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La izquierda mexicana pelea a dos bandas

El PRD renueva su cúpula con el reto de diluir a López Obrador y superar a un PRI en plena forma

Jan Martínez Ahrens
Carlos Navarrete y Héctor Bautista, presidente y secretario del PRD
Carlos Navarrete y Héctor Bautista, presidente y secretario del PRDEFE

El Tragabalas es ahora un hombre tranquilo. Le gusta hablar con calma y, cuando entra en complejidades, toma un bolígrafo y, como buen matemático, se detiene a explicarlas con diagramas. En los años setenta fue uno de los líderes de la revolucionaria Liga Comunista 23 de Septiembre, un guerrillero legendario que acabó sus días preso en las cárceles del régimen de Luis Echeverría. De aquella época le queda una mandíbula reconstruida con hilos de acero, recuerdo del tiro que le disparó en plena boca un policía y del que milagrosamente salió con vida. La gesta le valió su nombre de guerra, El Tragabalas, y posiblemente también la enorme calma con la que, ya como Jesús Zambrano (Sonora, 1953), ha presidido desde 2011 el Partido Revolucionario Democrático (PRD), la fuerza hegemónica de la izquierda mexicana.

Zambrano es un político cuyo historial representa ese progresismo latinoamericano que abandonó los postulados de la ortodoxia marxista para conducir a su partido a orillas más moderadas y, llegado el momento, dar sostén a acuerdos históricos como el Pacto por México, principal motor de las reformas que están cambiando la faz del país norteamericano. Ese es posiblemente su principal legado. El que desde este domingo ha heredado su sucesor al frente del PRD, Carlos Navarrete (Guanajuato, 1958), un antiguo líder estudiantil, fiel aliado de Zambrano y de su línea pactista, y ante quien se proyecta una tarea que no alcanzaron sus antecesores: conducir al PRD a la presidencia de la República de México.

Navarrete responde al perfil de Nueva Izquierda, la facción dominante en el PRD, un universo poblado de clanes donde la política se teje día a día. Buen fajador y de talante moderado, quienes le conocen aseguran que es capaz de forjar alianzas sobre una cuerda floja. Aunque ha prometido una oposición más enérgica y mantiene el rechazo a la reforma energética, pocos creen que cerrará por completo las puertas al diálogo. Su larga trayectoria parlamentaria (fue presidente del Senado) avala a primera vista esta capacidad de negociación. Y el momento le es propicio para ello. La formación que acaba de asumir poco tiene que ver con la que tomó Zambrano en 2011. En estos años, el PRD se ha despojado de dos enormes pesos que, para bien o para mal, marcaban el paso al partido.Su fundador, Cuauhtémoc Cárdenas (DF, 1934), hijo del mítico general Lázaro Cárdenas, se ha ido apartando de las tareas ejecutivas y ahora ejerce de patriarca espiritual. Su retorno a la contienda se da por imposible. Y el candidato en las dos últimas elecciones presidenciales, el irredento Andrés Manuel López Obrador (Tabasco, 1953), representante del espectro más ortodoxo del PRD, ha creado su propio partido, Movimiento de Regeneración Nacional (Morena)

Las evoluciones de López Obrador son seguidas con suma atención por la nueva cúpula del PRD. El político tabasqueño está acostumbrado a provocar terremotos ahí donde pisa. En las dos elecciones que perdió, frente a Felipe Calderón y Peña Nieto, rechazó aceptar los resultados y llamó a la contestación civil. Aunque ahora viaja con poco bagaje, su carisma electoral le convierte en un quebradero de cabeza para el PRD. Por escaso que sea su impacto, el daño puede ser inmenso para su antiguo partido, dada la fragmentación electoral mexicana, un mosaico de tres piezas donde ninguna fuerza, por sí sola, ha logrado la mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados desde 1997 o en el Senado desde 2000. “Podemos perder tres o cuatro puntos de voto radical, pero ganamos por la zona del centro y el centro izquierda”, sostiene un alto dirigente del PRD.

La medición exacta del impacto de López Obrador se obtendrá en las elecciones intermedias de junio 2015, cuando se renueven nueve gobernadores, 17 cámaras estatales (incluida DF) y 1.015 ayuntamientos. Estos comicios, casi a mitad de mandato de Enrique Peña Nieto, centran la atención de los estrategas de los grandes partidos. Para el gubernamental PRI suponen una reválida a su programa de reformas, alabado en el extranjero, pero acogido con frialdad en el interior, sobre todo entre una clase media que aún no ha visto sus frutos, pero sí ha sufrido el aumento de los impuestos. En el caso del PAN (la derecha), estas elecciones tienen que dar respaldo a la política pactista puesta en marcha tras el desastre de 2012, que apeó a esta formación de la presidencia y la dejó como tercera fuerza.

El PRD ha vivido, salvo 1997, las elecciones intermedias como un trago amargo, con resultados por debajo de los obtenidos en las presidenciales. Por ello, el partido centra el tiro en el Distrito Federal, su principal bastión, la jefatura de Gobierno donde en su día se foguearon Cárdenas o López Obrador. Ahora el mando recae en Miguel Ángel Mancera, un político que vive horas bajas, pero que para muchos representa la única esperanza del PRD. Aunque su puesto no entra en liza, el resultado de la izquierda en la capital, determinará su futuro.

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“En 2015 no le irá bien al PRD, porque sufrirá el embate de López Obrador y porque los beneficios del Pacto por México los recogerá el PAN, al que el electorado vincula más con las reformas. La ventaja del movimiento hacia el centro se verá a más largo plazo”, señala el analista y demógrafo Roy Campos.

El combate de las intermedias puede traer aparejada una estocada venenosa: una consulta sobre la reforma energética, el punto que llevó al PRD a romper el Pacto por México. “Se quebró el acuerdo, pero no la política de diálogo, esta se mantiene y se mantendrá”, puntualiza un dirigente del PRD.

Este intento de someter a las urnas la reforma energética, que todavía debe pasar el filtro judicial, cuenta con un fuerte apoyo popular, pero representa también un arma de doble filo: puede dañar la imagen exterior de México (al menos, económicamente) y daría alas al PRD más ortodoxo, lejos del camino hacia el centro emprendido por sus actuales dirigentes y por el que apuestan para la gran batalla: las presidenciales de 2018. Una cita para la que van a requerir toda la pólvora posible. “El PRD no dispone aún de un programa que no sea el rechazo a la reforma energética, una bandera del antiguo nacionalismo revolucionario. Y lo que tiene que generar es una oferta atractiva a la población, una agenda que incluya la mejora del salario mínimo, la defensa del consumidor y de los valores ecológicos, y una redefinición de la política con EEUU en temas como la frontera o la lucha antidroga”, señala el escritor e intelectual Héctor Aguilar Camín.

Los actuales dirigentes consideran que hay tiempo para elaborar ese programa. Su mayor desafío ahora mismo procede de la fortaleza de un adversario, el PRI, que parece venido para quedarse. El partido que durante casi tres cuartos de siglo gobernó con mano de hierro México, ha aprendido de sus 12 años de travesía del desierto. Con la victoria de Peña Nieto cambió su discurso tradicional y a las elecciones de 2018 llegará armado no sólo con un potente historial legislativo, sino también arrullado por la mejoría económica que prevén los estudios; un ciclo áureo fruto de las reformas emprendidas en los primeros dos años de mandato. Aunque aún queda lejos, ante ese muro ya se oyen voces que piden un candidato único y fuerte para la izquierda. La gran batalla, pasadas las elecciones de 2015, será determinar si merece la pena y, en caso afirmativo, quién.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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