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Marina Silva se convierte en blanco de todos los ataques

La candidata sorpresa pierde apoyo en las encuestas y la presidenta Dilma Rousseff vuelve a tomar ventaja

Antonio Jiménez Barca
La candidata del PSB, Marina Silva, pierde fuelle en las encuestas
La candidata del PSB, Marina Silva, pierde fuelle en las encuestasEraldo Peres (AP)

Marina Silva, la candidata del Partido Socialista Brasileño (PSB) que irrumpió en la campaña electoral como un huracán haciéndose con la victoria en todas las encuestas y acaparando las páginas de los periódicos, comienza a acusar el peso de una campaña larga y dura. Desde su proclamación tras la muerte en un accidente aéreo del candidato socialista Eduardo Campos, Silva, la hasta entonces candidata a vicepresidenta se convirtió en la favorita de los electores y el enemigo a batir de los otros dos aspirantes. Y lo acusa. En el último sondeo, su principal rival, la presidenta Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), vuelve a aventajarla. Mientras tanto, se suceden los golpes bajos y los giros espectaculares en una campaña electoral que se decidirá, según los especialistas de los estudios de opinión, por muy poco margen en el segundo turno, el 26 de octubre, entre dos mujeres de orígenes y caracteres diferentes enfrascadas en un duelo hechizante.

El equipo de Rousseff no dudó en apelar a cierto voto del miedo. Recordando que Marina Silva quiere dar más autonomía al Banco Central de Brasil (cosa a la que el PT, más intervencionista en todo, so opone), la actual presidenta comenzó a deslizar en sus discursos frases alusivas a que la medida acarrearía perjuicios para los más pobres. Lo peor, en opinión de los defensores de Silva, llegó en uno de los numerosísimos anuncios y publicidades que los partidos más poderosos emiten en televisión. En uno de los del PT, un grupo de tipos encorbatados aparece en una reunión de empresa mientras un narrador explica que dejar el control de los bancos a los banqueros traerá funestas consecuencias. En la escena siguiente, una familia de cuatro miembros se dispone a cenar cuando ve que, como por arte de magia, la comida de los platos se esfuma. El mensaje, para nada subliminal, estaba claro. Y los expertos de la campaña de Rousseff sabían a quién dirigirlo: a los votantes que se disputan las dos candidatas, ya que si bien es cierto que Rousseff cuenta con más apoyos entre los más pobres, sobre todo en las regiones rurales del norte y el nordeste de Brasil, Marina Silva tiene más aceptación entre la franja superior, la denominada clase C, nueva clase media, más urbana y clave en esta elección.

Marina Silva no tardó en reaccionar al ataque de Rousseff. La acusó de emplear el arma que el entonces gobernante Partido Social de la Democracia Brasileña (PSDB) había utilizado 12 años atrás con Lula y con el PT (sin éxito): espolear el miedo, azuzar al electorado más vulnerable. En un emotivo mitin en el Estado de Ceará (nordeste), la candidata, que siempre exhala cierto aire espiritual indescifrable, a veces casi mesiánico (lo que algunos achacan a su religiosidad, ya que pertenece a la Iglesia evangélica, muy poderosa en Brasil), explicó que no iba a dejarse arrastrar y replicar a las críticas de Rousseff “con las mismas armas”. Y luego añadió, para tranquilizar los rumores de que iba a despojar a los más pobres de una prestación social muy extendida en el país, la Bolsa Familia (subvención a los muy pobres, que oscila entre 70 y 160 reales 25-50 euros): “Quédense tranquilos. Yo no voy a retirar la Bolsa Familia. ¿Y saben por qué? Porque yo sé lo que es pasar hambre”. Después, la candidata recordó con énfasis su infancia en el remoto Estado de Acre, cuando trabajaba de recolectora de caucho junto a sus siete hermanos, sin saber leer ni escribir, y compartía “un huevo, un poco de harina, sal y unos trozos de cebolla”. Luego contó que muchas veces sus padres se quedaban sin nada a fin de alimentar con ese poco a sus hijos. “Quien vive esa experiencia jamás acabará con la Bolsa Familia. No es un discurso. Es una vida”, concluyó, en una frase muy suya, que la sitúa en un terreno intocable más allá de la política.

De ahí que Rousseff, mucho más terrenal, trate de bajarla de las alturas espirituales a la arena de todos los días. Al enterarse de que Marina Silva se quejó hasta las lágrimas de que la atacaran por todos lados, aseguró: “No hay quejicas en la Presidencia de la República. Quien aspira a llegar allí no puede ser quejica. Hay muchas presiones que soportar. Si uno se siente un quejica, es mejor no presentarse”.

Aécio Neves —del más conservador PSDB, que hace unas semanas parecía descolgado tras las otras dos candidatas—, desde su tercera posición en las encuestas, ha comenzado también a bombardear a Marina Silva, acusándola, sobre todo, de renegar de su pasado como miembro del PT, partido del que había formado parte durante más de 25 años.

Por lo pronto, la estrategia de demolición parece dar resultado. Dilma Rousseff, en el citado sondeo, publicado el viernes por A folha de São Paulo, se separa tímidamente de Silva con un 37% de apoyos. Ésta comienza a perder posiciones con un 30%. Hace 15 días estaban casi empatadas. Neves, hundido por aquellas fechas, parece resucitar con un 17%. En una hipotética segunda vuelta, con Neves eliminado, las dos mujeres presentan por ahora un empate técnico. Pero todo es provisional. La primera ronda se disputará el cinco de octubre pero, hasta entonces quedan muchos días y muchos golpes bajos.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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