_
_
_
_
_

Un escondite entre perros

El acalde de Iguala y su esposa alquilaron una modesta casa con siete animales en el DF

Paula Chouza
Patio de la vivienda alquilada por el exalcalde de Iguala José Luis Abarca y su esposa en Iztapalapa (Ciudad de México).
Patio de la vivienda alquilada por el exalcalde de Iguala José Luis Abarca y su esposa en Iztapalapa (Ciudad de México).SAÚL RUIZ

La barriada de Santa María Aztahuacán es una zona de casas humildes, unifamiliares, con los suelos de cemento, techos de lámina y las paredes de hormigón. Situado en la popular delegación de Iztapalapa, uno de los sectores más inseguros de la Ciudad de México, el lugar es escenario a diario de asaltos y agresiones. “Cuando el Gobierno promovió el programa de desarme ciudadano, los vecinos se volvieron más vulnerables y la delincuencia aumentó, porque los criminales no son los que entregan sus pistolas”, describe un miembro del comité vecinal que, por miedo, prefiere no decir su nombre. A una hora de distancia en coche del centro de la capital, el número 27 de la avenida Jalisco amaneció este martes sitiado por reporteros y cámaras de televisión tras la detención de la pareja Abarca en una casa de las inmediaciones en plena madrugada. Lejos de sus diecisiete propiedades en Iguala, el rancho, o el glamour de las joyerías y la plaza comercial a su nombre, el exalcalde y su esposa eligieron un escondite modesto, con tan solo una cama y una mesa. Según ha trascendido de las investigaciones, las autoridades catearon un total de tres casas por la zona que fueron usadas por los fugitivos, pero hasta el momento no han precisado en cuál de ellas tuvo lugar la detención.

Una cortina de papel, la ventana de la primera planta abierta, siete perros encerrados en el bajo de la vivienda con comida, una escoba casi nueva junto a la puerta y cuatro pantalones vaqueros (de mezclilla) colgados de una cuerda amarrada a la barandilla del piso superior, eran los únicos signos de vida en una casa en apariencia destartalada, con los vidrios de las salas que dan al patio quebrados. Una cesta con correspondencia y publicidad impresa yace volcada en el patio, junto a dos figuras de goma. No hay rastro de la policía, ni de ningún operativo previo, aunque la puerta principal está forzada. Sobre la avenida, pequeñas tiendas de comestibles, un par de restaurantes muy modestos y varios talleres de coches y motos.

Un hombre de unos cincuenta años, con gorra, mira atónito la escena. “Esa casa era de mis abuelos, que yo sepa nadie vivía aquí. Paso a diario con mi mototaxi (el medio de transporte de pago en el barrio, una motocicleta enganchada a un banco con ruedas cubierto por una lona) y nunca vi a nadie ahí. Pero tampoco estaban esas cortinas”, señala perplejo.

“Ahí vivía una señora mayor y al morir ella, su hija se quedó un tiempo con la casa, pero después la vendió a los vecinos ricos”, cuenta una mujer que reside en un callejón aledaño y corrobora la identidad del nieto. “Nadie se lleva con ellos, porque no se relacionan con el resto, que somos pobres”, añade mirando otro inmueble de la misma calle con un gran portón de madera que esconde una vivienda de amplias dimensiones, muy distinta del resto de las casas. Las buganvillas moradas y varios árboles se adivinan detrás de un alto muro de piedra que protege el jardín anterior. Durante la mañana, una mujer que niega toda relación con los propietarios entra en el lugar con una bolsa de comida. Un hombre de mediana edad abre la puerta y cierra violento. No quieren hablar. Según los vecinos, son los dueños de una fábrica de muebles.

Bajo de la casa en Iztapalapa.
Bajo de la casa en Iztapalapa.saúl ruiz

El lugar es un hervidero de rumores, pero cada versión difiere de la anterior. El tendero del establecimiento más próximo cuenta que de la casa salía a veces una mujer de unos treinta años, “de tez blanca y gordita”, pero no sabe más detalles, ni siquiera habló nunca con ella.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Algunas versiones publicadas en la prensa mexicana señalan que dos vecinos avisaron a las autoridades del paradero de la familia Abarca después de haber visto al exedil cerca de Nezahualcóyotl, municipio del Estado de México colindante con Iztapalapa. “Tendrían que salir, sino, ¿cómo comían?”, se pregunta un hombre. Pero pasear por la zona podría haber sido un ejercicio demasiado arriesgado. A menos de doscientos metros se ubica la gran avenida Ermita Iztapalapa, con el Centro de Estudios Científicos y Tecnológicos Cuauhtémoc, una escuela del Instituto Politécnico Nacional que lleva varias semanas en paro por las reclamaciones estudiantiles. Un enorme arco señala la entrada a la zona rural de Santa María Aztahuacán, que separa el barrio del resto de la urbe. “Pueblo con encanto y tradición”, reza el lema inscrito. “Yo no vi nada”, “ayer no había policía”, “no teníamos ni idea hasta que llegó la prensa”, repiten los hombres y mujeres agolpados en torno a la casa. “Nos extraña mucho todo este alboroto”, comenta la dueña de la casa contigua al número 27. En el poblado y frente a las cámaras, ningún vecino supo nunca del paradero de los dos fugitivos más buscados de México.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Paula Chouza
Periodista de Política en EL PAÍS. Participó en el lanzamiento de EL PAÍS América en México. Trabajó en el Ayuntamiento de A Coruña y fue becaria del Congreso de los Diputados, CRTVG o Cadena SER. Es licenciada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, Máster en Marketing Político y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_