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Obama se vuelca en la política exterior

El presidente logra un respiro tras los logros de su gira por Asia y Oceanía

Marc Bassets
Obama saluda desde el avión presidencial antes de abandonar Australia.
Obama saluda desde el avión presidencial antes de abandonar Australia.P. HAMILTON (EFE)

Como otros presidentes antes que él, Barack Obama aprovechará los dos últimos años en la Casa Blanca para volcarse en la política exterior. Tras meses en que la primera potencia fue a remolque de crisis imprevistas en Europa y Oriente Próximo, Obama intenta retomar su agenda. La relación con China, los acuerdos comerciales y medioambientales y la posibilidad de un pacto nuclear con Irán pueden definir su legado.

La derrota del Partido Demócrata de Obama en las elecciones legislativas del 4 de noviembre abrió un nuevo capítulo en la presidencia de Obama. Le quedan dos años en la Casa Blanca. Tiempo para preocuparse por el legado: el lugar que ocupará en los libros de historia, la obsesión de todos los presidentes de Estados Unidos cuando se acerca el día de abandonar el poder.

En la política interna, la prioridad de Obama es consolidar los logros de los primeros años —la reforma sanitaria y la recuperación económica— y ampliarlos, por ejemplo, con medidas para regularizar temporalmente a millones de inmigrantes indocumentados. Pero afronta un problema: tras la victoria en las legislativas, el Partido Republicano controla el Senado, además de la Cámara de Representantes. El margen para actuar sin el acuerdo del Congreso es escaso. La política exterior es distinta. Permite a los presidentes una mayor libertad de acción. A fin de cuentas él es el comandante en jefe de los ejércitos, el hombre que tiene en sus manos ir o no a la guerra o apretar el botón nuclear.

La Casa Blanca afronta ahora la difícil negociación nuclear con Irán

Los últimos años de la presidencia suelen ser de parálisis en el frente interno pero raramente lo son en la política exterior. Ronald Reagan firmó acuerdos de reducción de armamento con la URSS y contribuyó a crear las condiciones para la caída del comunismo. Bill Clinton lanzó la guerra de Kosovo. George W. Bush ordenó el aumento de tropas en Irak que estabilizaron el país durante unos años.

La gira por Asia y el Pacífico, programada después de las elecciones legislativas, ha ofrecido a Obama un respiro. En Washington era el líder humillado por la victoria republicana. En Asia, pese a los titubeos en la política exterior norteamericana, conserva algo del aura que en su país perdió hace tiempo.

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“Diría que ha sido una semana bastante buena”, dijo ayer en Brisbane (Australia), última etapa de la gira. Si en la política interior el objetivo es consolidar el legado, en la política exterior es reconstruir el proyecto con el que Obama llegó a la Casa Blanca en 2009, retomar los hilos perdidos en los años de las revueltas árabes y la inestabilidad en Oriente Próximo.

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Uno de estos hilos es el llamado giro a Asia, una estrategia que responde a la convicción de que es allí, y no en Europa ni en Oriente Próximo, donde está en juego la hegemonía de Estados Unidos. El pivote a Asia debía permitir afronta la realidad de una China ascendente en los mercados mundiales y más agresiva en su zona de influencia en el Pacífico.

“El reequilibrio hacia Asia está vivo y sano. A veces ha desaparecido de los titulares, pero no ha escapado en ningún momento del radar del presidente ni de los encargados de diseñar la política norteamericana”, responde Jeremy Bash, director de la consultora Beacon Strategies y exjefe de gabinete de Leon Panetta, secretario de Defensa entre 2011 y 2013. Bash hablaba tras participar hace unos días en un coloquio en Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos, un laboratorio de ideas de Washington, sobre la política exterior a partir de 2017, cuando llegue a la Casa Blanca el sucesor de Obama. Kori Schake, que en 2008 asesoró al candidato presidencial republicano John McCain, dijo que, si Estados Unidos tiene una “gran estrategia” desde el final de la Guerra Fría, una estrategia compartida por los cuatro presidentes desde entonces, esta consiste en garantizar que existe una China próspera y democrática.

El jefe de Estado tiene más margen para actuar fuera que en su país

Esta semana, Obama ha logrado un acuerdo ambicioso con China para reducir las emisiones que provocan el cambio climático, además de acuerdos comerciales con la propia China y con India. En las cumbres en China y Australia, el presidente de EE UU ha preferido hablar del ébola o del calentamiento del planeta que exhibir, como otros líderes occidentales, el enfrentamiento con el presidente ruso, Vladímir Putin, o agitar una retórica agresiva frente a China.

El giro a Asia es también un intento de romper con más de una década en que la política exterior se ha confundido con la política de defensa. Diplomacia y guerra —contra el terrorismo, contra los talibanes, contra Sadam Hussein— parecían sinónimos. Esto no ha acabado, como demuestra la intervención contra el Estado Islámico en Irak y Siria. Pero los acuerdos en Asia sobre comercio o cambio climático representan la apoteosis del llamado poder blando (soft power) o inteligente, más acorde con el talante que llevó a Obama a la victoria en 2008: la idea de que las bombas no siempre son el mejor medio para defender los intereses de EE UU.

Otro argumento del Obama de 2008 regresa ahora: el que defendía romper el tabú de hablar con los enemigos. Se escucha el argumento en las voces que piden un acercamiento a Cuba. Pero sobre todo se refleja en las negociaciones para frenar el programa nuclear de Irán.

La fecha límite es el 24 de noviembre, aunque las negociaciones podrían prolongarse. Un acuerdo que, además de alejar a Irán de la bomba atómica, facilitaría normalizar las relaciones entre EE UU y Teherán, rotas desde la revolución de 1979 y redefiniría los equilibrios de poder en Oriente Próximo. El éxito del proceso, todavía incierto, se compara ya con la reconciliación del presidente Richard Nixon con China en 1972.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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