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Polonia, el primero del curso del Este

En 1989 fue el país que más hizo por el fin del comunismo, hoy es el mejor alumno de la UE

Una bandera de Solidaridad en una protesta de 1988.
Una bandera de Solidaridad en una protesta de 1988.b. bisson (corbis)

Los polacos se han sentido históricamente llamados a las grandes hazañas. Teniendo en cuenta ese precedente, se entiende que encaja bien con su concepción de sí mismos el haber sido los encargados de inaugurar el ciclo de inestabilidad política que se llevó por delante el Muro de Berlín y el bloque comunista de Europa Oriental. Y entre todos los polacos, el sindicato Solidarność (Solidaridad) fue el gran protagonista de esa historia, aunque para encontrar las raíces del movimiento de descontento con el régimen hay que cavar un poco más profundo. Retomando el espíritu de los precedentes de 1944 y 1956, en 1970 el país ya vivió una explosión de huelgas por culpa de las subidas de precios de los alimentos. Las protestas se reprimieron a base de tiros y murieron 39 obreros. Diez años después se repitió el guion: comida más cara y protestas. El propio Leonid Breznev se preocupó al enterarse de que los ferroviarios del estratégico nudo de Lublin se negaban a trabajar, pero Polonia decidió no movilizar al Ejército. La oposición tomó nota del gesto.

En 1980, en la ciudad portuaria de Gdansk un electricista llamado Lech Wałęsa promovió junto a otros obreros de los astilleros un sindicato clandestino cuya principal demanda era la constitución de uniones obreras independientes del Partido Comunista, como las que ya existían en Yugoslavia. Los implicados en la aventura eran sobre todo obreros católicos con pocas simpatías hacia el comunismo. Gracias a su buena organización y al apoyo de la Iglesia y el Papa polaco (Juan Pablo II ocupaba el puesto desde 1978), que pronto comprendieron que Solidaridad era una cuña perfecta para insertar en las grietas del régimen, el sindicato alcanzó pronto una proyección sorprendente. Sus líderes protagonizaban toda clase de actos heroicos que atrajeron la atención de los ciudadanos, como encierros en minas, huelgas y demás desafíos al Partido Obrero Unificado Polaco (POUP). Llegaron a convocar un congreso tolerado por el Gobierno, y a finales de 1981 parecían una fuerza imparable, con nueve millones de simpatizantes.

Lech Walesa, en la campaña para las presidenciales en 1989.
Lech Walesa, en la campaña para las presidenciales en 1989.leszek wdowinski (reuters)

Hasta que el 13 de diciembre de 1981, el presidente del Gobierno, el Mariscal Wojciech Jaruzelski declaró la ley marcial y encarceló a la mayoría de los dirigentes de Solidaridad, que fue prohibido el 8 de octubre de 1982. Obligada a volver a sus orígenes, Solidaridad persistió como una organización clandestina, y continuó acumulando poder hasta que, apenas cinco años después, ya tenía fuerza suficiente para doblarle la mano Jaruzelski y la agenda de reformas que había impulsado ante la presión que ejercían las circunstancias. Una exitosa andanada de huelgas en 1988 forzó al Gobierno a negociar con Solidaridad, que empezaba a consolidarse como estructura política más allá de la acción sindical. Consciente de que la represión que debería de practicar no podría ser pequeña si aspiraba a doblegar al movimiento social que Solidaridad había lanzado, Jarulzeski abrió unas negociaciones que abriesen las puertas del Gobierno a algún líder no comunista. Desde el 6 de febrero al 4 de abril de 1989 el Gobierno, el sindicato y demás grupos de opositores negociaron con una libertad inaudita. La oposición no sólo logró los que hasta hacía poco eran sus sueños más locos, como era la consecución de sindicatos autónomos: también presentó sus pretensiones de una transición democrática y unas elecciones libres para el país. En un exceso de confianza, se dice que estimulado por un Gorbachov que veía en el caso polaco la oportunidad de experimentar en carne ajena los límites de las políticas aperturistas, el Gobierno cedió y firmó los llamados Acuerdos de la Mesa Redonda.

Las elecciones se celebraron el 4 de junio y fueron sólo parcialmente libres. En el Parlamento se crearon 161 escaños para ser disputados entre los contendientes, pero se reservaron los 299 que ya existían para el POUP. A cambio, se creó un nuevo senado con 100 flamantes escaños que serían para el que más votos consiguiera. El POUP nunca pudo imaginar que, teniendo el monopolio de los medios de comunicación, los candidatos patrocinados por Solidaridad fueran a ganarles 160 contra 1 en el Parlamento, y 99 a 0 en el Senado (el escaño restante fue para un opositor independiente).

Un puesto de huevos callejero en Polonia en 1989.
Un puesto de huevos callejero en Polonia en 1989.marcelí sáenz
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Desmoralizados, los diputados comunistas se desbandaron, mientras los más reformistas del POUP comenzaron a presionar para ir más allá en las reformas. A todo esto, la URSS se colocó de perfil y no quiso oír hablar de ningún tipo de intervención militar. El resquebrajamiento de la mayoría comunista permitió que el 24 de agosto de 1989 se instituyera el primer Gobierno no comunista desde 1948, presidido por el periodista y miembro de Solidaridad Tadeusz Mazowiecki. Éste forzó unas elecciones presidenciales en 1990 que fueron un paseo triunfal de Lech Wałęsa, dándole así la oportunidad de demostrar que era mucho mejor en la tarea de organizar revoluciones que dirigiendo un país democrático.

Desde entonces, a un ritmo constante pero imparable, Polonia no ha parado de crecer en el plano internacional. La suya es una historia de éxito que a la Unión Europea le gusta escuchar una y otra vez. Tras una época de gran crudeza, con salvajes recortes en el Estado de bienestar y el empleo, su economía reflotó apoyándose en trabajadores baratos y muy codiciados, entre otras cosas gracias a un excelente nivel educativo. El país ha practicado la alternancia política con relativa naturalidad, y sus cuentas la han aupado a la cabeza de las economías continentales. La UE ha premiado su creciente influencia política (principalmente como portavoz del ala más crítica con los movimientos de Rusia) concediéndole en 2014 a su último primer ministro, el liberal y exmiembro de Solidaridad Donald Tusk, la presidencia del Consejo Europeo. Durante años la mano de obra polaca ha funcionado como el hombre del saco en el relato de los sindicatos europeos, que veían en ella una competencia desleal. Sin embargo, Polonia ha demostrado que tenía algo más que fontaneros baratos: capeó bien la última crisis y la explosión de su economía parece aterrizar suavemente, sin grandes batacazos en el horizonte. Debido a la orientación extremadamente liberal en lo económico que ha asumido el país, las principales víctimas han sido sus servicios sociales y de salud. Su juventud, altamente cualificada, también ha demostrado tendencia a la aventura, en gran medida presionada por el alto desempleo y los trabajos precarios que encuentra en casa. El reto polaco ahora es consolidarse y demostrar que el título de primera de la clase no ha sido un regalo con fecha de caducidad.

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