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Columna
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El PT tendrá que aprender a convivir con la nueva oposición

La calle no tiene dueño ni ideología. Todos tienen el derecho de ocuparla democráticamente

Juan Arias

El Partido de los Trabajadores (PT) que acaba de ganar las elecciones con su candidata Dilma Rousseff deberá esta vez aprender a convivir con la oposición, algo a lo que no estaba acostumbrado. En los últimos doce años de Gobierno petisa, Brasil ha vivido sin ella. El carisma de Lula y sus conquistas económicas y sociales, sobre todo de su primer Gobierno, la habían hecho enmudecer.

Si la ausencia de un partido opositor -como existe en todas las democracias maduras de los países desarrollados- pudo traer ventajas a los tres gobiernos del PT, es posible que la historia descubra que pudo haber tenido también su lado negativo.

Ni las mejores democracias sobreviven inmunes a la corrupción y a tentaciones autoritarias sin una oposición democrática, real, concreta, democrática, capaz de exigir al Gobierno que ejerza la función que le han otorgado los electores. Ni más, ni tampoco, menos.

Como en una familia los hijos acabarían perdiendo identidad sin una acción vigilante de los padres, así los gobiernos pueden olvidarse de su función si les falta el aguijón de una oposición que les recuerde lo que prometieron al elegirse y les estimulen a llevarlo a cabo. Y que le pidan cuentas.

El Partido de los Trabajadores fue maestro en el arte de la oposición antes de que el sindicalista Lula da Silva lo llevara al poder. Sabían como nadie ocupar la calle y exigir. Se opusieron entonces hasta al texto de la Constitución. Nadie mejor que el expresidente Fernando Enrique Cardoso sabe por experiencia lo que fue tener al PT a la oposición que gritaba en las calles y plazas "¡Fuera Cardoso!". Aquella, aunque a veces dura al extremo, sirvió de antídoto a los gobiernos y hasta derrumbó a uno de ellos del pedestal.

Los gobiernos pueden olvidarse de su función si les falta el aguijón de una oposición que les recuerde lo que prometieron al elegirse
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Al llegar al poder, el PT, que tenía hasta entonces vocación de disidente y no de Gobierno nacional, tuvo la suerte no solo de poder gobernar sin oposición, sino de contar con un líder con gran fuerza de atracción nacional y también internacional.

Ni siquiera en el momento crucial del escándalo de corrupción del mensalão, que fue el único momento dramático para Lula, la oposición quiso cargar las tintas y nunca pidió su salida del Gobierno.

Ahora, por primera vez, el PT puede empezar a experimentar en su carne lo que puede significar una oposición de verdad, que el nuevo líder Aécio Neves, fuerte con sus más de 50 millones de votos, ha afirmado que hará "sin adjetivos", pero también con total "sentido democrático".

Va a ser una experiencia nueva para el segundo mandato de Dilma Rousseff. Hasta ayer, la calle, con sus manifestaciones y protestas, a veces democráticas y a veces no tanto, era exclusiva del PT y de los movimientos sociales. La protesta tenía siempre el ADN de la izquierda.

A partir de las últimas elecciones, por primera vez después de las manifestaciones de junio de 2013, la calle ha empezado a ser tomada no solo por los trabajadores sino también por las clases medias (hijas a veces de aquellos obreros de entonces), que tienen valores que reivindicar y quejas que presentar.

Las manifestaciones de junio fueron abortadas por la infiltración en ellas del movimiento de los violentos Black blocs, que hicieron recogerse a la clase media de nuevo en sus casas.

La calle ha empezado a ser tomada no solo por los trabajadores, sino también por las clases medias

Hoy esa clase media empieza a querer defender su derecho a ser oposición y a gritarlo en público. Y, enseguida, nuevos infiltrados que la oposición oficial del PSDB de Neves ya ha repudiado intentan, conscientemente o no, de nuevo abortar ese deseo legítimo de manifestarse de la "no izquierda". ¿Es justo negarle ese derecho?

En todas las manifestaciones, en el mundo entero, existen abusos y exageraciones; se dan cita los verdaderos amantes de los valores democráticos y los que se aprovechan de la ocasión para poner la zancadilla al derecho sacrosanto de manifestación y de protesta. Tan sagrado es el derecho a gobernar de quien gana las elecciones como el del contrario de ejercer su función de oposición. Son las dos piernas con las que camina la democracia. Sin una de ellas andará siempre coja.

La calle no tiene dueño ni ideología. Todos tienen el derecho de ocuparla democráticamente para reivindicar lo que en conciencia consideran sus derechos y sus justas reivindicaciones.

Aprender a vivir con los instrumentos de la democracia no siempre es fácil, pero sin ello, hasta el mejor de los gobiernos puede caer en la tentación de prevaricar.

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