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Tribuna
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La dolorosa caravana de los sin nombre

Los trabajadores pobres que pasan a nuestro lado sin que pronunciemos su nombre son también carne y sangre de nuestra sociedad

Juan Arias

En nuestro mundo en el que todo está expuesto al sol de la plaza pública a través de Internet, donde es fácil saberlo todo de cada uno, existe aún la triste caravana de los sin nombre. No viven en los desiertos ni fuera del mundo. Conviven codo a codo con nosotros. Son los que realizan los trabajos más humildes. Ellos también son alguien, cultivan sueños y están escribiendo la historia junto con nosotros.

Llegan hasta la puerta de nuestra casa; bajan a veces desde las suburbios de la violencia, ayudan a resolver nuestros pequeños problemas del día a día, pero ignoramos sus nombres, ni nos interesan demasiado: son el mozo del mercado, el cartero, el vendedor de chucherías, el que nos trae la bombona de gas, o nos limpia la fosa del retrete, el ujier de la oficina.

Es el que nos entrega las plantas que hemos comprado para el jardín, la cajera del supermercado, el policía de la esquina. Todos ellos, cercanos a nuestra vida y hasta a nuestra piel, de quienes podemos sentir su respiración, pasan por nuestra vida como sombras, sin identidad.

Es algo que me ayudó a pensar días atrás mi mujer Roseana, cuando me contó que el chico que había venido a traernos la compra del mercado de al lado, se sorprendió y emocionó cuando ella le preguntó quién era: "soy el del mercado Yegue", le dijo. Sí, pero quiero saber como se llama. El chico se quedó extrañado y tras unos segundos se atrevió a pronunciar su nombre, casi en voz baja, como si estuviera revelando un secreto: "Me llamo Richard"

Mi mujer me contó que tras unos momentos de extrañeza, se le iluminaron los ojos y se atrevió a decir: "Da gusto venir aquí".

Yo llegaba de la calle cuando él salía y sin conocer la historia, me extrañó que me dijera con voz ya confiada: "Si el señor necesita algo más basta que llame al mercado y yo le se lo traigo enseguida". Era su forma de agradecernos el haber querido conocer su nombre.

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¿Qué dimesiones tiene esa caravana de los que se identifican sólo con aquello o aquellos para los que trabajan, los que pueden pasar entre nosotros una vida sin oir pronunciar su nombre?

La anécdota me ha hecho recordar que la palabra caravana deriva etimológicamente del persa (karawan), que significa fila de animales de carga. Hoy, sin embargo, hasta a los animales les llamamos por nombre, mientras que esa caravana de trabajadores pobres pasa por la vida sin que nadie les reconozca como personas.

Las caravanas siguen evocando en nuestro mundo actual los éxodos forzosos, las multitudes de refugiados, las huidas en masa del infierno de las guerras, los genocidios, las tumbas sin nombre.

Y sin embargo, esas caravanas de hombres y mujeres que pasan a nuestro lado sin que nos preocupemos de conocer como se llaman, son carne y sangre de nuestra sociedad y encierran en su soledad interior, esa grandeza que otorga el dolor y el olvido injusto de la sociedad.

A ellos, si les sirviera de consuelo, habría que recordarles, que en la Biblia, Dios es el "sin nombre". Los judíos no podían ni pronunciar ni escribir el nombre de Dios. Lo consideraban demasiado importante para pronunciarlo. Y nosotros, a los que nos sobran nombres y apellidos no deberíamos olvidar que cada ser humano anónimo que pasa a nuestro lado es tan indispensable en el Universo, como el que aparece cargado de nombres y títulos gloriosos.

Mi mujer, que es poeta, escribió en un poema recordando la alegría que sintió Richard al oír pronunciar su nombre aquella mañana en que nos trajo la compra a casa:

Os sem nome,

os invisiveis,

passam como poeira

e nem deixam rastro

em nossa pele,

em nosso rosto.

Mas possuem olhos,

mâos,

sorrisos, lágrimas,

sonhos

e uma historia que deveria

se entrelaçar com a tua,

com a minha.

Alguien escribió que nos salvamos o nos perdemos juntos, los bautizados y los sin nombre. Quizás no sea inútil recordarlo en estos tiempos en que vuelven a ponerse en camino, huyendo de la violencia, las dolorosas caravanas de gentes sin presente y sin futuro.

Cuando vayamos a colocar nuestro voto en las urnas no estaría de más recordar que debería servir también y sobre todo a esa caravana de invisibles de una sociedad donde lo que parece contar es más bien el brillar y aparecer.

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