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Tribuna
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En la cárcel y sin reloj

En la sociedad urbana, es el reloj el que esclaviza la vida, el que obliga a correr, a no perder un minuto

Juan Arias

¿Cómo soportar la cárcel y sin reloj? Muy difícil, según ha contado el abogado del presidente de una empresa detenido en la operación 'Lava Jato'. “Es una angustia muy grande en relación al tiempo, que nunca pasa”, le confió dolorido el empresario a su abogado.

La cárcel no debe ser una experiencia agradable para nadie pero la importancia del tiempo, y la angustia de no tener reloj es muy diferente para el que se mueve en el mundo de los negocios moviendo miles de millones que, por ejemplo, para el trabajador a sueldo.

Para los ricos el tiempo es “oro”, se ha dicho siempre. Para los pobres el tiempo muchas veces es sólo dolor y angustia al no poder cerrar las cuentas de la familia al fin de mes.

Nada más relativo que el tiempo, advertían ya los filósofos griegos. En verdad, el tiempo no existe, existimos nosotros que somos los que damos cuerpo y vida a lo que llamamos tiempo, espejo de nuestras penas y alegrías.

Mucha gente debió emocionarse con la angustia del millonario para quién el tiempo en la cárcel, sin reloj, “no pasa nunca”

En la sociedad rural, los campesinos no sufrían por la falta de reloj. Su único reloj era el sol y la luz del día. Debían levantarse antes de que amaneciera y acostarse con el último rayo de luz. Y dormían en paz, como los pájaros.

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En la sociedad urbana, es el reloj el que esclaviza la vida, el que obliga a correr, a no perder un minuto, a ser, en definitiva esclavos del tiempo.

Ancelmo Gois, en su columna de O Globo, recoge la historia del abogado del presidente de empresa detenido. Con la fina ironía que le caracteriza, escribe que cuando el abogado contó esa historia en el Jornal Nacional, mucha gente debió emocionarse con la angustia del millonario para quién el tiempo en la cárcel, sin reloj, “no pasa nunca”.

Para millones de gente común, en efecto, que tienen que luchar en su trabajo cotidiano, que a veces necesitan hacer varios trabajos para sobrevivir, que nunca tienen tiempo para nada y cuya angustia es justamente la falta de tiempo, el poder disfrutar de unos días sin reloj, sin necesidad de trabajar, sería más un lujo que una angustia.

La cárcel es dura por otros motivos, no precisamente porque en ella no se pueda usar el reloj. En ella todos deberían trabajar o estudiar para que fuera un lugar de regeneración, pero cuando, como en las cárceles brasileñas, para la mayoría de los presos, casi siempre pobres y negros, es un lugar sólo de aparcamiento donde es posible no hacer nada, existe un remedio seguro para no angustiarse sin el reloj y para que el tiempo no se pare: la lectura.

La anécdota del empresario preso que sufre la angustia de haber sido despojado del reloj y de ver que el tiempo allí nunca pasa, me ha recordado cuando mi padre, profesor de una escuela rural, estando para morir, con sólo 43 años, nos reunió a los tres hijos para hablarnos. Eran los tiempos duros de la dictadura militar franquista en España. Entonces se podía ir a la cárcel sólo por no pensar como el dictador. Eran años de escasez de todo y hasta de hambre. Los niños teníamos para toda la primaria un solo libro en el que estaban todas las materias. Se le llamaba eufemísticamente “enciclopedia”. No había otros libros.

Mi padre desde su cama nos dejó este testamento: “Vosotros ahora no tenéis libros, pero un día los vais a tener. Recordad entonces una cosa: a quien le gusta leer, hasta la cárcel le será menos insoportable”.

Los relojes pueden esperar. El tiempo puede ser oro para hacer negocios, incluso sucios, pero lo puede ser también para la fruición de la lectura, el mejor antídoto para la peor de las soledades. Un remedio también contra los demonios que estimulan a usar el tiempo para acumular riquezas a cualquier precio.

La lectura y lo que ella remueve en nuestro cerebro podría ser la mejor terapia para mantener nuestra conciencia blindada no sólo contra la mediocridad sino también contra la tentación de la avaricia, por cierto, uno de los pecados capitales que hoy parece estar más de moda en nuestra sociedad a la que le sobran relojes y le falta tiempo para vivir y soñar.

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