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DE MAR A MAR
Columna
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Tres preguntas para Dilma

Tras la victoria, la presidenta pronunció un discurso que parecía redactado por Neves

Carlos Pagni

Dilma Rousseff cumplió con una ley de hierro de la vida electoral: como candidata victoriosa pronunció un discurso que parecía redactado por Aécio Neves, su rival. Habló de cambiar, no de conservar lo conquistado. Anunció un acuerdo con los adversarios que, de repente, dejaron de ser los enemigos del pueblo. Propuso un acercamiento con los sectores productivos. Y se comprometió a reducir la inflación y buscar la estabilidad fiscal. Esta corrección al tono conceptual de la campaña, en vez de despejar, profundiza los tres grandes enigmas que plantea en Brasil el ajustado triunfo del PT.

La primera pregunta es cómo se moverá Rousseff en el nuevo tablero del poder. El oficialismo estimuló con su retórica una contradicción de pobres contra ricos, norte contra sur, pueblo contra élites blancas. Quienes aspiran a construir hegemonías siempre apelan a esa estrategia bipolar. El problema es que las urnas negaron al PT los recursos para ese predominio. Perdió 18 diputados en un Congreso pulverizado en 28 partidos. Y gobernará sólo uno de los grandes Estados brasileños: Minas Gerais.

Las urnas negaron al PT los recursos para predominar

El vínculo con la oposición quedó dañado por una agresividad proselitista que Brasil desconocía. La presidenta dependerá más, por lo tanto, de su alianza con el PMDB, que tampoco le alcanzará para formar mayoría en diputados. Ese partido perdió 13 escaños y es una agrupación anfibia, que en más de un tercio de los Estados apoyó a Neves, del PSDB. El reparto de los 39 ministerios del gabinete federal será tarea para magos.

Para esta ecuación de poder Rousseff necesitará gerentes habilidosos. Se prefiguran cuatro piezas claves: Aloízio Mercadante, jefe de la Casa Civil; Jaques Wagner, que en Bahía consagró a su sucesor en la primera vuelta electoral; Miguel Rossetto, exministro de reforma agraria; y Fernando Pimentel, que gobernará Minas Gerais. Sobre el telón de fondo de ese equipo se recorta la figura de Lula da Silva. Y, con ella, el problema de la sucesión. Lula cumplió ayer 69 años, está débil de salud, pero nadie descarta que en 2018 vuelva a buscar la presidencia. Si bien fue decisivo en la campaña, su relación con Rousseff tiene pliegues enojosos. Sobre todo desde que ella reaccionó con una purga al escándalo del mensalão. La periodista Daniela Pinheiro reveló en la revista Piauí que la esposa de Lula ha calificado a Dilma de “ingrata, traidora y falsa”, en presencia del expresidente. Nadie le desmintió.

La segunda pregunta que sugiere la reelección es con qué estrategia enfrentará Rousseff el fin de la bonanza económica. Brasil sufre una declinación en el nivel de actividad, una caída en el precio de las commodities y una aceleración inflacionaria, que intentó ser atenuada con subsidios energéticos que ya son insostenibles. La presidenta no incurrirá en el realismo mágico que hoy hunde a Venezuela. En el frente diplomático, por ejemplo, irá al reencuentro de los Estados Unidos. Pero nadie espera que proponga un shock de productividad. Ella confía en que la intervención estatal remedie los desequilibrios. Esa fe determinará un aumento del gasto público y, en consecuencia, una mayor presión impositiva. La receta es problemática para un Gobierno al que los sectores más dinámicos de la economía rechazaron. En São Paulo, que concentra el 30% del PBI y el 50% del PBI industrial brasileño, Neves obtuvo el 64% de los votos.

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Con el dólar en aumento y la acción de Petrobras desplomándose, la identidad del reemplazante de Guido Mantega en el Ministerio de Hacienda pasa a ser crucial: se especula con Luis Trabucco, de Bradesco, y con el exsecretario de Economía Nelson Barbosa. Quien fuere, tendrá un interesante desafío: confirmar a los brasileños que la continuidad era mejor que el cambio para conservar los beneficios alcanzados.

El segundo período de Rousseff completará un ciclo de 16 años del mismo partido al frente 

La tercera pregunta es cómo evitará Rousseff que el escándalo de corrupción de Petrobras no degenere en una crisis política. Las denuncias del exdirector Paulo Costa sobre un circuito de financiamiento clandestino involucrarían a un centenar de funcionarios de la compañía y a más de 35 políticos en actividad. ¿Cuánto más podrá la presidenta sostener a su amiga Graça Foster al frente de la empresa?

El caso Petrobras augura tensiones con los tribunales. Aun cuando Rousseff nomine a cinco miembros del Superior Tribunal Federal y para 2018 sólo quede allí un ministro que no deberá su cargo al PT. La tormenta agravará también el conflicto con la prensa. Anteanoche, cuando la presidenta anunció una reforma política, sus feligreses corearon: “El pueblo no es bobo, abajo la red Globo”.

El segundo período de Rousseff completará un ciclo de 16 años del mismo partido al frente de una administración presidencialista. Así se corrobora la tendencia de las democracias latinoamericanas a practicar la alternancia sólo cuando es hija de un derrumbe. Una inclinación que el mismo domingo, en Uruguay, quedó en suspenso.

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