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Columna
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Modelo o advertencia

La votación escocesa podría contemplarse con claves catalanas

Escocia vota el día 18 seguir formando parte de Reino Unido o tomar el camino de la independencia. El Gobierno de Cataluña quiere celebrar parecida consulta en noviembre, y la votación escocesa podría entenderse como modelo o advertencia para esa tentativa. El nacionalismo catalán seguramente prefiere ver la botella medio llena como corresponde a la figura del modelo y el panhispanismola prefiere medio vacía, tipo advertencia.

A comienzo de los años setenta del pasado siglo el Scottish National Party (SNP) obtenía en torno a un 30% de sufragios; cifra respetable, pero no amenazadora. El independentismo (Esquerra) sacaba 10 años después en Cataluña mucho menos y parecía igualmente estable, aunque se encontraba flanqueada por la ambigüedad de Convergencia. ¿Cuándo comenzó el despegue?

En los años ochenta la señora Thatcher impuso un giro neoliberal, privatizador, a la economía británica, dejando a trasmano a una Escocia de espíritu socialdemócrata, quizá porque valoraba los subsidios de Londres a una industria que había conocido tiempos mejores. El desplome del voto conservador en el país lo rubricaba, tras su arrolladora victoria en las elecciones de 1997, Tony Blair, thatcheriano inicialmente de incógnito y neo-laborista declarado. El médico brujo de la “tercera vía” daba por sentado que la devolution, que instauraba una autonomía bastante menos lucida que la española, liquidaría el nacionalismo escocés. Pero, muy contrariamente, por ese espacio abandonado a la izquierda se colaba el SNP, que comenzaba a crecer hasta alcanzar la mayoría absoluta en el Parlamento de Edimburgo en 2011.

El desconocimiento o indiferencia frente a las aspiraciones del catalanismo mostrada por los Gobiernos del PP jugaba papel parecido, ya en este siglo, en España. La diferencia estribaba en que Escocia, relativamente empobrecida en comparación al resto del país, siempre ha necesitado la ayuda de Londres —rescate bancario por valor de casi 60.000 millones de euros en 2007— mientras que Cataluña, aunque el pozo sin fondo bancario costara también un pico, nunca ha dejado de ser contribuyente neto al presupuesto español. Y, en busca de marcos históricos, hay autores catalanes, como Josep Fontana, que enmarcan el fenómeno en un clásico “final de imperio”. Para Escocia, de hace más de medio siglo, cuando aún eran numerosos los escoceses empleados como administradores imperiales, y en la península, del 98, que en Cataluña tuvo menos impacto que en el resto de España.

Tan graves consultas nunca salen, sin embargo, gratis. Si ganara el sí desaparecería de escena el contrapeso europeísta del SNP, y los sentimientos eurófobos —little englander— que crecen hasta en el propio partido tory en el poder, facilitarían la salida de Inglaterra de la UE; y si fuera el no, quedaría constancia de que un importante porcentaje de escoceses no querían seguir siendo británicos. En Cataluña, la eventual imposibilidad de celebrar el referéndum no haría sino remachar el desastre que, legalmente justificadas o no, supusieron las enmiendas del Tribunal Constitucional al Estatuto de Pasqual Maragall.

Y pensar que el líder escocés Alex Salmond se habría conformado con más competencias, como prueba su propuesta de incluir una segunda cuestión en la consulta: ¿Independencia o autonomía reforzada? El premier Cameron dijo que no, porque estaba seguro de que la victoria unionista liquidaría el problema por varias generaciones.

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