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Columna
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¿Por qué ese miedo a escoger como ministros a los mejor preparados?

El nuevo Gobierno de Brasil será un test para saber si estamos ante algo nuevo o si todo acabará en el clásico pasteleo

Juan Arias

Una vez pregunté al propietario de una gran empresa a qué se debía el éxito de la misma y me respondió sin pensar: “Porque he escogido siempre a los mejores para dirigirla”. Volví a preguntarle si no temía rodearse de personalidades incluso más valiosas que él , ya que podrían hacerle sombra. Sonrió y me dijo enigmáticamente: “Quien teme la luz a su alrededor es porque solo sabe trabajar en las tinieblas”.

El sábado pasado me trajo a la memoria aquella conversación uno de los participantes al denso programa televisivo Globo News Painel, dirigido por el genial periodista William Vaack. El participante destacó la dificultad que demuestran los gobernantes brasileños en escoger (por ejemplo para el cargo de ministro) a los mejor preparados, a personalidades indiscutibles, a quienes no debería ser difícil -precisamente por su grado de excelencia- ofrecerles la máxima libertad en sus decisiones sin miedo a que les hagan sombra.

Al revés, es casi imposible ver al frente de un ministerio a alguien de absoluta competencia y rigor ético. El precio maldito que los gobernantes tienen que pagar a los partidos políticos para ganarse su apoyo hace que no lleguen a un ministerio personas preparadas y de reconocido saber en la materia de la que serán responsables, sino más bien figuras grises a las que es más fácil manejar y utilizar para que actúen a favor partido en vez de a la nación.

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¿Por qué para ministerios claves como el de Educación, de las Ciudades, de Sanidad o de Energía es necesario escoger a un político de un cierto partido a pesar de existir personalidades mucho más brillantes y capaces aunque sin militancia política concreta? Los ministros deben servir al Gobierno de la nación y no a los estrechos cálculos políticos.

La ausencia de personalidades en los Gobiernos es tal que sería interesante que el Instituto Brasileño de Opinión Pública y Estadística (Ibope) hiciera un sondeo para saber cuántos nombres de ministros son capaces de recordar los ciudadanos y cuánto saben de su biografía.

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A veces se llega a situaciones que incitan a la risa o a la melancolía. Si mal no recuerdo, cuando el pastor evangélico Marcello Crivella fue designado ministro de Pesca, el día de la toma de posesión le dio las gracias a la presidenta Dilma Rouseff por el honor que le había concedido aunque añadió que él, en verdad, no sabía “ni colocar un cebo en un anzuelo”.

¿Cuántos políticos han pasado por ministerios sin la más mínima competencia para el cargo? Fueron colocados a petición de los partidos y no siempre con finalidad republicana.

¿No deberían los políticos aprender de las grandes empresas privadas, que ofrecen resultados de excelencia gracias a que siempre que pueden escogen al mejor para cada cargo de responsabilidad?

Se está escribiendo que Dilma Rousseff ha inaugurado su segundo mandato con buen pie al haber escogido como ministro de Economía a una personalidad de indiscutible preparación y biografía, como el banquero y economista Joaquim Levy. ¿Será solo la cereza para adornar el resto del pastel o una señal de que a ese nombramiento de indiscutible valor podrían seguirle otras personalidades, dignas de que los ciudadanos recuerden sus nombres?

Para ello tendría que desafiar la avidez y el hambre de los partidos aliados, empezando por el suyo, para adueñarse sobre todo de aquellos ministerios de los que es más fácil sacar provecho electoral y hasta material. Que yo recuerde, no he visto a los partidos pelearse por conseguir ministerios muy dignos pero con escaso presupuesto, como el de Cultura o Derechos Humanos. Prefieren aquellos en los que se manejan miles de millones.

El nuevo Gobierno que se está pergeñando será un test para saber si estamos ante algo nuevo en el que el poder es capaz de escuchar las reivindicaciones de la protesta popular que exige cambios, o si todo acabará en el clásico pasteleo, madre de tantas corrupciones.

¿Imitará Rousseff al propietario y presidente de la empresa que decía que el éxito de la misma consistía en escoger al mejor para cada puesto sin miedo a que pudiera hacerle sombra?

La tan cacareada reforma política podría empezar por ahí, por perder el miedo a escoger a los más preparados para dirigir cada uno de los ministerios. ¿Y por qué deberían ser de nuevo 39 ministros si en la mayoría de las grandes democracias del mundo no suelen pasar de una docena?

Hoy más que nunca, y no solo en Brasil, los ciudadanos se han vuelto más exigentes con los políticos, tragan con mayor dificultad trapicheos y corrupciones y quieren ser gobernados por personas capaces, reconocidas por la sociedad por su valer, su experiencia y un mínimo de honradez personal.

¿Será pedir demasiado?

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