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Combustible para el contrabando

La pobreza lleva a habitantes de Maracaibo a la venta en Colombia de gasolina subvencionada

Contrabandistas rellenan tanques con gasolina en el lado colombiano de la frontera con Venezuela, en 2009.
Contrabandistas rellenan tanques con gasolina en el lado colombiano de la frontera con Venezuela, en 2009.carlos garcía rawlins (REUTERS)

El Impala modelo 79 —una mole de latón con motor de ocho cilindros y una proa infinita— que maneja Alexis desde Maracaibo no es el único que recorre la Troncal del Caribe, la carretera de dos carriles que une la capital del estado petrolero de Zulia, en el Occidente de Venezuela, con Maicao, en Colombia. Es inútil contar cuántos coches de ese modelo u otros similares —Fairlane 500, LTD, Caprice Classic, muy demandados en este país en las décadas de los 70 y 80 del pasado siglo— desandan la vía que bordea la fachada occidental del mar Caribe venezolano. A la procesión que viene de frente hay que sumar los que esperan para cruzar la carretera desde las calles perpendiculares, los que están aparcados en los solares de las viviendas precarias, o los que quedan chamuscados entre las salinas y los matorrales densos de la vera del camino.

Los conductores no solo llevan y traen pasajeros entre una y otra ciudad. En casi todos los casos son bachaqueros, el nombre que reciben quienes transportan y revenden productos subsidiados en Venezuela a precio de mercado en los países vecinos. Las enormes capacidades de los tanques de los coches —105 litros en promedio— permiten a los chóferes conducir hasta cerca de la frontera para vender en promedio unos tres “puntos” (garrafas) de gasolina: cada punto equivale a unos 23 litros. Alexis está feliz. Aquí sí rige la ley de la oferta y la demanda y el precio del punto de gasolina se ha incrementado al doble desde que el presidente Nicolás Maduro intensificó la vigilancia en la frontera el 11 de agosto.

En Maicao los pimpineros, nombre que reciben los que venden combustible en envases de distintas capacidades, están parados en las esquinas de las calles 12 y 13 del centro de la ciudad. Alexis solo tiene que bajar la ventanilla del Impala para escuchar las ofertas. “Veinticinco, el punto a veinticinco”, grita uno. Cien metros más adelante dice otro: “Veintiséis”.

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Pero Alexis no está dispuesto a vender por menos de 28.000 pesos, así que responde: “Veintinueve, veintinueve”. Después de 15 minutos acepta los 84.000 pesos colombianos que le ofrece un cliente por tres puntos de gasolina. Por cada 23 litros vendidos Alexis se ha ganado 28.000 pesos (1.272 bolívares al cambio no oficial que se aplica en la frontera), con lo cual ha multiplicado por 570 la inversión que hizo en Venezuela. Esos mismos 23 litros le habían costado en Maracaibo 2,23 bolívares. El litro de gasolina está congelado desde hace 18 años en 0,097 bolívares (0,01 euros, al cambio oficial).

El depósito del Impala ha quedado casi vacío, así que Alexis deberá reponer combustible según vuelva a cruzar la frontera. El viaje se repite, mientras el intenso tráfico lo permita, hasta que cierra la frontera.

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Alexis trabajó hasta hace dos años como escolta de un importante hacendado local, pero encontró en el bachaqueo —una actividad declarada ilegal en la última semana por el Gobierno, que ha prohibido mediante un decreto la comercialización fuera de Venezuela de productos de la cesta básica— una forma de canalizar sus deseos de trabajar por cuenta propia.

En el municipio Mara, tres de cada cuatro habitantes viven en pobreza o pobreza extrema

Que los maracuchos (gentilicio de Maracaibo) sean contrabandistas es un fenómeno reciente. Desde siempre los indígenas wayuu han trasegado alimentos y productos desde y hacia Colombia. Hay una razón muy poderosa que explica el cambio. La inflación en Venezuela, como lo reconoce Gilberto González Millán, presidente de la Unión Empresarial del Comercio y los Servicios del Estado Zulia (UCEZ), está acabando no sólo con el salario, sino también con el incentivo que en otras economías representa trabajar bajo relación de dependencia. “Los bachaqueros han descubierto que comprar alimentos subsidiados o vender gasolina es mucho más rentable que cumplir un régimen de ocho horas diarias y recibir un pago quincenal”, explica.

A esta coyuntura se suman las particularidades de la zona de frontera. Desde hace dos años el Gobierno limita a 42 litros diarios la venta de combustible a los vehículos particulares. A la sombra de esta medida, que ha encontrado mucha resistencia en las provincias fronterizas, ha florecido el negocio de la reventa de combustible fuera de las gasolineras, que permite subsistir al grueso de la población.

El bachaqueo es una actividad declarada ilegal en la última semana por el Gobierno

Los dos municipios que atraviesa la Troncal del Caribe son de los más pobres de Venezuela. En el municipio Mara, tres de cada cuatro habitantes viven en pobreza o pobreza extrema, según los datos del Instituto Nacional de Estadística. En el municipio de Guajira, el 70,4% de sus pobladores son pobres y el 60% de las viviendas tiene servicios deficitarios.

La Troncal del Caribe puede ser en ciertos tramos tan desoladora como una escena de La Carretera, la novela de Cormac McCarthy. Cifras oficiales indican que Maicao tiene alrededor de 3.000 negocios registrados, de los cuales el 98% son comercios. Los burros tiran de una carreta que a su vez traslada dos cisternas de agua por calles de tierra. Nunca se sabe cuándo llegará el agua por las tuberías. En Maicao, un empresario comentaba a este diario que, en medio de condiciones tan agrestes, los pobres solo pueden sobrevivir bachaqueando. Es lo que tiene que hacer Hermágoras Pérez, que en la vía de regreso a Maracaibo coloca combustible al Impala de Alexis.

Hermágoras vende gasolina en envases de cinco litros a 70 bolívares. Con lo que gana mantiene a una familia de cinco hijos, esposa, nieta y yerno, que también viven de esta actividad. “¿Qué más puede hacer uno si aquí no hay trabajo? Si nos niegan esta posibilidad moriremos de hambre”, dice en el patio de su vivienda, a orillas de la carretera.

En una esquina, tapados por láminas de cinc, dos de sus hijos organizan el cargamento de combustible. Al lado del Impala se aparca su viejo Chevrolet Biscayne modelo 73, con 100 litros de depósito. Desde hace días está averiado; por esa razón no ha podido salir a vender gasolina. Depende de los otros viejos carros que pasan por la carretera ofreciendo su cargamento.

Alexis cree que con cinco litros puede llegar hasta Maracaibo. Pero el denso tráfico altera sus cálculos. A 20 kilómetros de la segunda ciudad más importante de Venezuela, el Impala rojo comienza a perder velocidad. Con agilidad y precisión Alexis aparca el coche en un claro del camino. Después de revisar el filtro de la gasolina lanza una sentencia inapelable. Se ha quedado varado sin combustible.

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