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Elecciones Brasil
Columna
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El duelo final entre Dilma y Aécio

No es fácil para ninguno de los dos calcular si la táctica usada conducirá a la victoria

Juan Arias

La noche del martes, quien asistió en la TV Bandeirantes al tenso debate entre los candidatos a la presidencia Dilma Rousseff y Aécio Neves, no tuvo dudas de que está en curso un duelo mortal. La confrontación ya preconiza lo que podrán ser los tres debates aún en espera, que quizás serán, más que el griterío de las calles, los que decidirán el resultado final que, según los pronósticos, podría ser por un puñado de votos.

No es fácil para ninguno de los dos candidatos calcular hasta qué punto la táctica usada hasta aquí puede conducir a la victoria o a la derrota. Pocas veces los brasileños han estado tan divididos y tensos en unas elecciones como en estos días que faltan para decidir la contienda.

¿Le dará frutos a Dilma el trabajo de demolición sin escrúpulos que utilizó contra Marina Silva esta vez con Aécio?¿Podrá Aécio caer en la tentación de usar las mismas armas para intentar golpear la credibilidad personal de Rousseff aún a sabiendas de que hoy casi la mitad de Brasil la sigue prefiriendo a ella al timón del Estado? Desde la calle y a través de las redes sociales se sigue insistiendo en que la gente prefiere propuestas concretas de los candidatos para mejorar sus vidas y se dicen cansadas de que los que se disputan el mando del Gobierno pierdan tiempo y energías en echarse en cara racimos de acusaciones.

El ciudadano que sale temprano de casa en las grandes ciudades a veces para un trabajo que ni le gusta y que sólo volverá a su casa a la noche, perdiendo horas en el caos del tránsito y lo que gana no le basta para acabar el mes; la madre de familia que sale en busca de un mercado con ofertas para conseguir gastar un poco menos porque con cien reales de hoy no compra lo que ayer les bastaban 50; el pequeño empresario que se ve ahogado en impuestos y burocracia en los que gasta a veces más tiempo que en realizar su trabajo; el joven que se está abriendo camino en la vida y quiere poder formarse en una buena escuela técnica o en una buena universidad donde lo más importante en ella no sea las luchas políticas, sino una enseñanza de excelencia; el jubilado que ve perder cada año el peso de su pensión; todo ese mundo que lucha y pelea por triunfar o simplemente sobrevivir, ¿prefiere que los candidatos se tiren de los pelos en los debates o les digan con credibilidad lo que les ofrecen para mejorar su existencia real, la de cada día?

Es cierto que en ese caso, para la candidata Dilma, por ser la del Gobierno y de la continuidad la tarea le es más difícil ya que sus promesas de cambio pueden ser contestadas con un “¿por qué eso no lo realizó cuando tenía el poder en sus manos?”. Para el candidato de la oposición puede resultar más fácil pues le basta decir: “Yo voy a hacer lo que ella fue incapaz de hacer acontecer”, o acusarla de saber sólo usar el “espejo retrovisor” mirando al pasado cuando a los ciudadanos lo que les interesa es el futuro.

Dilma es como la esposa que después de años de matrimonio tiene que esforzarse por demostrar lo que se sacrificó por la familia y los hijos y explicar lo que fue incapaz de darles y por qué. Aécio es como el novio que llega fresco lleno de entusiasmo con los ojos puestos en la novia que le espera llena de esperanza y que tiende a ver en él sólo cualidades porque el tiempo aún no lo ha desgastado. Se dice, en efecto, que en la fase de enamoramiento hasta los defectos del amante se ven como virtudes y al revés, en el amor más maduro, las virtudes de ayer acaban siendo vistas como defectos.

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Ayer, en el debate, Dilma parecía entenderlo cuando ante un Aécio con aire de conquistador de la novia en espera de algo nuevo, sonriente, que aparecía como promesa, ella con su cara de esposa cansada por la fatiga de lo ya realizado y con el peso encima de lo que no consiguió hacer, tentó con todas sus fuerzas hacer comprender a la novia que espera el “cambio” y lo nuevo, que su contrincante ya fue también esposo, ya se desgastó también en el Gobierno de su región y no es tan virgen como podrìa parecer. Aécio le pidió a Dilma que fuera más “generosa” con todos los que hasta ahora han contribuido, cada uno a su modo, en construir un Brasil mejor.

Tiene razón, y los brasileños le piden a los dos que sean capaces de mirar hacia delante y de reconocer que nadie tiene el monopolio de lo absoluto; que en la política, como en la vida, todo es relativo. Y que ninguno de los dos se olvide que en definitiva, los que decidirán qué novio o novia escoger, si prefieren la seguridad de lo conocido aunque con defectos, como la esposa ya madura pero con el desgate inevitable del tiempo, o el temblor de lo nuevo aunque pueda ser más arriesgado, son solo los ciudadanos. La democracia, al final, es eso, la voluntad en absoluta libertad de poder cada uno, con su voto, escoger bajo qué techo prefiere seguir protegido para mejorar su vida, a sabiendas que no existen soluciones milagrosas pero sí unas que, en cada momento histórico, le resultan más adecuadas a su presente. Y todo eso, poder hacerlo, en total libertad sin que nadie sea considerado ni como traidor ni como desagradecido. La vida es eso, la posibilidad en lo personal y en lo colectivo de escoger hasta el riesgo de poder equivocarse. El resto es totalitarismo.

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