unidos?”. Según la demencia que esconde bajo la cabellera güerita, la Gringa Mala afirma que “en nuestra frontera se han encontrado cientos de túneles en los que pasan: drogas, armas, inmigrantes” y cierra su enloquecida declaración con un contundente estornudo de estupidez: “Nos están invadiendo”.

Ahora resulta que vuelve a escucharse una voz irracional e insensible que afirma como verdad inapelable que el tráfico de drogas es sólo un problema de oferta en donde México o cualesquier otro proveedor de psicotrópicos, polvos mágicos, hierbas de risa (ya legalizadas en más de dos estados del país desde donde vocifera la confundida diosa de los ladridos) son países endemoniados que definen y dictan la inmensa demanda de millones de narices que inhalan el polvo, miles de dragones verdes inocentes que fuman mota porque se las vendemos a granel o simplemente que The Good Old USA no tiene responsabilidad alguna en el consumo de tales placebos prohibidos, por no decir que laSiniestra Sílfide quizá considere que la facilísima venta de armas en su país (bazookas en Wal-Mart, metralletas en vinaterías, revólveres por docena) no tendría por qué generar un problema fronterizo en un país donde el crimen organizado y cualquier hijo de vecino sabe que todo arsenal pasa de retro como contrabando controlado y fomentado por las leyes de su mercado. Ya ni intentar entender cuánto le pagará la Coulter a la trabajadora doméstica dominicana que le cuida las plantas o las propinas que le niega al mesero mexicano o las quejas que ha de vociferar en restaurantes de lujo por las manchas que quizá se le escaparon al lavaplatos peruano. De poco serviría intentar aclararle que su propuesta de “bombardear México” abre la posibilidad de preguntarle si no le parece suficiente el constante e ininterrumpido bombardeo de comida chatarra, productos caducos, negocios desequilibrados, imposiciones de moda, canciones intraducibles, películas tontas, chocolates rancios, coches descontinuados y demás bombas financieras, comerciales y guturales que hemos padecido durante ya demasiado tiempo.

Es poco probable que yo pueda estar con un secuestrador (a menos de que me tenga secuestrado) y es poco probable que se me vea conversando con un asesino en la fila de una tienda (a menos de que me lleve amenazado para comprarle una nueva navaja). Dudo que yo acceda a darle la mano a quien cree que el robo, la mentira y el abuso irracional de las emociones ajenas sea un buen ejemplo para la construcción de un falso hogar, foto de familia o simulacro de estabilidad. En estos días en que no uno, sino varios políticos mexicanos, presidentes municipales, congresistas en desenfreno orgiástico, empresarios desatados y no sé qué tantas figuras públicas de México aparecen en videos más que fotos con distinguidos líderes del crimen organizado, capos del narcotráfico, padrinos de corruptelas funcionales, magos de redes cuasioficiales de prostitución, etc., creo importante informarle a la Doña Coulter que no estoy con ella, no pienso estarlo y su nefando ejemplo me sirve de catalizador para procurar tampoco estar con nadie que se le parezca y desearle con sinceridad que no tenga que enfrentarse con alguien que intente callarle la boca o calmarle su desatada imbecilidad con exageraciones dementes como las que ella misma esgrime. En realidad, ¿quién puede estar con ella?

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