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REFORMA MIGRATORIA DE OBAMA
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El presidente liberado

Al regular la inmigración de forma unilateral, Obama pone a prueba los límites del poder ejecutivo y demuestra que todavía quiere transformar Estados Unidos

Marc Bassets
El presidente Johnson firma la Ley de Inmigración de 1965 en Nueva York.
El presidente Johnson firma la Ley de Inmigración de 1965 en Nueva York.LBJ Presidential Library

"¿Para qué demonios sirve la presidencia?"

La frase la pronunció el presidente Lyndon B. Johnson el 26 de noviembre de 1963, mientras preparaba su primer discurso al Congreso, cuatro días después del asesinato de John F. Kennedy. Pero la habría podido pronunciar Barack Obama, demócrata con Johnson, en vísperas del anuncio, en la noche del jueves, de un plan para sacar de la penumbra legal a millones de inmigrantes sin papeles.

Johnson respondía a sus asesores, que le aconsejaban prudencia a la hora de reclamar al Congreso --y en particular a los legisladores sureños partidarios de la segregación racial-- una ley de derechos civiles. No hay que perder el tiempo en causas perdidas, aunque sean causas justas, le dijo un consejero a altas horas de la madrugada, mientras acababan de pulir el discurso antes de dirigirse a un Capitolio de luto y expectante ante el nuevo presidente.

"Entonces, ¿para qué demonios sirve la presidencia?", replicó Johnson al consejero dubitativo. La escena la relata el historiador Robert Caro en The passage of power, el último volumen publicado de su momumental biografía de Johnson (ha escrito cuatro y por lo menos queda uno más).

Obama no es Johnson. Ni sus éxitos ni sus errores son tan colosales como los de su antecesor demócrata. Ni tiene un Vietnam ni ha acabado con siglos de discriminación legal. Pero es posible que en los últimos meses también se haya hecho la pregunta.

¿Para qué demonios sirve la presidencia?

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Obama era el presidente dubitativo. El que amenazaba con bombardear países y daba marcha atrás. El que aplazaba las decisiones una y otra vez. El presidente aislado y débil: sin apoyos suficientes en el Congreso para que sus iniciativas prosperasen e incapaz de imponer su autoridad en una ciudad, Washington, atenazada por la polarización. El líder que hace seis años ilusionó a su país y al mundo pero que, por el camino, perdió el magnetismo y el aura de visionario. El pato cojo, término que, en la jerga de la política norteamericana, define al presidente en la última fase de su mandato, despojado de toda capacidad para persuadir e intimidar a aliados y rivales.

La derrota de su partido, el demócrata, en las elecciones legislativas del 4 de noviembre, dejó a Obama más solo, enfrentado a un Congreso bajo dominio absoluto del Partido Republicano. Estados Unidos había pasado página: a falta de poco más de dos años para que abandone la Casa Blanca, Obama había dejado de contar. El futuro era de la demócrata Hillary Clinton, o de los republicanos Rand Paul, Marco Rubio o Jeb Bush. La lista de presidenciables en las elecciones de 2016 es larga.

¿Para qué sirve un presidente?

Obama no se resigna a que su presidencia ya no sirva para nada. Las medidas que anunció en la Casa Blanca son un gesto político fuerte. Un aquí mando yo. Una señal de que, de ahora al 2017, cuando concluya su segundo y último mandato, piensa seguir gobernando. De que no se conforma con que su legado sea sólo una serie de guerras mal terminadas, una angustia difusa sobre el declive de la superpotencia, una recuperación económica que la mayoría de trabajadores no ha notado, una reforma sanitaria que divide al país y la muerte de Osama bin Laden.

¿Para qué demonios sirve un presidente?

La Constitución deja un margen amplio para interpretarlo. El debate, en las próximas semanas y meses, será un debate sobre los límites constitucionales al poder del presidente.

Sí, Estados Unidos, como recordó Obama en el discurso a la nación, es un país de inmigrantes: "Todos fuimos extranjeros una vez", dijo.

Pero también es un país fundado en la separación de poderes y el repudio a las monarquías absolutas europeas del siglo XVIII: a los norteamericanos les gustan los presidentes fuertes, pero no demasiado fuertes. "El presidente”, observó en los años treinta del siglo XIX el aristócrata francés Alexis de Tocqueville, “se sitúa al lado de la legislatura, como un poder inferior y dependiente". Jamás superior.

El plan de Obama puede ser un acto de arrogancia política, la hybris de los griegos que sobrevaloraban sus propios poderes y morían quemados por el sol. La reforma sanitaria, que el Congreso adoptó en 2010 pero sigue cuestionada en los tribunales y en el propio Congreso, es una lección de qué puede ocurrir con una reforma ambiciosa pero que polariza a la clase política y a los votantes.

Pero las medidas también puede ser una trampa diabólica para los republicanos. Hoy se dibujan los contornos de la campaña presidencial de 2016, y no es difícil de imaginar un eslogan para la demócrata Hillary Clinton: "Si votan a mi rival republicano, cinco millones de personas podrán ser deportadas".

¿Para qué sirve un presidente?

Johnson desoyó el consejo del asesor que le recomendaba evitar hablar de los derechos civiles en su primer discurso a un Congreso traumatizado por la muerte de Kennedy. Habló de derechos civiles y acabó firmando leyes que transformaron Estados Unidos, como la que creó una cobertura sanitaria pública para los mayores de 65 años y las personas con menos ingresos, la que acabó con el sistema discriminatorio de cuotas para inmigrantes o la que puso fin a la segregación legal. "Ya hemos hablado bastante en este país de derechos iguales. Hemos hablado durante cien años o más. Es hora de escribir un nuevo capítulo y de escribirlo en los libros de la ley”, dijo.

Johnson, un maestro en el arte de persuadir e intimidar a los legisladores, actuó con el Congreso y Obama actúa a golpe de decreto, sin el poder legislativo. Pero el 20 de noviembre de 2014 empieza otro capítulo en la presidencia de Obama y, quizá, en la historia de los inmigrantes en Estados Unidos.

Obama, como a mayor escala hizo Johnson con los derechos civiles, amplía los horizontes de lo que significa ser ciudadano en Estados Unidos. Los cerca de cinco millones de beneficiarios del plan de Obama no podrán acceder a la ciudadanía, el próximo presidente podrá quitarles las ventajas adquiridas y estas tienen, en principio, una vigencia de tres años. Pero al levantarse la amenaza de la deportación y acceder a permisos de trabajo vivirán más integrados en esta sociedad.

Dormirán más tranquilos.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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