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Tribuna
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Es la democracia, estúpido

Las elecciones en Brasil dejan ver que quien controla los debates tiene más posibilidades de ganar los comicios

En algunos momentos, nosotros, los latinoamericanos, debemos detenernos y hacernos una pregunta aparentemente simple. A fin de cuentas, ¿qué es la democracia? Para algunos, como el personaje vivido por Kevin Spacey en la serie House of Cards, ella es sobrestimada. Si usted, estimado lector, comparte este pensamiento, lo mejor es que no continúe leyendo este texto. Es más, ya existen hasta camisetas tributarias de la teoría Underwood disponibles en Internet. Para quien, de hecho, cree en el régimen democrático el problema surge cuando la realidad se confunde con la ficción.

Volvamos ahora a las elecciones brasileñas. Hace dos semanas todas las atenciones estaban centradas en el más nuevo, y millonario, escándalo de corrupción en el país. Un ex director de la empresa Petrobras, que permaneció en el cargo durante los Gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff, confesó que parte del dinero de la estatal petrolífera era desviado para pagar sobornos a diversos políticos. El ejecutivo involucró a decenas de congresistas, un ministro y gobernadores. El blanco mayor del escándalo fue el PT, partido que comanda el Gobierno federal desde 2003.

La presidente Rousseff, en picada en las encuestas, vio aumentar las posibilidades de la candidata Marina Silva. Como consecuencia, su campaña dirigió todas sus armas contra esta. Primero, pasó a hacer acusaciones no verídicas sobre la relación de la candidata opositora con Neca Setúbal, heredera minoritaria de uno de los mayores bancos brasileños. Setúbal nunca tuvo cargo alguno en la institución financiera, como tampoco sus hijos. Socióloga, dedicó una carrera de más de 30 años a proyectos en el área de la educación.

Los latinoamericanos, debemos hacernos una pregunta aparentemente simple. A fin de cuentas, ¿qué es la democracia?

Para la campaña de la presidente eso no tuvo importancia alguna: era la prueba de que Marina Silva abriría las puertas de su eventual Gobierno a los banqueros. El PT se valió de un pseudomarxismo panfletario. No importa si los mismos bancos tuvieron bajo Dilma y Lula el mayor lucro de sus historias.

El resultado inmediato fue que la agenda de la campaña electoral se transformó. El escándalo de corrupción pasó a un segundo plano y el debate se centró en la relación, distorsionada, entre Marina Silva y el banco.

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Una campaña política se realiza mediante la disputa de agendas. De esta forma, quien consigue mantener el control de los debates posee más posibilidades de ganar, simplemente porque dirige las discusiones hacia los tópicos que más le interesan. En las tres últimas elecciones (2002, 2006 y 2010), el PT utilizó a Petrobras para dominar esa disputa. El discurso era que los adversarios privatizarían la compañía, algo mal visto entre los brasileños. Este año, con el escándalo de corrupción sobre la petrolera, la campaña de Rousseff no puede usar a la empresa para direccionar el debate.

La guerra de la agenda pasó a ser hecha por propagandas mentirosas. Al mismo tiempo, el Gobierno castigó a un funcionario público por emplear exactamente esa misma táctica. Este último, que  ocupaba un cargo político y ganaba más de 22.000 reales por mes (9.270 dólares), usó los ordenadores del Gobierno federal para alterar los perfiles de periodistas críticos de la administración en Wikipedia Sus ediciones eran polémicas y de contenido dudoso.

¿Por qué el Gobierno Rousseff penaliza a un funcionario que utiliza su cargo para difundir mitos contra críticos, mientras que la campaña de la presidenta hace lo mismo contra su principal adversaria? ¿Vale todo para ganar las elecciones?

Democracias sin elecciones justas no se encuadran ni siquiera en la más básica definición de este régimen

Es preciso, algunas veces, volver a la definición de democracia, aunque sea la más básica y minimalista de ellas. Un sistema democrático precisa de elecciones libres, justas y frecuentes (free, fair and frequent). Ello significa que no basta el voto para que haya democracia.

A América Latina, en este sentido, le sobran ejemplos. Un caso: en Venezuela, el expresidente Hugo Chávez usaba los recursos estatales para reforzar su imagen diariamente. Entre 1999 y 2012, promovió 16 procesos electorales. En el mismo período apareció durante 1.038 horas en la televisión. A modo de comparación podemos observar el caso del expresidente norteamericano Franklin D. Roosevelt. El mandatario, famoso por usar los medios masivos para comunicarse con la población durante la Segunda Guerra Mundial, transmitió 499 horas durante diez años. En la televisión estatal venezolana, tres de cada cuatro horas de transmisiones eran dedicadas a la propaganda chavista.

Democracias sin elecciones justas, por lo tanto, no se encuadran ni siquiera en la más básica definición de este régimen. En 1959, el sociólogo político Seymour Martin Lipset afirmaba que, en una democracia, debe haber oportunidades constitucionales para la alternancia de poder. En la visión del académico no existe democracia estable si la política no es caracterizada por un sistema de valores que permita el juego pacífico de poder. Para ello, los que están fuera del Gobierno deben respetar las decisiones legales hechas por los que están dentro. Por su parte, quienes están dentro deben reconocer los derechos de los que están fuera. Según Lipset, ello no sucedía en América Latina.

Pasaron más de cinco décadas y políticos de la región aún tienen dificultades de aceptar las reglas básicas del juego. En la disputa libre, justa y frecuente de la democracia, gana aquel que comanda el debate y convence a la mayoría de los electores. El ejemplo más famoso es la frase de la campaña de Bill Clinton, en 1992, de que el tema que interesaba a los norteamericanos era la economía.

Nosotros, latinoamericanos, necesitamos hacernos otra pregunta. ¿Es la democracia que queremos?

Fernando Mello: periodista maestreando en la Universidad Georgetown, en Washington. En 2013, ganó el Premio de Reportaje en Profundidad de la Sociedad Interamericana de Prensa. 

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