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Escocia reaviva el sueño soberanista de Quebec

La consulta escocesa coincide con el retroceso del independentismo en la provincia francófona de Canadá

Marc Bassets
Jean Chrétien, primer ministro canadiense en 1995 y contrario a la separación de Quebec, durante la campaña para el último referéndum
Jean Chrétien, primer ministro canadiense en 1995 y contrario a la separación de Quebec, durante la campaña para el último referéndumSHAUN BEST (Reuters)

El referéndum escocés sobre la independencia levanta los ánimos del melancólico nacionalismo quebequés. Derrotados en las urnas el pasado abril, los independentistas de Quebec miran a Escocia con una mezcla de envidia y admiración. Aquí la posibilidad de una tercera consulta —en 1980 y 1995 ganó el no a la secesión— parece lejana.

“El cielo está gris”, dice Bernard Landry, veterano político del Partido Quebequés, hegemónico en el campo soberanista, y primer ministro de Quebec entre 2001 y 2003. “Pero es coyuntural. Es una cuestión de tiempo. Suele ser tras la derrota cuando se reflexiona”.

Landry acaba de llegar al pub British de Sainte-Julie, un municipio de 30.000 habitantes a 25 kilómetros de Montreal, la primera ciudad de Quebec. La ironía no escapa a nadie: en este local de nombre tan imperial se celebra un mitin en que se repiten las menciones al referéndum en el que el jueves los escoceses decidirán si se separan de Reino Unido.

La reunión tiene más de asamblea de barrio que de mitin político. Un centenar de personas se ha congregado para escuchar a los oradores entre los que está Landry y buscar inspiración no sólo en Escocia sino también en Cataluña. Desde la otra orilla del Atlántico, el referéndum escocés y los planes de consulta catalana resultan a veces indistinguibles.

En Sainte-Julie no ondean banderas. No es el momento de concentraciones masivas después de que el Partido Quebequés perdiese el control del Gobierno de la belle province en las últimas elecciones. El vencedor fue el Partido Liberal Quebequés, que es federalista, es decir, partidario de un Canadá unido.

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Escocia y Cataluña quedan lejos. Y cerca. Durante años, Quebec fue el espejo de los movimientos secesionistas europeos. Los papeles se han invertido. Varios de los asistentes al acto preparan las maletas para una gira europea que los llevará a Barcelona y Edimburgo. El ejemplo escocés y catalán —la “lección”, dijo Maxime Laporte, uno de los oradores— salpica los discursos.

Maxime Laporte tenía ocho años en 1995, fecha del último referéndum. Cuatro millones y medio de personas votaron, y el sí perdió por menos de 60.000 votos. Ahora preside la Société Saint Jean Baptiste, la organización en defensa de los derechos de los francófonos más antigua, fundada en 1834.

Laporte es un independentista irritado por la ineficacia de los políticos y convencido de que, pese a las teorías sobre su declive imparable, el soberanismo resucitará. Estos días ha viajado a Cataluña y Escocia.

“Llega una ola de libertad y esperanza para los pueblos”, dice Laporte en la terraza del pub tras pronunciar el discurso. A la pregunta sobre los efectos en Quebec de un hipotético sí en Escocia, responde: “Será un ejemplo claro de que, cuando un pueblo minoritario quiere independizarse, es realizable. ¿Por qué tener miedo? Somos niños y niñas mayores. No necesitamos la tutela de mamá Canadá”.

Unos días después, en la capital de Canadá, Ottawa, Eddie Goldenberg esboza una sonrisa al escuchar el relato del evento en el angosto pub British y de los planes de viaje por la Europa independentista. Goldenberg, que es federalista, fue la mano derecha del primer ministro canadiense Jean Chrétien, durante la campaña por el no en 1995. “Posiblemente no puedan llenar una sala grande”, dice Goldenberg. “Son la vieja banda de siempre. Casi es triste ver esto”.

“Debo decir que me parece patético verlos paseando por Escocia y Cataluña”, dice en otro momento. “La idea de que, porque quieren romper Canadá, es una buena idea romper España o Reino Unido… Es como decir que la separación es buena ocurra donde ocurra. No me parece un argumento convincente. Creo que es una muestra de desesperación”.

La campaña en Escocia le recuerda a Goldenberg la de 1995: la inicial ventaja del no en los sondeos, la despreocupación de los partidarios del Canadá unido, el ascenso del sí en las últimas semanas, la movilización desesperada de Chrétien y los federalistas al final...

“Esta película ya la he visto”, dice. Goldenberg recuerda que, en el caso de una victoria del sí, el primer ministro Chrétien —quebequés federalista— no pensaba reconocer el derecho de Quebec a separarse: la complejidad de la pregunta impedía deducir que un sí significaba un sí a la secesión automática. “El problema fue que nosotros hicimos una campaña con la cabeza y ellos con el corazón”, dice. “Y casi perdimos”.

El historiador Éric Bédard se encontraba en el otro bando. En 1995 era portavoz de la coalición de jóvenes soberanistas. “Creímos tanto en ello…”. La experiencia le marcó. Escocia reaviva los recuerdos. “Si se piensa bien, la victoria del sí en Escocia sería un símbolo increíble”, dice Bédard en Montreal, una ciudad, explica, construida en parte por escoceses. El vínculo es político: Canadá, como Escocia, tiene a la Reina de Inglaterra como jefa de Estado.

Bédard es realista. “Mire: la última campaña electoral giró en torno a la idea de si debía haber un referéndum”. Y el resultado fue no. “Incluso personas que estarían dispuestas a decir sí juzgan que no es el momento de hablar de ello”, añade.

Muchos temen que una tercera derrota entierre para siempre las aspiraciones secesionistas. Y aquí, en este ambiente casi depresivo, Escocia —y Cataluña— son una inyección de optimismo.

“Es como un fenómeno compensatorio”, reflexiona Bédard. “Va tan mal aquí que al mirar al extranjero y ver que en estas dos grandes naciones el sí podría ganar, nos decimos: ‘sí, los sondeos son malos y sí, el Partido Quebequés ha sufrido una gran derrota, pero esto es un signo de que nuestro proyecto aún es pertinente”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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