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Miedo a la libertad
Tribuna
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Cosecha de odio

El éxito inicial del presidente de EEUU, Barack Obama, fue el fracaso del sistema. Ahora, el sistema y la calle lo repudian

La historia de Barack Hussein Obama recuerda a la de Daniel Dravot, uno de los protagonistas de El hombre que pudo reinar —conocida en casi toda América Latina como El hombre que sería rey—, el relato de Rudyard Kipling que dio título a la película homónima: ambas son dos historias de sueños que acaban mal. Obama tuvo un comienzo glorioso. Estuve en Berlín en 2008, cuando habló ante las multitudes en el Tiergarten bajo la Columna de la Victoria, le escuché, me conmoví, lloré, me lo creí. Ahora, tras competir con François Hollande por el título de mandatario más impopular y rechazado, ha vuelto a sus orígenes no como el abogado afroamericano —por tanto, despreciado por los WASP (verdaderos dueños de Estados Unidos y que comprenden sus razones)—, sino como el príncipe keniata que pudo haber sido rey de América.

Cuando Obama se vio obligado hace unos días a interrumpir un discurso en Chicago y contestar a las increpaciones de varios asistentes que le acusaban de la parálisis de la reforma migratoria y las deportaciones de inmigrantes latinos sin papeles, debió sentir no solo lo injusta que es la vida (todo gobernante —bueno, malo o regular— debe saberlo al llegar al cargo), sino que debió sentir también que ningún pueblo está dispuesto a entender ni las razones ni los tiempos ni los problemas ni los avatares de los políticos.

Esta es la era del “aquí y ahora”. Y si un Gobierno no tiene imaginación para hacer soñar u ofrecer algo que permita a los ciudadanos seguir un camino civilizado, tiene que estar preparado para el asalto de las calles. Hemos perdido la oportunidad de hacer propuestas concretas para calmar a la población, hemos agotado todos los plazos, destruido el clima y usado todos los sprays cuando y como nos pareció, y ahora queremos pedir a los que acaban de incorporarse al mal hábito de comer tres veces al día que no destruyan el planeta, que no se sulfuren y que no hagan lo mismo que hacemos desde hace 60 años. Así no funciona.

Acabar con el problema de los 11 millones de indocumentados supone dotar de seguridad nacional a Estados Unidos

Obama reinó cuando se enfrentó al Congreso. Aún así representa el fracaso de la clase política que no vio venir los aviones contra las Torres Gemelas, que asesinó el futuro de nuestros hijos en un desenfreno absoluto de codicia sin fin y especulación financiera, que nos llevó a dos guerras con mentiras por las cuales hay muchos que tienen un primo o hermano muerto, y lo que es peor, cuando los soldados vuelvan de esos conflictos perdidos pueden asesinarnos en cualquier calle estadounidense porque se creó una generación de militares, pero nunca se les preparó ni para la victoria ni para saber qué sigue después del regreso. Por eso, Obama reina sólo cuando se decide por la confrontación.

El éxito inicial del presidente demócrata fue el fracaso del sistema. Pero después quiso ser entendido por el sistema y ahora el sistema y la calle lo repudian. Hoy sabe que quien le limpia la piscina, le corta el césped, le pule el coche, le cuida a los niños y le cocina es un indocumentado que ya no sólo no tiene paciencia, sino que tiene odio en su corazón. Quizá por esa razón Obama quiere ahora hablar español.

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Acabar con el problema de los 11 millones de indocumentados supone dotar de seguridad nacional a Estados Unidos. Y fueron los mismos responsables políticos que hundieron el mundo y que tienen la capacidad de destruirlo los que consiguieron convencerle de que lo mejor era negociar. Pero no hay nada que negociar porque no hay nada que preservar. El pasado fue un fracaso y su futuro es aciago. Ese odio desarrollado a partir de las familias rotas por las expulsiones puede seguir en el futuro la ruta de los disturbios raciales de hoy.

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