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La sequía asusta a California

La primera economía agrícola de EE UU empieza a ver casos de familias sin agua El consumo en septiembre registra el primer ahorro destacable

Pablo Ximénez de Sandoval
El embalse de San Luis, en el valle central de California, al 21% de su capacidad.
El embalse de San Luis, en el valle central de California, al 21% de su capacidad.M.R. (AFP)

Fue sobre la primavera cuando, sin que nadie se diera cuenta, los pozos empezaron a secarse en algunas casas del condado de Tulare, en el valle central de California. Eran unas pocas decenas, casas de trabajadores del campo que dependían de pozos familiares perforados de manera artesanal hace un par de décadas. Las autoridades se enteraron por la prensa y una asociación vecinal. En verano empezaron a organizarse programas para llevar agua embotellada a las casas para beber. Para lavarse, los vecinos tienen que ir a la estación de bomberos a rellenar bidones.

El pasado viernes por la mañana, un camión de mudanzas estaba plantado en la puerta de la casa del matrimonio Rodríguez en una carretera de la zona de East Porterville, Tulare. Pete y Berta Rodríguez, de 64 y 61 años, llevan seis meses sin agua del pozo y no aguantan más, se van. En el patio dejan los 30 cubos de agua con los que han estado sobreviviendo. El agua del río Tule, que pasa por al lado, baja tan sucia que “no vale ni para los animales”.

En East Porterville el agua brotaba a cinco metros. Hoy están en peligro los pozos de 30 metros 

Su vecino, Eddie Escalante, con el que comparten pozo, no puede irse. Compró la casa hace dos años, cuando nadie pensaba que se acabaría el agua. Hoy, su familia bebe de cubetas que guardan en el porche y nadie les compraría una casa sin agua. Intentaron llamar a una empresa de perforaciones para que les hicieran el pozo más profundo, “pero tienen tanto trabajo que no vienen”. Todo el mundo necesita hacer su pozo más profundo. “Yo nunca había vivido en una casa con pozo. Cuando la compré pensé que siempre habría agua”.

El condado de Tulare, a unas tres horas en coche al noreste de Los Ángeles, se ha convertido en la imagen más amarga de la sequía que azota California desde hace tres años, según algunos recuentos, la más dura en más de un siglo. En esta especie de zona cero de la sequía, habitan sobre todo inmigrantes hispanos que viven humildemente y trabajan el campo. En esta zona, naranjas, uvas y pistachos. Se fueron instalando aquí en tierras donde podían tener un jardín y su propio pozo, con agua que brotaba apenas a cinco metros, según cuentan. Hoy están en peligro hasta los más profundos, de 30 metros.

Pete y Berta Rodríguez, el pasado viernes a la puerta de su casa, que abandonaron porque se ha secado su pozo.
Pete y Berta Rodríguez, el pasado viernes a la puerta de su casa, que abandonaron porque se ha secado su pozo.P. X. S.
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Denise England, portavoz del departamento de gestión del agua del condado de Tulare, explica que tienen constancia de que se han secado unos 300 pozos, que afectan a 500 familias de las 1.400 que habitan en East Porterville. "Son pozos poco profundos que toman agua de la superficie. Como no llueve, el río Tule no ha llenado los pozos".

Uno no aprecia las cosas hasta que pasa esto. Tiramos el agua pensando que esto nunca va a pasar 

Berta Rodríguez

California es la primera economía de Estados Unidos y en su valle central se produce la mitad de toda la fruta del país. Un estudio de la Universidad de California en Davis (Sacramento) encargado por el Gobierno reveló que el 5% de los cultivos ya se han perdido. El impacto económico ya se cifra en 2.200 millones de dólares. El mismo estudio advertía que los ríos del valle central han reducido su caudal en un tercio. En Ducor, por ejemplo, hace varios años que el agua no se puede beber. Esto lleva a la sobreexpotación de los pozos. El daño a los acuíferos, simplemente, se desconoce. Nadie sabe cuánta agua queda. California es el único estado del oeste que no controlaba el agua de los acuíferos, hasta que la alarma por la situación llevó a aprobar una ley en agosto para, al menos, poner medidores.

En Ducor, cerca de Porterville, el jueves por la noche un grupo de vecinos comentaba la situación. Arnulfo Flores contaba que en el rancho de naranjas donde trabaja se han secado cuatro de las nueve bombas de agua. A María Carvajal, que trabaja en una empaquetadora de naranjas, ya le han dicho que el año que viene habrá menos trabajo, porque la cosecha ha bajado mucho y están arrancando árboles. Estos vecinos de Ducor, beben agua embotellada donada por el Home Depot local, gracias a la intermediación de una organización llamada Community Water Center. Saben que sus pozos serán los siguientes en secarse después de los de Porterville. “De broma, mi esposo y yo decimos que nos vamos para México”, dice Guadalupe Flores.

La sequía tendrá un papel importante en las próximas elecciones del 4 de noviembre. La llamada Proposición 1 va a la papeleta de votación avalada por el gobernador, la mayoría demócrata y la minoría republicana. Todos piden a los ciudadanos que aprueben una emisión de deuda de 7.500 millones de dólares para construir nuevas infraestructuras hídricas como canalizaciones, presas y depuradoras. Nada de esto, que llega décadas tarde, sirve para la situación actual, sino para la siguiente sequía. Hasta entonces, solo se puede ahorrar agua y esperar que llueva. Lo segundo es muy improbable. Pero los últimos datos reflejan una bajada del consumo del 11,5% este agosto comparado con el año anterior, lo que supone el primer mes de ahorro serio, un cambio de actitud en un Estado que hasta este verano no parecía acabar de comprender la gravedad de la sequía. El Gobierno quiere que el ahorro sea del 20% a finales de año.

Berta Rodríguez ya ha visto los efectos de utilizar el agua como si fuera infinita. Mientras abandona su casa de East Porterville, cuenta que en el supermercado donde trabaja ve derrochar el agua. Intenta decirles que algún día el agua faltará. “En los negocios se derrocha mucha agua. Cuando veo cómo gastan pienso ‘Dios mío, yo me estoy lavando con toallitas”. Su marido Pete le mete prisa para que suba al camión, pero alcanza a advertir: “Uno no aprecia las cosas hasta que pasa esto. Tiramos el agua pensando que esto nunca va a pasar”.

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Sobre la firma

Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.

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