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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Lecciones de Bradlee

El legado del director de 'The Washington Post' no es sólo el Watergate

Marc Bassets
Ben Bradlee, director del diario 'The Wshington Post'.
Ben Bradlee, director del diario 'The Wshington Post'.Alex Brandon (AP)

Ben Bradlee, que el martes murió a los 93 años, fue el último coloso de la era dorada del periodismo norteamericano. Era, en muchos aspectos, un periodista de otra época.

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Por la seguridad en sí mismo y en su medio que siempre exhibió: su reinado en The Washington Post, desde 1965 a 1991, coincidió con la hegemonía de la prensa de calidad, que marcaba la agenda política, atesoraba una autoridad incuestionada e incluso podía provocar la dimisión de un presidente, como ocurrió con Richard Nixon por el escándalo del Watergate. Ni la prensa vivía permanentemente en el diván del psicoanálisis ni existían redes sociales, ni blogs, ni nuevos medios que cuestionasen segundo a segundo que lo que se publicase en The New York Times o en el Post fuese fit to print, digno de ser imprimido.

Ben Bradlee (1921-2014) era de otra época, también, en su relación con el poder. Se hace difícil imaginar hoy a un director de un medio de comunicación tan cercano a un presidente como lo fue Bradlee con su amigo John F. Kennedy, y difícil imaginar a los directores del Post o el Times mandando al diablo al fiscal general, como hizo Bradlee una vez después de que un reportero del Post recibiese una citación judicial.

Hoy los directores de prensa en Estados Unidos —hombres y mujeres anónimos a quienes pocos, incluso en el mundo de la prensa y la política, reconocerían si se los cruzasen por la calle— no reinan en la vida social del Upper West Side o de Georgetown, como durante décadas reinaron Bradlee y su cómplice y editora, Katharine Graham.

Ni el Post significa lo que entonces significaba en la capital —Politico y otros medios le han robado el monopolio de la información política— ni las fiestas del barrio de Georgetown, como tantas veces ha lamentado la viuda de Bradlee, Sally Quinn, son lo que fueron.

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Y, sin embargo, Ben Bradlee no es un periodista del pasado. Bradlee acuñó el patrón oro de lo que supone dirigir un periódico. Desde entonces, sea para imitarlo, inspirarse o distinguirse de él, raro es el director que no se mide ante este modelo: el hombre del Watergate, el que convirtió un diario local en un referente mundial, el que electrizaba a la redacción con su mera presencia.

En tiempos en que regresa el periodismo activista —ahora reclamar la objetividad, incluso la imparcialidad, y aparcar los prejuicios en el armario parece a veces anacronía—, la lección de Bradlee es estimulante. Bradlee tenía poca opiniones e ideas. Nunca aspiró a sentar cátedra. No era de izquierdas ni de derechas, sino todo lo contrario. Se guiaba por la búsqueda de la noticia.

“La esencia del periodismo es la superficialidad”, dijo en una entrevista a EL PAÍS, citando a un maestro suyo (La frase recuerda a la de otro periodista del siglo XX, Josep Pla: “Yo no creo en las profundidades. Lo más profundo que tiene un hombre es su superficie”).

Y otra lección, quizá tan importante como la de su gran éxito, el Watergate: su reverso, el escándalo de Janet Cooke, la periodista que en 1980 publicó en The Washington Post un reportaje sobre un niño heroinómano. Cooke ganó el Pulitzer por el reportaje. Después admitió que era ficción. Bradlee ofreció a los Graham dimitir. Y ordenó al defensor del lector una investigación a fondo del error en la que él no salió bien parado. En su mayor fracaso, Bradlee dio otra lección de primer orden.

Su periodismo, despojado de las circunstancias de su tiempo, sirve para hoy y para siempre.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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